La Regente (petrova)

Capítulo IV

CAPITULO IV


 

Viktor no podía creer que su hija lo hubiese desafiado de esa manera; le había dado todo, le había enseñado todo, y aun así lo había dejado para cargar con la vergüenza de tener que explicarle a los regentes de las otras Repúblicas que su propia hija había desaparecido de su ciudad, que había burlado las guardias y lo había desobedecido; debía encontrar una forma de ocultar esto del resto de las personas.

La furia y la indignación lo consumían, aquello había sido imperdonable, Elektra había cruzado una línea de la que nunca podría regresar, no descansaría hasta encontrarla y hacerla pagar por la humillación que le había ocasionado.

-Viktor – Llamó su esposa, por lo que parecía la tercera vez – Viktor, cariño.

-Ahora no, Katya.

Necesitaba elaborar un plan, Elektra no debía estar muy lejos, la había subestimado, de eso estaba seguro, pero sabía muy bien que no sobreviviría por mucho tiempo sola más allá de los muros.

-Elektra puede morir – Murmuró entre sollozos – Si los salvajes la encuentran.... Viktor, mi pequeña...

-La traeré de vuelta, Katya, eso te lo puedo asegurar.

An tenía un cabo suelto que atar, Selene no había dejado de preguntar por su hijo, lo mejor sería encargarse de ambos y matar dos pájaros de un solo tiro; le diría que los dos habían escapado esa noche, y el tema de Tai quedaría olvidado; sabía que había actuado precipitadamente al pedirle al General que se encargara de él, pero había pensado que con Tai fuera del panorama entonces su hija se enfocaría en lo que debía hacer.

-Katya, déjame a solas – Pidió en su voz seca.

La mujer se puso de pie con las lágrimas brillando en sus mejillas y abandonó la habitación en silencio.

Viktor apretó el botón sobre su escritorio y la imagen del General se dibujó frente a él enseguida.

-Maestre.

-General, hay algo de suma relevancia que necesito que trate, solo tú conocerás esta información, nadie más puede saberla – Indicó sacando unos planos extraños llenos de colores y formas, de la gaveta inferior. La cacería había comenzado.

***

Elektra corrió tan rápido como sus piernas le permitieron a medida que se iba adentrando en una especie de bosque inacabable. Apenas era capaz de distinguir algo en la completa penumbra de la noche, sus músculos estaban agarrotados, sentía que sus piernas falseaban, pero sabía que no podía darse por vencida, no ahora que por fin era libre; debía alejarse de Petrova tanto como pudiese.

Cuando finalmente el cansancio la venció y no pudo dar ni un solo paso más, se dejó caer en el suelo mientras se aferraba las piernas con las manos. Todo a su alrededor estaba oscuro, la briza fría hacía que sus dientes castañearan, sus pies latían del dolor y sus piernas y brazos estaban llenos de arañazos y raspones con la sangre oscura comenzando a secarse sobre su piel. Miró hacia atrás, allá por donde había huido; no había ni rastro de la ciudad amurallada, era casi como si nunca hubiese existido, como si aquella vida hubiese sido un sueño del que por fin había despertado.

El vestido de verano apenas le cubría el cuerpo y estaba roto y manchado ahí donde las largas y filosas ramas de los arboles la habían aruñado. Se puso de pie mientras sus dientes castañeaban sin cesar en su boca y tomó el bolso que Tai había hecho para ellos; se prometió a sí misma que no lloraría al ver las dos mudas de ropa pulcramente dobladas en su interior; sacó la primera que vio y rápidamente, intentando ignorar el frio, se quitó el vestido y se puso el largo pantalón marrón de algodón y la camisa manga larga blanca, que era lo que normalmente utilizaban los ciudadanos de Petrova, como una especie de uniforme diario para los sirvientes; Tai había asumido que si algún guardia los veía en la noche, podrían escabullirse haciéndose pasar por uno más de la ciudad, nadie sabría que se trataba de Elektra. La ropa era dos tallas más grande que ella, por supuesto, habían pertenecido a Tai, amarró con fuerza un cinturón a su cintura y guardó el vestido en el bolso.

Caminó un poco más hasta encontrar un lugar donde pasar el resto de la noche, sabía que solo faltaban unas pocas horas para que saliese el sol, podía comenzar a ver la suave luz alzándose sobre ella con matices que aún no alcanzaban los verdaderos colores. Adentrándose en un pequeño claro, rodeado por inmensos pinos que dejaban al descubierto sobre ella un círculo perfecto que atravesaba el firmamento, y le permitía ver la inmensa luna llena sobre ella, bordeada de estrellas, como si hubiesen sido cosidas por manos expertas sobre la inacabable tela del cielo; tomó su bolso y lo usó de almohada mientras se acurrucaba en el suelo viendo su estrella. El olor de Tai seguía en su ropa, el suave y perfecto aroma que tanto amaba inundó todos sus sentidos mientras se dejaba llevar finalmente por el sueño.

***

Noah llevaba dos días rastreando aquel ciervo, era el primero que veía en semanas, había estado siguiendo sus huellas, su olor y las ramas de árboles rotos que dejaba a su paso; no podía volver a casa con las manos vacías, no después de todo lo que Mika y él habían tenido que hacer, y mucho menos con los juegos y los tributos aproximándose.

-Perdimos el rastro – Replicó cansado el chico que estaba su lado – Tenemos que regresar, nos hemos alejado demasiado.




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