Esa misma noche al llegar a casa y mientras René se estaba dando una ducha, Álex aprovechó para sacar su maleta y empezar a guardar algunas cosas. No podía posponer más su conversación con él porque sabía que iban a terminar enfadados y discutiendo. Esperaba que pudiera entenderla, pero conocía a René y sabía que no lo haría inmediatamente.
—Flaca, vamos a la…—se quedó mirando la maleta sin entender nada—¿Y eso?
—Quedan dos días para volver, así me aseguro de no olvidarme nada—le dio la espalda en todo momento y podía sentir su mirada taladrándole la nuca.
—Pensaba que con todo lo de mi mamá, nos quedaríamos un tiempo más… Yo no puedo irme mientras ella esté mal ¿Me entendés?—se quedó esperando a que ella dijera algo más, pero no lo hizo—A menos que…
—Tú tienes que quedarte, tu madre te necesita aquí y debe ser tu prioridad. Por supuesto que lo entiendo mejor que nadie… Pero yo tengo que irme, prometí que volvería después de Reyes, y tengo que cumplir con lo que dije. Además, tengo asuntos que resolver y no pueden esperar más.
—¿Te vas a ir y me vas a dejar acá?—la voz apenas salía de su cuerpo y la giró para que lo mirara—¿Tan poquito te importo, Álex? ¿En serio?
—¡Por supuesto que me importas! Si no lo hicieras, te pediría que volvieras conmigo a seguir con nuestra vida como si nada. Pero no puedo hacer eso, una madre está por encima de cualquiera, hasta de mí. Tú tienes el privilegio de poder tenerla a tu lado y quedarte aquí todo el tiempo que quieras, sin preocupaciones y sin rendirle cuentas a nadie, y me parece muy bien que lo hagas. Pero yo tengo responsabilidades en Sevilla y tengo que hacerme cargo de ellas. Debo conseguir un trabajo, tengo facturas que pagar, hace más de tres meses que no ingreso ni un céntimo. Tú sabes muy bien que mi vida es así y también sabes como soy yo, me gusta ganarme las cosas por mí misma… Tengo que irme, René y me duele que pienses que no me importas porque creo que durante este tiempo te he demostrado todo lo contrario…—luchaba por tragarse las lágrimas que amenazaban con salir, mientras él la contemplaba furioso.
—Si necesitás plata, vos sabés que yo puedo dártela, eso no es problema, para eso está. No tenés que volverte a partir el lomo en ningún laburo mal pagado nunca más. Álex, pensalo por favor, no me dejes…
—No quiero tu dinero, nunca lo quise… Yo sólo te quiero a ti y punto—escuchaba su corazón latiendo enfurecido—No te estoy dejando, sólo nos separaremos temporalmente por un bien mayor. Algún día volverás y lo retomaremos de nuevo… Si es que tú quieres, claro.
—Entonces ya decidiste por mí y por vos…—la soltó abruptamente—Ante eso, no tengo más que decir… Hacé lo que quieras, Álex, como siempre…—la miró con lágrimas en los ojos—Conseguiste que me rindiera, felicitaciones…
—¿Pero qué narices estás diciendo?—lo enfrentó.
—Vos sos inteligente, seguro que tarde o temprano, lo adivinás—abrió la puerta de la habitación y cerró de un portazo. Aquello acababa de marcar el fin de una era y quizás, el principio de otra.
Álex escuchó la puerta de la calle, René se había ido. Nunca lo había visto así de enfadado. No entendía por qué había dado por terminada su relación sólo porque no podía quedarse con él. Tal y como ella misma esperaba, todo lo bonito que aparecía en su vida, no duraba mucho.
Con el ánimo por los suelos, Álex dejó su maleta a medio hacer y se metió en la cama. Estaba preocupada por él, era muy tarde y no sabía dónde podía haber ido. Quiso esperar a que volviera, pero el cansancio la venció.
No sabía cuántas horas habían pasado, sentía un peso sobre sus caderas y sus piernas. Cuando abrió los ojos, vio que ese peso tenía nombre y apellido. René se había dormido con la cabeza sobre el colchón a la altura de sus caderas y la había envuelto con uno de sus brazos, el resto de su cuerpo estaba sobre sus piernas y sus pies colgaban por fuera de la cama.
—¿Cómo te hago entender que yo no quiero dejarte?—le acarició el pelo y él se removió balbuceando algo que no entendió y se le echó encima—René, muévete, me estás aplastando…—era como una losa de piedra que no podía apartar—¡René!—le dio un golpecito en el hombro.
—¿Qué…pasó?—abrió los ojos y al tratar de quitarse, se cayó de la cama.
—¡Ay, por Dios! ¿Estás bien?—dio la luz para ver mejor.
—No… Me duele acá…—se señaló el pecho.
—A ver…—Álex estaba preocupada de verdad y le desabrochó la camisa, pero dejó de hacerlo cuando René empezó a reírse—¡Eres tonto! ¿Lo sabías?—se iba a poner de pie, pero él se lo impidió.
—Entonces… ¿Aún me amás?—hablaba arrastrando las palabras y a Álex le llegó olor a destilería.
—En este preciso momento, me lo estoy pensando… ¿Has bebido?—lo miró muy seria.
—¿Yo? No, no, no, no…—movía el dedo de un lado a otro—Bueno…igual un poquito ¿Cómo supiste?
—Intuición femenina…—comentó sarcásticamente—Levántate del suelo—consiguió soltarse de su agarre y lo ayudó a incorporarse—¿Te pareció muy buena idea salir a beber? ¿Por qué?
—Estoy enojado, frustrado, enamorado, y muchos otros «-ados» más… No quiero que te regreses, te quiero acá, conmigo… Por favor… Yo ya no sé estar solo… ¡Mirá lo que hice recién! Y eso que aún no te vas…
—René, eres un hombre adulto, el ejemplo a seguir de mucha gente… No te puedes poner así por una pataleta. Tú eras mucho más que esto…—lo señaló—Será mejor que te vayas a dormir.