La Regente (petrova)

Capítulo VII

CAPITULO VII


 

Elektra tenía más de dos horas dando vueltas en la cama, estaba cansada pero el sueño no venía a ella, suponía que era una de esas veces cuando sientes que estás demasiado exhausta como para dormir.

La casa estaba en silencio, nadie había entrado desde que Mika la había dejado en la habitación, lo pensó por un momento y al final decidió levantarse por algo de agua; vio el pantalón sobre la mesita de noche, pero estaba tan cansada que le parecía un esfuerzo innecesario ponérselos sólo para ir a la cocina y regresar, además, la camisa era lo suficientemente larga como para cubrirle un poco el cuerpo.

Medio somnolienta, salió de la habitación y caminó descalza por el frío pasillo hasta llegar a la cocina; la ventana de la habitación había estado cerrada, así que no había sentido el cambio de clima en el ambiente, ahora se arrepentía de no haberse puesto el pantalón, el frío la hacía temblar violentamente. Sirvió un poco de agua en uno de los vasos de metal que estaban sobre la mesa, y bebió del líquido como si fuese la primera vez en días que lo hacía, y a decir verdad, se dio cuenta de que no había tomado un vaso de agua en muchas horas.

Repitió el procedimiento un par de veces hasta que se sintió lo suficientemente hidratada y volvió al pasillo recorriendo sus pasos. Estaba a punto de entrar a la habitación, cuando vio que la puerta a su derecha estaba abierta, Mika no había dicho nada de aquella habitación, y a pesar de que sabía que no debía, que ya había abusado demasiado de su confianza, la curiosidad pudo más que ella. Mordiéndose el labio caminó lentamente sin hacer ruido, la puerta de madera estaba entreabierta, lo suficiente como para solo necesitar empujarla un poco; con cuidado, Elektra la abrió lentamente.

La habitación estaba vacía, como era de esperarse, una cama, igual que la de Mika, estaba dispuesta en el centro, sus sabanas estaban arrugadas y deshechas, como si alguien acabase de pararse de ella; Elektra entró lentamente a la pieza intrigada por lo que veía. No había mucha diferencia entre la habitación de Mika y esta, salvo que donde la primera era todo orden, la segunda parecía un caos total; la ropa estaba tirada descuidadamente sobre una silla en una esquina, varios cuchillos filosos amontonados sobre una encimera, y para total sorpresa de Elektra, una larga pila de libros desfilaba junto a la cama. Se acercó fascinada, olvidándose momentáneamente de que estaba entrando sin permiso, eran tantos libros; leyó los títulos borrosos de sus lomos, Crimen y castigo, Edipo Rey, Guerra y paz, La divina comedia, Los miserables, Orgullo y prejuicio, Viaje al centro de la tierra; habían diversos tomos de poesías también, los reconocía porque su padre se los había leído, Keats, Byron, Neruda...

Tomó el primer tomo sobre el que pudo poner las manos. Era un libro antiguo, incluso más antiguo que cualquiera que hubiese visto en la biblioteca de su padre; leyó la portada con fascinación, El paraíso perdido de John Milton, rezaba el título en descoloridas letras doradas. Elektra lo abrió aspirando el increíble aroma que tanto le gustaba, no había mejor olor en el mundo que el de un libro. Pasó las hojas distraídamente, estaban amarillentas y descoloridas, como si sus páginas hubiesen sido leídas infinidades de veces; se detuvo cuando sus ojos llegaron a una página que había sido rayada. Gruesas líneas a carboncillo bordeaban una amplia cita del libro.

"¿Cuándo permanecía en el polvo, te pedí acaso ¡Oh Creador!, que me transformaras en hombre? ¿He solicitado que me sacaras de las tinieblas o que me colocaras en este delicioso jardín? Como mi voluntad no ha transcurrido a mi ser, es justo y equitativo que me reduzcas otra vez a polvo de que nací, ya que deseo resignar, devolver lo que he recibido, porque me siento incapaz de cumplir tus durísimas condiciones por las cuales debía alcanzar un bien que no he solicitado. ¿Por qué has añadido a la perdida de este bien, que ya es bastante castigo, el sentimiento de una desdicha sin fin? Tu justicia parece inexplicable..."

Elektra leyó abstraída aquellas palabras, eran una especie de lamento, el sentimiento de que una maldición divina había caído sobre aquella persona, sometiéndola a una belleza que no pedía, a una dicha que solo le traía una desdicha eterna.

Estaba tan absorta en el libro que no escuchó cuando la puerta de la casa se abrió, ni cuando unos pasos recorrieron el pasillo, ni cuando alguien más abrió la puerta del cuarto, hasta que ya fue demasiado tarde.

Se levantó de la cama dejando caer el libro al suelo. Noah la estaba contemplando apoyado contra el marco de la puerta. A la última persona a la que había esperado encontrar en su cuarto había sido a aquella intrigante y misteriosa chica de ojos verdes. La joven clavó su mirada en él y pudo contemplar con un repentino e inexplicable placer, cómo un nítido rubor subía desde la punta de sus pies descalzos y se extendía por sus largas, blancas y perfectas piernas desnudas, hasta llegar a sus mejillas. Sonrió satisfecho, tal vez era el efecto del alcohol, tal vez era el cansancio, no lo sabría decir, pero por alguna razón sentía que no podía apartar la mirada de aquellos ojos que lo miraban asustados.

Elektra nunca había estado tan consciente de su propia desnudez, no había esperado encontrarse con nadie, y mucho menos que la descubrieran husmeando a mitad de la noche. Tomó el dobladillo de la camisa y trató de estirarla más allá de sus muslos, pero la tela apenas cubría un tercio de sus piernas.




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