Cerca de las ocho de la tarde, volvió a entrar a la silenciosa habitación, comprobó que ella seguía dormida y prefirió no acercarse demasiado. Se sentó en aquella tortura a la que llamaban sillón y empezó a pensar en todo lo que había pasado esa mañana, en lo que la doctora les había contado, en lo que tenía pensado hacer… Sólo esperaba que todo eso sirviera de algo.
Poco después, la escuchó forcejear con la sábana de la cama y supo que ya no estaba dormida. Se acercó despacio manteniendo las distancias con la joven.
—¿Qué haces aquí?—su voz aún sonaba algo somnolienta.
—Que bien que despertaste, necesito hablar con vos—Álex lo notó muy serio y su mirada no era la de siempre, era gélida y apagada.
—Pues ya somos dos… ¿Quién empieza?
—Si me permitís, quisiera comenzar yo—se aclaró la garganta—Primero que nada, quiero ofrecerte una disculpa por el modo en que te hablé en la mañana, no debí hacerlo por muy enojado que estuviera… Perdí el control, lo reconozco y aunque no sirva para nada, te prometo que no volverá a ocurrir—habló lo más calmado que pudo y sin apenas mirarla.
—Yo…me equivoqué René. Por supuesto también te pido perdón, dije cosas que no sentía por pura rabia y… Yo no te puedo prometer que no volveré a ponerme así porque es mi carácter, me guste o no—le explicó—Lo siento por eso y por haberme callado lo que me estaba pasando. Sé que os preocupáis por mí, aunque yo preferiría que no lo hicierais, supongo que es inevitable. Y ahora me gustaría que respondieras a mi pregunta ¿Qué haces aquí?
—¿Es necesario que responda? Quiero hablar con vos sobre tu recuperación. Ya la doctora nos puso al corriente de lo que te pasa y hemos tomado una decisión.
—¿Cómo que, hemos? La única que puede tomar una decisión sobre mí misma soy yo.
—Eso era antes, cuando pensábamos en vos como una persona razonable y coherente, pero debido a como se desarrollaron las cosas, perdiste la opción de hacer lo que quieras. Ahora somos nosotros los únicos que podemos decidir lo mejor para vos—le estaba costando parecer tan insensible con ella, pero tenía que aprender la lección.
—¿Estás loco o qué? Soy una mujer adulta perfectamente capaz de hacer lo que me dé la gana.
—No lo sos. Te comportás como una nena berrinchuda porque nadie te da la razón. Hasta que no vuelvas a portarte como la adulta que decís que sos, no tenés ni voz ni voto.
—¿Y eso que significa exactamente?—preguntó totalmente apática, por supuesto que no iba a dejar que nadie dirigiera su vida.
—En cuanto te den de alta, yo me encargaré de vos hasta que te recuperes del todo. No es conveniente que te quedes sola y soy el único que puede ocuparse de vos a tiempo completo.
—Por supuesto que no, jamás aceptaré eso.
—No era una sugerencia Álex, sólo te estoy informando de lo que pasará dentro de muy poco—la conocía tan bien que sabía que no tardaría en explotar.
—¡He dicho que no! ¡Mi vida es mía! ¡Nadie decide por mí!—maldijo estar atada a esa cama, si no ya lo hubiera echado ella misma.
—Me temo que sí—sonrió cínicamente—Para demostrarte que no soy ningún dictador, te dejo elegir donde preferís estar. En mi casa que ya conocés y estás más cerca del hospital o en la tuya.
—No tengo que elegir nada. Mañana me iré a mi casa, sola, sin ti y sin nadie ¿Te enteras?
—No te enojes, no es bueno para vos. Ahora si me disculpás, bajaré a cenar, vuelvo enseguida—salió de la habitación aparentando tranquilidad, en cuanto cerró la puerta resopló y pudo relajarse. Escribió en el grupo que habían creado sólo para ellos.
RENÉ—Ya sabe todo y está enojadísima.
JUANMI—No esperaba menos de mi pelirroja. Ahora ya sabéis, indiferencia total hasta que se dé cuenta de cuánto nos echa de menos.
TONI—¿No nos estaremos pasado? ¡Pobre Álex!
RENÉ—Me cuesta un montón interpretar este papel, no puedo ni verla a los ojos, aunque sé que es necesario…
BEA—Ni un día ha pasado y ya os estáis rajando… Mañana será mi turno, eso la va a desconcertar muchísimo.
Bastante tiempo después, René volvió a la habitación y la vio con los ojos cerrados, sabía que no dormía, estaba demasiado tensa.
—No finjas que dormís, sé que no lo hacés—la muchacha le sacó el dedo de en medio—¡Qué grosera que sos! ¿No me vas a hablar entonces?—esperó una respuesta que nunca llegó—¿Viste como sí parecés una nenita de cinco años? ¿No me querés hablar? Perfecto, así no te quejás más.
Se fue hacia el sillón, pero esta vez no lo movió, se quedaría allí lejos de Álex, cosa que lo mataba porque le encantaba sentirla cerca. Tuvo que reconocer que aquella situación estaba siendo cómica. Las ocurrencias de la muchacha le hacían reír, para lo bueno o para lo malo, tenía claro que con ella no se aburriría jamás.
Al día siguiente, Bea llegó temprano al hospital para llevarle ropa suya, aunque le viniera un poco grande, era mejor que nada.
—¿Podrías ayudarme a ducharme? Llevo aquí dos días y me doy mucho asco—le pidió Álex.
—Claro, voy por la silla—Bea estaba menos parlanchina de lo normal y ella lo notó.