Llevaba siguiéndola a una distancia prudencial más de una hora ¿A dónde se había ido a vivir esa mujer? No la perdió de vista hasta que entró a un pueblo que él conocía bien, le sorprendió positivamente que el lugar elegido para irse a vivir fuera justo ese.
Poco después, la vio aparcar frente a un edificio bastante antiguo. Sacó su maleta y cuando estaba a punto de entrar al portal, una señora mayor salió a recibirla con un abrazo, también la acompañaba un perro que saltaba muy contento alrededor de Álex.
Al finalizar el recibimiento, todos entraron al edificio y René aprovechó la ocasión para ir a buscar un lugar donde dejar su coche. Una vez lo hizo, se situó cerca del portal, esperaba que volviera a salir aquel día o tendría que probar suerte llamando una por una a cada vivienda.
Una vez más, la diosa fortuna lo escuchó y, poco antes de anochecer, la vio salir acompañada del perrito. Notó que se había dado una ducha al ver su melena al viento totalmente húmeda, fue ahí cuando se percató que aquel vestido que se había puesto, lo conocía bien, era el mismo que llevaba la misma noche en la que estuvieron juntos por primera vez.
René no sabía si se estaba volviendo loco, o el destino le estaba dando todas las señales posibles para que fuera tras ella. Bea tenía razón, Álex estaba aún más hermosa que la última vez que la vio. Descubrió nuevas curvas en su cuerpo que estaba deseando ver más de cerca. Sin duda la tranquilidad y el cambio de aires, le habían sentado realmente bien.
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Cuando llegó a la pasarela de madera que daba acceso a la playa, Álex se detuvo. Cada atardecer acudía fiel a su cita y lo contemplaba como si fuera el primero, el cual había disfrutado junto a René. El perro se tumbó a sus pies como hacía siempre, sabía que ahí pasaría un ratito antes de volver a casa.
La brisa marina jugaba con su pelo que era idéntico al color del cielo en ese momento. René no se perdió ni un segundo de aquel conjunto tan bello conformado por el cielo y Álex… Era lo más bonito que había visto en su vida.
No pudo aguantar más y decidió acercarse. El primero de los dos en darse cuenta fue el animal, que enseguida se levantó del suelo para interponerse entre ellos y proteger a la joven.
—¿Qué pasa?—preguntó Álex antes de darse la vuelta. Cuando lo hizo, lo vio y se quedó paralizada—René…—fue lo único que pudo decir.
—Sí, así me llamo…—sonrió nervioso—Así que es acá donde te escondés…
—Yo no me estoy escondiendo…—se defendió. Jamás hubiera esperado encontrarlo allí.
—¿Ah, no?—se le acercó un poco más, aspirando su dulce olor—¿Y por qué nadie sabe dónde estás?
—Porque no quiero, pero eso no significa que me esconda, no tengo porque hacerlo… ¿Qué haces aquí?—su corazón estaba dando saltos de alegría.
—Me gustaría hablar con vos, si me dejás, claro… Está lindo el perrito, por cierto.
—Golfo.
—¿Qué? Tampoco es necesario el insulto, mi amor…
—Se llama Golfo—señaló al animal entre risas.
—Gusto en conocerte—lo acarició y el perro se le acercó contento—Entonces, decime ¿Podemos hablar?
—Sí. Yo nunca tuve problema en hablar, te lo digo por si se te olvidó.
—Créeme que lo tengo muy presente…—le había dado justo donde más le dolía—¿Te parece si vamos a cenar?
—No traigo dinero, sólo salí a pasear a Golfo…
—¿Quién dijo que necesitás dinero para cenar conmigo? Por una vez, dejá que me comporte como un caballero.
—Está bien… Esta vez, pasa. Vamos.
Se sentaron en una terraza al aire libre no muy lejos de allí, después de pedir su cena, ambos se miraron intensamente.
—¿Me has seguido desde Sevilla, no?
—Sí, lo hice…—reconoció.
—Y supongo que Toni y Bea, te han ayudado…
—Un poquito…
—¿Por qué?—quiso saber.
—Quería verte…—lo dijo con un tono tan tierno que la hizo suspirar—Fui a buscarte a tu casa y me enteré que la vendiste y no vivías más allá… ¿Qué querías que hiciera?
—Podías haber probado a llamarme y no montar tanto drama, por ejemplo—bebió de su cerveza y René no podía apartar la mirada de su boca, su garganta y un poco más abajo…
—Emm, no sabía que podía hacerlo…—hacía meses que no la tocaba y sin darse cuenta ella, con su sola presencia lo estaba calentando.
—¿Por qué no? Para una vez que no era yo la indignada o la enfadada… Ah, espera un momento, ese eras tú…
—Ya sé, soy el rey de los estúpidos… No debí enojarme como lo hice, ni dejar que te fueras sin despedirme de vos, ni tantas otras cosas que ni me di cuenta que hice… Me porté muy mal con vos y me equivoqué. Te ofrezco millones de disculpas, Álex, de verdad, y sé que no me las merezco, pero durante todo este tiempo, lo único que hice fue extrañarte y castigarme.
—No todo lo que has hecho ha sido malo. En ningún momento me creí eso de que Martín me llevara a Buenos Aires y pasara el día conmigo sólo por mi seguridad. Eso, querido René, lleva tu sello… Enfadado, pero no lo suficiente como para dejar de preocuparte por mí—tomó una loncha de jamón y se la metió lentamente en la boca.