La redención de un alma #2 (2025)

CAPÍTULO 53

Unos días después, René había salido junto a su hermano y unos cuantos amigos a tomar algo fuera. Álex declinó la oferta, aunque él le insistió en que se uniera a ellos. Quería que disfrutara con sus amigos sin tener que cargar con ella para todas partes.

Valentina y ella cenaron solas en casa, le encantaba hablar de cualquier cosa con aquella mujer, era sabia y muy divertida. Estaban a punto de levantarse de la mesa, cuando la vio ponerse pálida y echarse la mano al pecho.

—Valentina ¿Te encuentras bien?—corrió a su lado.

—Agua…necesito un poco de agua…—estaba muy fatigada. Álex fue rápido a por el agua—Gracias.

—¡Dime que te pasa! ¿Cómo te ayudo?—se estaba empezando a poner muy nerviosa.

—Llévame hasta el sillón…—como pudo, la muchacha lo hizo—Andá a mi habitación, y sacá un botecito de pastillas del primer cajón del mueblecito.

—Ahora mismo te las traigo—Álex voló hasta el piso superior y regresó enseguida—Aquí tienes…

—Gracias, linda—la mujer se tomó la pastilla y cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, vio a la española con el teléfono en la mano—¿Qué hacés?

—Llamar a René, tus hijos sabrán qué hacer mejor que yo—ver a Valentina así, le recordó a su madre y no pudo evitar echarse a llorar.

—No vas a llamar a nadie, ya me encuentro mejor… Perdón si te asusté—la agarró de la mano—Los que nos hacemos viejos cada vez somos más latosos.

—Yo no estoy tranquila, esto no es normal…—se limpió las lágrimas como pudo—Tus hijos tienen que saber lo que te pasa.

—Por favor Álex, no lo hagas. Te juro que estoy mejor, no quiero que mis hijos se preocupen por una tontería—poco a poco se incorporó—Prométeme que me vas a guardar el secreto.

—No creo que sea buena idea… ¿Para qué son las pastillas? ¿Cuánto tiempo hace que te pasa esto?—se acuclilló a sus pies.

—Eso no importa, todo está bien ¿Ok? Disculpá que no te ayude a ordenar, pero me voy a ir a acostar.

—¿Quieres que te acompañe?

—No hace falta, puedo sola… ¡Tranquilízate nena, estoy bien!—Valentina había recuperado su color natural y le dedicó una sonrisa mientras subía las escaleras.

A pesar de que aparentaba que todo estaba bien, Álex sabía que algo iba mal y que se lo estuviera ocultando a sus hijos no le parecía nada bien. Una vez terminó de recoger todo, subió para asegurarse que ella estuviera bien.

—¿Puedo pasar?—preguntó antes de entrar.

—Sí, entrá—la joven se acercó hasta la cama—Vení acá—palmeó el lado que no estaba ocupando—Vení, que no muerdo…—con un atisbo de sonrisa, obedeció—No tenés que preocuparte por mí. Esto no es nada grave, sólo algo que aparece muy de vez en cuando, está controlado.

—Entonces ¿Por qué tus hijos no lo saben? Tienen derecho a saberlo, eres su madre.

—Porque quiero que mis hijos sean felices, y sé que ahora lo son, no quiero hacerlos sufrir innecesariamente, a vos tampoco y menos, después de lo que te pasó recién.

—Ellos son adultos, no puedes protegerlos de todo. Insisto en que debes decírselo.

—Cuando una se convierte en mamá, lo hace para toda la vida. Por muy grandes que estén sus hijos, siempre queremos evitarles sufrimiento. Si algún día sos mamá, podrás entender de lo que hablo—le acarició el pelo con suavidad—Cuídame mucho a mi René ¿Ok? Sos la única persona a la que le confío a mi hijo ciegamente, sé que lo amás tanto como yo.

—Es una gran responsabilidad, espero estar a la altura…

—Lo estás, mi amor, no lo dudes—escucharon como el aludido acababa de llegar a la casa—Andá con él, yo ya me voy a dormir. Buenas noches, descansá.

—Buenas noches Valentina—la besó en la mejilla y salió de la habitación.

Bajó a recibirlo y en cuanto lo vio tan alegre y despreocupado como siempre, se sintió culpable por estar guardando el secreto de Valentina.

—Que pronto has vuelto—lo saludó con un beso—¿Cómo ha ido? ¿Lo habéis pasado bien?

—Sí, bueno…—acunó su rostro entre sus manos—He descubierto que, si vos no estás conmigo, el mundo es demasiado aburrido.

—Es bueno hacer cosas por separado, tener tiempo para uno mismo y todo eso.

—No estoy nada de acuerdo—se sentó en el sillón con ella encima—¿Qué tiene de malo querer estar con vos siempre?

—Que puede que algún día descubras que conmigo también te aburres…

—Jamás…eso no pasará—paseó sus manos por la espalda de la joven haciéndole cosquillas.

—¡Ay, René! Tú y tu intensidad—se rio.

—No puedo evitar ser intenso ¿Recordás?

—Ya me aprendí esa frasecita tuya «No puedo evitar ser intenso, soy argentino, lo llevo en la sangre»—imitó su acento haciéndolo reír.

—Ya casi podés pasar por argentina, necesitás unas cuantas clasecitas y ya. Me ofrezco de maestro, cobro barato—se detuvo un instante en sus ojos y vio algo que no le gustó—¿Qué tenés, eh?

—Nada importante, me duele un poco la cabeza…—se excusó.

—¿Estás segura que sólo es eso?—algo le decía que había algo más.



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En el texto hay: redención, drama, amor

Editado: 21.09.2025

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