—Hola Noe ¿Sabes si Álex ha vuelto a casa?—Bea llamó a su amiga preocupada.
—Que nosotros sepamos, no. Hemos ido varias veces a distintas horas, pero nada. Les preguntamos a los vecinos, pero tampoco la han visto.
—Yo también he ido a su trabajo y me han dicho que ya no trabaja ahí. Aquí pasa algo Noe, algo malo.
—Me parece demasiado raro que se la haya tragado la tierra de esta manera… ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella?
—Hace un par de días. Me insiste en que no pasa nada, que no nos preocupemos, que está bien—le explicó—Pero cuando le pregunto donde esta, me cuelga.
—Llevamos dos semanas sin verla, sin saber dónde está, ni con quién, y a mí que te diga que está bien, no me tranquiliza para nada.
—Ni a mí… Esperemos tener noticias suyas pronto—un estruendo causado por su hijo la sobresaltó—¡Te tengo que dejar, el niño se ha caído!—tiró el teléfono al suelo y llegó rápidamente hasta él—¿Qué pasa mi vida?—cuando le vio la cara ensangrentada se asustó muchísimo—Dios mío… ¡Toni! ¡Toni, ven, rápido!—gritó desesperada mientras veía brotar mucha sangre de la barbilla del niño.
—¿Qué pasa…?—cuando vio a Bea con el pequeño en brazos y tanta sangre, se temió lo peor—¿Cómo se ha hecho eso?
—¡No lo sé! ¡Tenemos que ir al hospital ya!—se levantó del suelo en busca de algo para taponar la herida y salieron hacia allí enseguida.
Bea no podía dejar de llorar mientras veía a su hijo sangrar. Lo abrazaba con todas sus fuerzas para tratar de paliar su dolor, mientras un desesperado Toni, conducía a toda velocidad.
Les tocó esperar un rato, ya era de noche, pero urgencias estaba llena de gente esperando ser atendida. Ellos estaban indignados, su bebé se estaba desangrando y parecía que a nadie le importaba.
Cuando le llegó el turno de atender al niño, Toni tuvo que quedarse fuera porque sólo podía pasar uno de ellos y prefirió que fuera Bea quién lo hiciera. Minutos después, ella le envió un mensaje para tranquilizarlo. Manu se había hecho una herida bastante profunda en la barbilla, afortunadamente no había fractura, pero debían darle puntos.
Una vez que ya supo lo que estaba ocurriendo con su hijo, fue a buscar una máquina para sacar una botella de agua. En la máquina de café que estaba más allá, había una muchacha muy menuda de espaldas que, por alguna razón, se le hacía conocida. En cuanto se dio la vuelta, supo por qué.
—Álex… ¿Qué haces aquí?—llevaba días desaparecida y ahora él la había encontrado casi sin querer.
—¿Y tú? ¿Están todos bien?—se la veía visiblemente nerviosa, no dejaba de rascarse la nuca.
—Manu ha tenido un pequeño accidente, pero ya le están dando puntos y pronto no nos acordaremos de esto. Nos ha dado un buen susto a su madre y a mí—le explicó—¿Y tú? ¿Qué haces en el hospital a estas horas? Y bebiendo café, según…—frenó antes de pronunciar el nombre de su amigo—Tenía entendido que no te gustaba.
—Y no me gusta, esto no es ni café, sólo agua sucia muy caliente… No le digas a nadie que me has visto, por favor Toni—le suplicó—Sé que no soy tu persona favorita del mundo y que no tengo derecho a pedirte nada, pero te ruego que me guardes el secreto.
—¿Te pasa algo? ¿Estás enferma?—la joven negó con la cabeza—¿Necesitas ayuda?
—Necesito que no digas nada Toni—se giró encaminándose hacia las escaleras.
—Espera… ¡Álex!—pero ella no lo escuchó y justo Bea lo estaba llamando por teléfono.
—¿Dónde estás? Ya hemos salido.
—Voy enseguida—colgó y miró una vez más hacia las escaleras, pero la muchacha ya no estaba ahí.
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Había conseguido deshacerse de Toni y esperaba que no dijera nada, aunque no estaba muy convencida de ello. Se bebió aquel extraño brebaje al que llamaban café antes de entrar a la habitación. Llevaba días encerrada entre aquellas cuatro paredes.
Hacía un par de semanas había recibido una llamada en la que le dijeron que Gloria había sufrido una parada cardiorrespiratoria, pero consiguieron intervenir a tiempo. Desde entonces, se encontraba ingresada en el hospital, los médicos no eran muy optimistas, el corazón de la mujer estaba muy débil y probablemente el fatal desenlace ocurriera más pronto que tarde.
Álex quiso ser optimista por primera vez en mucho tiempo, no podía ni pensar en perder a su madre, era lo único que le quedaba, no concebía una vida sin ella.
Como cada noche, se acurrucó junto a Gloria tomando su mano. El ruido del oxígeno y de la máquina que medía el ritmo cardíaco de la paciente, rompía el angustioso silencio de la habitación. Apenas había dormido durante el tiempo que llevaba allí, era incapaz de pegar ojo. Los malos pensamientos se le amontonaban dentro de su cabeza hasta conseguir asfixiarla.
Gracias a una compañera de trabajo, consiguió ropa para poder cambiarse y algo de dinero que más tarde pretendía devolver. Esa noche había salido de su casa con lo puesto. Al día siguiente, había interrogado a todo el personal sanitario que entraba a aquella habitación sobre el estado de su madre y la respuesta siempre era la misma «Mientras su corazón resista, vivirá» Eso a ella no le servía de nada y conseguía desesperarse cada vez más.