Las trompetas resonaban en aquella capilla, dando inicio a la ceremonia de coronación de la nueva reina, todos los presentes se pusieron de pie para recibir a la heredera de la corona, dirigieron su vista hacia las puertas que se abrían dejando ver a la que sería su reina, aquella que los llevaría a la nueva era, todos los que la afirmaba podían ver su semblante serio e imperturbable, pero nadie veía más que eso todos querían algo de ella, ayuda, influencia o poder.
Aún no sabían el dolor y la carga que llevaba sobre sus hombros, la sangre manchando sus manos que le recordaba el dolor de ser la futura reina de Lingrich, aquel reino que le apodaban Helarest, por qué cada miembro de la familia real que subía al trono nunca volvía a hacer lo que era, se convertían en un ser sin sentimientos, ella sin ningún temor camino por el pasillo hasta pararse frente al sacerdote que estaba frente de ella, y con claridad escucho las palabras que la condenarían a una jaula de oro
—Anastasia Belmonte Villegas princesa de Lingrich jura lealtad hacia su pueblo como sus ante pasado y llevarlos a la prosperidad —la mira directamente a los ojos
Algo en su interior le gritaba no no aceptes, pero ya no había marcha atrás la sangre derramada no sería en vano, y con el dolor quemando le por dentro dijo aquellas palabras
—lo juro
—Con ustedes, la nueva reina de Lingrich —el sacerdote levantó la corona mientras Anastasia giraba para ver a todos —¡Que viva la reina! —alzo la voz poniendo la corona sobre la cabeza de ella.
Solo se escuchaba la voz de de los presentes aclaman por su nueva reina, mientras que ella cerraba los ojos, trayendo recuerdos a su memoria.
La habitación estaba sumida en un total silencio, ella no podía evitar que su manos temblaran, al ver tanta sangre, soltó aquella daga mientras veía el cuerpo tendido sobre el piso ya sin vida, quería gritar, llorar, pero no podía había perdido la voz por la impresión, se escuchó los pasos resonando hacia la habitación, volteó hacia la puerta, lo más rápido posible busco un lugar donde ocultarse
Abrió los ojos con el picor de las lágrimas que amenazaban por salir, camino hacia la salida de esa capilla para ver a su pueblo, aquella gente que no tenía nada, en ese momento, miro como ellos la reconocían como su reina, recordando le la promesa que había echo antes de subir al trono
—Mi destino aceptaré —murmuro —ahora más que nadie, yo seré la que cambie la historia
—Majestad —el jefe de la guardia se acercó a ella, no sin antes inclinarse ante su reina —le a llegado está carta
La tomo en sus manos, pero antes de que la abriera, leyó aquellas palabras que estaban al reverso de aquel sobre identificando la letra y aquel sello
—gracias capitán, puede retirarse
Cuando el se fue, levantó un poco su vestido para poder caminar lo más rápido posible entrando al castillo, abrió las puertas del despacho, cerrando tras ella, desdobló aquella hoja rompiendo el sello con aquella flor grabada
Felicitaciones, mi querida reina espero que la coronación haya sido todo un éxito, y que mi ausencia sea gratificante para su reino, no olvide para nada mi existencia, aún que creo que una parte de usted nunca lo olvidará.
Hasta pronto mi reina, espero esperar noticias suyas muy pronto.
Atentamente: Nicolás
Ella agarró aquella hoja y la arrugó mientras dejo caer su puño en la mesa
—¡No! —grito mientras caminaba dando vueltas por el despacho
—no puede arruinar mi plan —camino hasta el estante dónde un montón de libros llenos de polvo, al abrir una compuerta secreta, metió su mano sobre su escote sacando una llave que colgaba sobre sus pechos
Al escuchar el click, del seguro introdujo aquella carta, pero algo más llamo su atención, aquel collar de doble compuerta acarició la superficie, mientras una lágrima rodó por su mejilla, al abrir aquel collar, vio la foto de su hermana la acercó hasta su pecho mientras sacaba de aquel cajón aquel diario con letras doradas
—perdóname madre —en lágrimas dijo —te fallé
Unos golpes en la puerta la hizo reaccionar
—majestad —rápidamente guardo esas cosas, mientras escondía aquella llave —majestad, ¿Se encuentra hay?
Si, un momento _cerro aquella puerta, y dejar todo como estaba —puedes pasar
Por la puerta, entro su dama de compañía, cerró aquella puerta acercándose unos paso de ella
—su majestad —le susurra —el señor Marín, ya está aquí para su audiencia con usted
Marín era el hombre de confianza de su padre, a pesar de tener muchos años sirviendo a la corona a ella nunca le agrado su forma arrogante y prejuiciosa, ahora que ella era la reina, no permitiría estar en el consejo ni un minuto más
—házlo pasar Meredith —dijo con la calma que no tenía mientras se sentaba detrás del escritorio
Al abrir la puerta ella vio pasar aquel hombre, si bien para sus 54 años aún se conserva, iba con una traje echo a su media, hasta ella le llegó el olor de su colonia, y aún que se le podía notar la leve cojera en su pierna izquierda, el trataba de disimular la con aquel basto, con una sonrisa que a ella le pareció burlesca aquel hombre la saludo cortésmente, inclinado se.
—majestad —ella forzó una sonrisa
—señor Marín —señalo la silla enfrente de ella —por favor tome asiento
—gracias su majestad —dice al momento que toma asiento y apoya las dos manos sobre aquel bastón
—me alegro que pudiera venir
—siempre que usted lo solicite aquí estaré
—no se preocupe —lo mira directamente a los ojos —no será necesario que vuelva a venir
Vio como aquel hombre borraba por un momento de sus labios la sonrisa, pero volvió a sacarla con una pequeña risa
—creo que no le estoy entendiendo su majestad
—¡Oh!, Claro que me entiende, es lo que usted se está imaginando —ahora es ella quien sonríe —lo estoy removiendo del consejo