No habían ni terminado de desayunar cuando se disponían a poner rumbo a Efitra. Con las fuerzas ya de nuevo recuperadas, Alanna subió al caballo detrás de su dama. Apenas se dirigían la palabra, las dos eran tercas a la hora de pedir perdón desde los tiempos en los que ella no era más que una niña con coletas, que quemaba su cama en sus rabietas.
El relincho de un caballo hizo que todos mirasen al joven que se acercaba. Eliān apareció con dos jamelgos más y una mirada de reproche para Azai, quien ignorando su gesto, le sonrió.
— Sabía que me encontrarías.— Agarró su cuadrúpedo mientras le palmeaba la espalda a su amigo.
— Ya hablaremos más tarde. — Chocó su hombro con el suyo. — Eliān del Este para servirle. — Se arrodilló ante Alanna, que asintió.
— No perdamos más tiempo, hay que llegar a la ciudad antes de que salga la luna. Solo así estaremos protegidos. — Apremió Ivette y todos se pusieron en marcha.
El camino era largo y tremendamente pesado, no solo por el sol del desierto sino también por los espejismo y la falta de agua. Extrañamente la joven de cabello ceniza apenas notaba síntomas del cansancio, es más, empezaba a notar como la fuerza aumentaba dentro de ella, aún así se guardó sus pensamientos porque todavía no eran más que hipotésis.
Los que sí parecían tener ciertos problemas eran los dos cazadores del Este, iban al final del grupo, enzarzados en una conversación en voz baja que sonaba más a un reproche hacia Azai.
— ¡¿A caso has perdido el juicio?! Deberíamos habernos quedado en la posada, estamos de vacaciones y tú te dedicas a malgastar el tiempo en acompañar a una mujer que ni siquiera sabes de verdad si es la princesa. — Preguntó mirando de soslayo a la dama, que se encontraba unos metros más para adelante.
— Lo es, sé que lo es. — Respondió el rubio. — Tú no viste lo que yo anoche, las leyendas hablaban de personas con dones especiales, suena a locura pero te digo que es verdad. — Relataba con un brillo bizarro en los ojos.— Eres libre de hacer lo que quieras pero yo voy a seguir, siento que tengo que hacerlo.
— Estás loco viejo amigo, pero ante todo no te dejaré solo.
Estrecharon sus manos en un gesto de tregua y se acercaron al resto del grupo.
Cuando el sol empezó a descender de nuevo, sin embargo quedaban unos cuantos kilómetros para alcanzar la ciudadela. No podían hacer nada más, los caballos estaban agotados y ellos también, así que improvisaron un pequeño fuego para calentarse del frío que comenzaba a ceñirse sobre sus cabezas. Alanna, ajena a esa sensación se sentó al lado de Ivette que tiritaba bajo el manto para darle la mano. En seguida el calor regresó a la mujer.
— Lo siento, me he comportado como una cría, sé que solo querías protegerme. — Dijo la joven agachando la cabeza.
Ivette se la apretó más y con expresión de arrepentimiento suspiró.
— Perdóname tú por todo, te saqué de tu hogar sin darte explicaciones, hay cosas que no puedo decirte aún pero necesito que confíes en mí.
— Eres lo único que tengo, tú me criaste. — Se abrazaron.
Quizás ninguna sabía exactamente a que se iban a enfrentar, pero sí que lo harían juntas.
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La luna roja brillaba en la inmensidad del cielo. Azai y Ēlian hacían guardia, de vez en cuando el rubio miraba de reojo a la princesa que dormía ajena a los ruidos y el frío. Tenía que estar protegida si querían que llegara con vida al bosque de Huton, no sabían cuales eran los motivos de llevarla hasta allí pero las acompañaría.
— Los demonios nos huelen, me siento rodeado y eso que ni los veo. — Susurró a su amigo que apretaba el mango de su espada preparado para sacarla en cualquier momento.
— Esto no me gusta nada, ¿Qué ven tus ojos de rastreador? — Preguntó de vuelta.
— Sombras a lo lejos, se acercan en grupo. — Achinó los ojos.
Ēlian se asustó, aquellas criaturas no eran agradables, al menos no la que él había visto días atrás. De repente, la luna se ocultó tras una nube y todo quedó en penumbra.
— Tenemos que salir de aquí, Azai. — Se apretó el cinto.— En cuanto la luna vuelva atacarán.
Asintieron mutuamente.
— ¡Despertad! ¡Rápido! Hay criaturas de las sobras acechando. — Despertaron a los demás, los jóvenes empezaron a guardar las cosas y apagaron el fuego.
— Llevan días vigilando, aguardando. — Comentó Ivette. — Esperan órdenes de su amo.
—¿Y quién es su amo? ¿De qué criaturas habláis? ¿Ivette? — Se miraron entre ellos pero nadie dijo nada. Alanna bufó.
El viento despejó el cielo y la luna aumento su destello. En ese instante, un rugido intenso cruzó el desierto, Azai echó la vista atrás y sacó una flecha.
— ¡Preparaos! ¡Subid a los caballos! Hay que llegar a Efitra.
Lo hicieron sin objeción. El relincho de un jamelgo alertó a los demonios que se acercaban cada vez más a ellos, pero fueron más rápidos y cabalgaron sin tregua.
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Editado: 14.07.2021