La Reina de Hordaz

2. No todo lo que brilla es magia (parte 1)

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La Kilfada, una persona que se hacía llamar bruja pero que en realidad tenía toda la fama de ser una charlatana, tenía los ojos cerrados, la mano de Lelé yacía sobre la suya, con la palma extendida y los nudillos hacia la mesa. La mujer se estaba concentrando, o al menos aparentaba hacerlo. De pronto, abrió los ojos, sonrió y un diente de oro destelló entre su blanca dentadura, miró a su clienta y acarició suavemente las líneas de su mano.

—Te sucederán cosas maravillosas —le dijo.

Lelé le devolvió la sonrisa, pues una pequeñísima parte de ella todavía tenía la esperanza de estar ante una verdadera vidente que pudiese leerle su futuro. Sin embargo…

—¡Tu futuro está destinado a cosas maravillosas!

—¿Qué cosas? —los ojos de Lelé destellaron, ocultos bajo un hermoso antifaz de pedrería verde y plumas negras.

—Tendrás el mejor trabajo de tu vida. Considéralo una bendición, una fortuna.

—Pero ¿qué es? ¿De qué trabajaré? —una parte de ella se alegró, pues al menos no tendría que vivir encerrada en su habitación cumpliendo protocolos y recibiendo siseos de Baronesas y Condesas envidiosas.

—Serás… —la Kilfada presionó la mano de Lelé una vez más.

—Seré, seré…

—Estate quieta niña, casi te has subido a mi mesa.

—Una disculpa, suelo perder la cabeza cuando me emociono.

—¡Serás convocada al palacio real para convertirte en la sirvienta personal de la reina! —la Kilfada gritó y se llevó las manos al pecho.

—¿Qué…? —su alegría desapareció de golpe. Lelé dejó caer sus brazos, y hasta su mano hizo un sonido hueco cuando azotó contra la mesa.

—¡Ufff! He quedado exhausta —la supuesta vidente se dejó caer en el respaldo de la silla, cogió un pañuelo húmedo y se lo colocó en la frente.

—¿Gracias?

—De nada, querida. Son doscientos renichos —aquel cobro se pagaba con los renichos, la moneda nacional de Hordáz.

—Qué… bendición… ser la sirvienta personal de… la reina.

—Ya quisiéramos muchos tener tu futuro —la Kilfada le arrebató los billetes de la mano y rápidamente se los ocultó en el borde de su sostén—. Anda niña, ve a cumplir tu sueño y a mí déjame trabajar. No todos tenemos la misma suerte.

Lelé se remangó sus faldones oscuros y salió de aquella inmunda carpa que, para colmo, olía a excremento de pájaro y leche agria. En la salida se encontró con Surcea, su mejor amiga y consejera personal, quien también tenía puesto un antifaz azul marino y un vestido largo.

—¿Y bien? —ella le sonrió, estiró una de sus manos y le ocultó el largo cabello marrón debajo de la capucha que formaba parte de su larga capa de seda negra. ¿Ya mencioné que Lelé llevaba puesto un antifaz? Pues bien, ese antifaz hacía juego con el maravilloso vestido que Surcea le había confeccionado. La cogió del brazo e intentó no mancharle la capa con el trozo de elote asado que estaba comiendo—. ¿Cómo te ha ido?

—Me dijo que tendré un futuro brillante —ironizó.

—¿Y lo malo está en…?

—Como sirvienta personal de la reina.

Surcea soltó una estridente carcajada.

—Oye, que no es tan malo servirle a la reina.

—¿Segura? —Lelé enarcó una ceja.

—Yo no siento que sea malo.

—Eso es porque no eres mi sirvienta. Eres mi Corniz y mi mejor amiga.

En el reino de Hordáz se le llama Corniz a la dama de compañía que asiste a las mujeres de la alta nobleza, así como también a las consejeras espirituales y a las nodrizas.

—Y que también te hace vestidos como este. Te ves preciosa.

Lelé puso los ojos en blanco.

—Yo esperaba… no sé, algo de magia verdadera.

—Hum —la Corniz estuvo a punto de atragantarse con los granos del elote—. Casi lo olvido, mientras husmeaba entre los puestos, encontré algo que quizá sea de tu interés.

—¿De verdad? ¿Qué es? Muéstramelo, muéstramelo.

—Quieta, Majestad. Te lo mostraré cuando hayamos entrado al castillo. No quiero que nadie nos vaya a ver y delates tu bien escondida apariencia.

—Está bien —la reina resopló y siguió caminando entre los pasillos de la feria. Una feria medieval que se llevaba a cabo cada primero de julio, un día antes del cumpleaños de la reina, y que por viejas tradiciones la habían bautizado bajo el nombre de La Feria del Viento. Dicho festival duraba cinco días, y en él las personas acostumbraban a disfrazarse, ya fuese de ogros, de brujos, brujas, hadas, duendes, o, en el caso de Lelé, Surcea y las jóvenes de alcurnia que deseaban pasar desapercibidas, preferían utilizar vestidos largos y antifaces o máscaras completas.

Ileana Yeliethe Barklay Harolan, o como todos solían llamarle, Lelé, era la reina de Hordáz, Señora de la Gran Capilla, Emperatriz de la Novena Legión y Monarca del Mar Káltico. Aunque a decir verdad, muchos de los quisquillosos solían llamarle bajo los sobrenombres de: libertina, piruja, prostituta, meretriz, hetaira, ramera o cantonera, entre otras obscenidades e insultos que quizá a Surcea le hacían hervir la sangre, pero que a Ileana ya la tenían sin cuidado.




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