CAPITULO XXIII
Corrió todo el camino de vuelta a la calle principal, la fría brisa de la noche golpeaba su rostro, congelando las lágrimas que lograban escaparse de sus ojos. La nieve en el suelo le dificultaba los pasos, pero no se detuvo hasta vislumbrar a lo lejos las hogueras encendidas en el centro de la plaza, y los cientos de rostros sonrientes que bailaban y conversaban alrededor de ellas.
Tomó aliento recuperando la calma, sabía que Mika sentiría el cambio en su humor si no se controlaba; era una noche especial, después de todo, estaban a salvo, la milicia no iría hacia ellos esa noche, y todo había sido gracias al chico que le acababa de gritar con rabia en la casa.
Mika distinguió la figura solitaria de Eli al final de la calle, su mirada triste estaba perdida en la nada, contemplando más allá de las personas, mirando sin realmente ver, a nadie ni nada. Intentó nuevamente "encender" su don para tratar de comprender lo que le sucedía; pero apenas llegaban a él pedazos incoherentes e inconclusos de emociones, no era capaz de leerla por completo.
—Permiso — Dijo excusándose de Marko y Misha, quienes seguían hablando animadamente — Volveré en un momento.
Los dejó y caminó en dirección a la chica, que parecía petrificada en el mismo lugar; sus mejillas estaban coloradas del frío, y sus labios partidos permanecían entreabiertos mientras el vaho salía por ellos.
—¿Eli?
Elektra parpadeó volviendo a la realidad. Mika la estaba observando con preocupación, y se maldijo internamente; debía controlarse, no podía demostrar con tanta facilidad sus sentimientos.
—Lo siento — Dijo forzando una sonrisa en su dirección — Creo que me entretuve con la música.
—¿Estás bien?
Elektra asintió intentando parecer natural, aunque sabía que estaba fallando monumentalmente por la mirada de escepticismo de Mika.
—Bailemos — Replicó, tomándolo del brazo — Nunca he estado en una celebración así.
El chico la miró con recelo, pero finalmente sonrió y se dejó arrastras hasta el centro de la plaza.
La música sonaba en el ambiente mezclándose con la propia naturaleza, con el salvaje susurrar del viento y el sonido de las hojas y ramas de los árboles siendo abatidas. El agua incesante del río a lo lejos, bañaba la aldea con el fragor de los instrumentos. Elektra observó a su alrededor sorprendida, era la primera vez que presenciaba algo como eso; era como un canto a la vida, a la naturaleza, a la libertad; todos los sonidos se mezclaban perfectamente y se fundían en un solo ritmo sin reglas. Nadie seguía unos pasos dictados por la sociedad, nadie seguía un protocolo para unirse a la danza; los cuerpos simplemente se movían y desplazaban en el lugar con una ensordecedora melodía rítmica.
La chica intentó imitar sus movimientos sin éxito. Sus torpes pies apenas se despegaban sin gracia del suelo, y sus caderas se movían sin ritmo de un lado al otro.
—Intenta relajarte — Recomendó Mika, sosteniéndola de la cintura — No pienses en la música, solo siéntela.
Elektra no estaba segura de cómo sentir la música. A los bailes que había asistido en su vida, la música era acordada previamente por los organizadores o sus propios padres, los inmensos y elegantes vestidos entorpecían cualquier tipo de movimiento, y además, los pasos siempre eran los mismos; nunca cambiaban, habían sido dictados siglos atrás y eran inmutables; pero hizo como Mika le dijo. Cerró los ojos y dejó que los sonidos la embargaran, entraran en su cuerpo como hondas que erizaban su piel hasta que el ritmo simplemente la llenó. Rió sin abrir los ojos, dejando que el sonido de tambores, de agua, de pisadas, de suaves voces que parecían canto de sirena, moviera su cuerpo de un lado al otro. Saltó, movió las caderas mientras bajaba y subía sobre sus piernas.
Mika la observó moverse despreocupadamente mientras reía; la vio alzar sus brazos al cielo mientras su cuerpo se movía como el hipnótico danzar de una cobra. La contempló absorto en la belleza que reflejaba, en la paz y serenidad que transmitía.
—¿Bailarás conmigo o te quedarás mirándome toda la noche? — Inquirió la chica, abriendo finalmente sus ojos y sonriéndole —¡Bailemos!
Mika se unió a ella y a la celebración, dejándose llevar por la música, por las manos de Elektra, su risa, sus pasos, su libertad; y por primera vez en la vida, sus problemas parecieron alejarse en una nube demasiado cargada, que alzaba el vuelo lejos de él, y lo dejaba todo en calma.
—¿Cómo es que nunca había bailado realmente? — Preguntó la chica sin dejar de moverse — Deberíamos hacer esto todas las noches.
Mika rió, no había nada que decir, solo quería disfrutar ese momento tanto como durara.
Bailaron dos, tres, cuatro canciones, ninguno de ellos las contó, bien pudieron haber sido veinte; sentían que habían bailado toda la noche. Sus piernas estaban entumecidas, pero no les importaba, la adrenalina bombeaba a través de sus cuerpos mientras se detenían a tomar aire.
—Quisiera que todos los días pudiesen ser iguales a este — Murmuró Elektra entre profundas exhalaciones — No es justo que solo puedan tener un momento de felicidad antes de volver a la realidad.