La reencarnación del hijo biológico

RESUMEN DE LA NOVELA

La novela comienza en un parque de Lima, en un día de viento suave que mueve las hojas de los árboles y los mechones de pelo de los paseantes. Elena Márquez, una arquitecta de 38 años que vive en Miraflores, camina por el parque tratando de escapar de los recuerdos que la han perseguido durante diez años: la muerte de su hijo Tomás, que murió en un accidente cuando tenía cinco años. Desde entonces, Elena ha vivido en soledad, alejada de muchos amigos y familiares, y con el vacío de perder a quien era el centro de su vida.
En el parque, Elena se sienta en un banco y empieza a mirar a los niños jugar. De repente, un niño de seis años se acerca a ella: tiene cabello castaño, sonrisa amplia y, lo que más le llama la atención a Elena, ojos de esmeralda —los mismos ojos que tenía Tomás. El niño se llama Matías, y sin ningún pudor se sienta a su lado, mirándola con curiosidad. Empiezan a hablar, y Matías le cuenta cosas que nadie más podría saber: el nombre que Tomás le puso a Elena —“mi reina de mangos”— y el que ella le puso a él —“mi pequeño esmeralda”. Elena se queda sin aliento: ese era un código secreto que solo compartían ella y Tomás, nadie más lo conocía.
Matías le cuenta que en sus sueños, él se llama Tomás Márquez, y que vivían con Elena en una casa con puerta azul en Surco, en la calle Los Mangos, número 127. Le habla de la tienda de pan al lado, de la dueña Doña Rosa y su perra Negra. Todos esos detalles son exactos: Elena y Tomás vivieron allí hasta que él murió, Doña Rosa fue su vecina y Negra era su perra favorita. Elena cierra los ojos por un instante, abrumada por la emoción —parece que está viendo a Tomás frente a ella.
En ese momento, Ana —la mamá de Matías— regresa al parque y encuentra a su hijo con Elena. Ana tiene una expresión de desconfianza, pero también de curiosidad, y le pregunta a Elena qué están hablando. Cuando Matías le dice que está contándole de la casa de la puerta azul y de Doña Rosa, Ana se queda muda: nunca le ha hablado de esas cosas, ni ella ni su marido Carlos han oído hablar de Doña Rosa ni de la calle Los Mangos. Elena le explica que fue Matías quien le contó todo, y Ana empieza a entender que hay algo extraño, algo que no puede explicar con la razón.
Ana le cuenta a Elena que Matías ha estado teniendo esos sueños desde hace casi un año: habla de esa casa, de esa mujer que le canta canciones, de esos nombres secretos. Ella y Carlos pensaron que era un juego o algo que había visto en la televisión, pero ahora se dan cuenta de que no es así. Elena, con la voz segura, le dice a Ana que vivió en esa casa con su hijo Tomás, que murió hace diez años. Ana le mira con compasión, sabiendo el dolor que representa perder a un hijo.
En ese momento, Matías muestra su reloj de cuero marrón, con esfera de bronce —el mismo reloj que Elena le compró a Tomás el día del accidente, su regalo de cumpleaños. Matías le dice que se lo dio una señora en el sueño, la misma que está frente a él, para que nunca se le olvidara de ella. Elena confirma que se lo puso a Tomás antes de salir de casa ese día, y que se lo quedó puesto hasta el final. Ana toma la mano de Elena con ternura, empezando a sentir que hay un lazo invisible entre su hijo y esta mujer.
Carlos, el marido de Ana, llega al parque corriendo, preocupado por no haberlos encontrado. Cuando ve a Elena, le pregunta quién es con desconfianza. Ana le hace una señal para que no hable en ese momento, y Carlos se sienta con ellos. Luego decide llevarlos a casa, pero Matías insiste en que Elena venga con ellos. Carlos, con voz resignada, acepta que venga solo para comer.
Los cuatro se dirigen a la casa de Ana y Carlos en San Isidro, en un coche blanco. Durante el viaje, Carlos le pregunta a Elena si es arquitecta —ella confirma que trabaja en una oficina en Miraflores— y le dice que su hermana también es arquitecta en Arequipa. Luego habla de los sueños de Matías, y Elena le dice que el niño lo sueña. Carlos suspira y le pregunta si cree en la reencarnación: Elena se queda en silencio, pero luego mira a Matías por el retrovisor y dice que hoy cree en algo más fuerte que la razón.
Llegaron a la casa de San Isidro, una casa pequeña y bonita con un jardín de flores rojas y amarillas. Matías lleva a Elena a su habitación, que está decorada con dibujos de dinosaurios —los mismos que a Tomás le gustaban— y un mapa del mundo con marcas en diferentes lugares. Matías le dice que en sus sueños, ellos visitan esos lugares: Machu Picchu, la selva, España. Elena se queda muda: esos son exactamente los lugares que le prometió a Tomás que visitarían, ya que Juan —su ex marido— era español y le había prometido llevarlo a conocer su país natal.
Ana llama a todos a la cocina: ha preparado arroz con pollo y ensalada —el plato favorito de Tomás. Matías grita de alegría al verlo, diciendo que es su favorito. Mientras comen, Matías le dice a Elena que en sus sueños ella le hace arroz con pollo todos los domingos y le pone salsa picante, pero solo un poco, porque le duele la boca. Elena sonríe con lágrimas en los ojos: Tomás le gustaba la salsa picante, pero siempre le dolía la boca, así que ella le ponía solo un poco. Carlos le pregunta a Elena si su hijo también le gustaba, y ella confirma.
Después de comer, Ana le pregunta a Elena si le gustaría venir a vernos más a menudo, a pasar tiempo con Matías. Elena acepta con voz segura, y Carlos le dice que tienen que hablar de reglas para que Matías no se sienta confundido —él es su hijo, y lo quieren mucho. Elena promete no hacerle daño a nadie, solo querer estar con Matías y conocer la verdad. Matías le tocó la mano y le dice que la verdad está en sus sueños, en sus ojos, en su reloj y en la canción de los mangos.
Cuando Elena se despidió, Matías le dio un abrazo fuerte y le dijo: “Vuelve pronto, mi reina de mangos”. Ana y Carlos se quedaron sorprendidos: ese era el nombre secreto que Tomás le había puesto a Elena. Elena le responde: “Sí, mi pequeño esmeralda, volveré pronto”. Carlos la lleva al coche y la deja en el parque de la Reserva. Antes de bajar, le toma la mano y le dice que no sabe qué está pasando, pero ve que Matías se siente bien con ella —y eso es lo que importa. Elena le agradece y baja del coche, mirando cómo se aleja. El sol está bajando, y ella siente que ha vuelto a casa, que ha vuelto a Tomás, y que no volverá a estar sola.
El Capítulo 2 cierra con esa sensación de regreso, y el Capítulo 3 empieza con Elena caminando hacia su apartamento en Miraflores, con la mano sobre el reloj de cuero como si fuera un amuleto. Llega a su casa y se encuentra con el aroma de polvo y recuerdos: las fotos de Tomás en la pared, el árbol de mangos de porcelana, el sofá donde solían ver películas. En ese momento, entra Carla —su hermana— con una cesta de mangos, diciendo que necesitaba verla porque no le había contestado el día anterior.
Elena le cuenta a Carla todo lo que pasó con Matías: el encuentro en el parque, los sueños, la casa con la puerta azul, Doña Rosa y Negra, el reloj, los nombres secretos. Carla escucha en silencio, con la boca abierta, y cuando Elena termina, le dice que no lo puede creer —es imposible. Elena le insiste que es verdad, que los detalles no se inventan, y Carla, al ver la emoción en su hermana, acepta que tiene razón.
En ese momento, el teléfono de Elena suena: es un mensaje de Ana, que le envía una foto de un dibujo que Matías le hizo. Es un dibujo de dos personas caminando por un camino con árboles de mangos: una es Elena y la otra es Matías. En la parte superior, está escrito: “Mi reina de mangos y yo en el mapa de los sueños”. Elena se emociona y se lo muestra a Carla, quien decide ir con ella a conocer a Matías.
Dos días después, Elena y Carla llegan al parque de San Isidro, donde Ana, Carlos y Matías les esperan. Matías corre hacia Elena y le abraza, y luego mira a Carla y le dice que es su hermana —en sus sueños, viene a visitarlos a la casa de la puerta azul, le trae jugo de mango y le cuida el pelo a Elena cuando se pone triste. Carla se agacha y le toma la mano, sintiendo la misma calidez que Elena.
Matías lleva a Carla y a Elena a un banco donde tiene un mapa grande hecho con colores de cera. Es más detallado que el de su habitación, con marcas en Machu Picchu, la selva, Madrid y un pueblo pequeño en la costa norte llamado Puerto Esmeralda. Elena le pregunta qué es Puerto Esmeralda, y Matías le dice que en sus sueños van allí juntos: hay una playa con arena blanca y agua verde como esmeraldas, y un árbol de mangos muy grande —el más grande del mundo— que es su árbol secretro, donde le prometieron que nunca se olvidarían.
Elena se queda sin aliento: Puerto Esmeralda es el pueblo donde nació Tomás, y solo ella y Carla lo sabían —habían ido solo una vez cuando Tomás tenía tres años, para conocer a sus abuelos paternos, que murieron poco después. El árbol de mangos más grande del mundo es real, y sí, le había prometido a Tomás que sería su árbol secretro. Carla le pregunta a Ana y Carlos si han estado en Puerto Esmeralda, y ellos negán —nunca lo han oído hablar.
Ana le pregunta a todos si quieren ir a Puerto Esmeralda, un viaje todos juntos. Carlos frunce el ceño, pero al ver la esperanza en los ojos de Matías, acepta. Elena abraza a Ana y a Carlos, agradeciéndoles. Los siguientes días son de preparativos: Elena pide permiso en el trabajo, Carla decide ir con ellos, y Ana y Carlos reservan un coche y un alojamiento. Matías no para de hablar del viaje, del árbol, de los abuelos —para él, no es un viaje, es un regreso.
El día del viaje, se reunieron en el parque de San Isidro a las seis de la mañana y empezaron a conducir hacia el norte por la Panamericana. El sol salió por encima de los cerros, y el paisaje cambió de ciudades a campos de algodón y caña de azúcar. Matías estaba en el asiento trasero, dibujando y cantando la canción de los mangos. Llegaron a Puerto Esmeralda al mediodía: es un pueblo pequeño y tranquilo, con calles de tierra y casas de adobe. Al final de la calle principal, hay una playa con arena blanca y agua verde como esmeraldas, y en el extremo, al lado de un muelle, el árbol de mangos más grande del mundo.
Matías corre hacia el árbol y dice que es igual que en sus sueños. Elena se acercó a él y le recuerda la promesa que le hizo a Tomás. En ese momento, un hombre mayor con cabello blanco llega al muelle: es el tío de Tomás, el hermano menor de su suegro Roberto. Nunca lo había conocido, pero había visto fotos suyas. El hombre mira a Matías y le dice que tiene los mismos ojos de esmeralda que Roberto. Matías le dice que es Tomás en sus sueños, y el hombre se emociona, diciendo que su hermano siempre dijo que el amor nunca se pierde —que vuelve en formas que no entendemos.
Todos se sentaron bajo el árbol de mangos, comiendo mangos y hablando de los sueños, de los recuerdos, de la fuerza del amor. Matías se acurruca en el regazo de Elena y dice que está en casa. Elena le acaricia el pelo y siente que el vacío en su corazón se ha llenado completamente. Había vuelto a casa, a su árbol secretro, a su amor.
El Capítulo 4 empieza con el viaje de regreso a Lima, silencioso pero lleno de reflexión. Carlos le pregunta a Elena qué piensa hacer ahora, y ella dice que lo que sea necesario para estar con Matías, protegerlo y que nunca se olvide de su legado. Ana dice que el legado de Tomás y el de Matías son dos cosas en una, y Carla le dice a Elena que no está sola.
Llegaron a Lima al anochecer, y Carlos deja a Carla y a Elena en sus casas. Los siguientes días, la vida de Elena cambia completamente: todos los días después del trabajo, va a visitar a Matías en San Isidro. Juntos dibujan, cantan, comen arroz con pollo con salsa picante. Ana y Carlos hablan con un abogado para definir la relación: Elena no quiere ser la madre de Matías —sabe que Ana y Carlos lo aman—, pero quiere ser parte de su vida, su tía reina de mangos, como le llama Matías.
Un sábado por la mañana, Elena llega a la casa de San Isidro y encuentra a Matías con un cajón de madera de roble, con un dibujo de un árbol de mangos en la tapa. Matías le dice que lo encontró en el armario de su habitación —Ana y Carlos lo encontraron en el sótano hace dos años y no sabían de quién era, pero en sus sueños es su cajón. Elena se agacha y mira dentro: hay calcetines de niño, un lápiz roto y una foto en blanco y negro de Tomás y ella en la casa de la puerta azul, el día de su cumpleaños. Elena se emociona y dice que es el legado de Tomás y de Matías.
En ese momento, el teléfono de Ana sonó: es el tío de Tomás, que le dice que encontró un cuaderno en la casa de Roberto y Rosa con los sueños de Tomás cuando era pequeño. Hay un mensaje para Elena: “Mi reina de mangos, cuando vuelva, te mostraré el lugar donde guardamos el secreto del árbol.” Elena se queda sin aliento: Tomás le había hablado del secreto, pero nunca le había dicho de qué se trataba. El tío le dice que el cuaderno está en Puerto Esmeralda y que los espera.
Al día siguiente, se reunieron de nuevo y volvieron a Puerto Esmeralda. El tío de Tomás les esperaba en la casa de Roberto y Rosa, una casa de adobe con un jardín de mangos. Le entrega a Elena el cuaderno de cuero marrón, igual que el reloj. Elena lo abre: las primeras páginas tienen dibujos de Tomás, y luego los sueños anotados por Roberto. Uno de ellos dice: “Sueño que estoy en el árbol de mangos, y hay un cofre bajo las raíces. Dentro, hay un libro con las canciones de los mangos y una medalla de esmeralda que mi mamá me dará cuando sea grande.”
Matías le muestra un mapa dibujado por Tomás con la marca del cofre bajo el árbol secretro de la playa. Todos se dirigen a la playa, y Matías señala el punto. Carlos empieza a cavar y, después de unos minutos, encuentra un cofre de madera oscura con un candado de bronce. Matías le dice que la clave es una palabra: “esmeralda”. Carlos gira el candado y se abre con un clic.
Dentro del cofre, hay un libro de cuero con “Canciones de los Mangos” grabado en la tapa y una medalla de esmeralda en forma de árbol. En el reverso, está escrito: “Para mi reina de mangos, de mi pequeño esmeralda. El amor es eterno.” Matías se la pone a Elena, quien lo abraza con todas sus fuerzas, sintiendo la presencia de Tomás más fuerte que nunca.
El tío de Tomás dice que Roberto siempre dijo que Tomás tenía un propósito: unir a todos y mostrar que el amor no muere, que se transforma. Carla abre el libro y lee la primera canción —la que Tomás y Elena cantaban juntos— y todos empiezan a cantar, con Matías a la cabeza. El viento movió las hojas del árbol, y pareció que se unía a la canción.
Después de cantar, Matías dice que tienen que llevar el libro a la casa de la puerta azul en Surco, para que el legado quede allí.




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