La Reina de Hordaz

3. Corona de espinas (Parte 1)

Lelé tenía los ojos impregnados de tristeza. Estaba frente al enorme espejo de su habitación, observando a la nada mientras su cuerpo relucía con aquel vestido que, efectivamente, Surcea se había encargado de arreglar para que Ileana estuviera contenta. Después de regresar de la Feria del Viento su Corniz le había hecho innumerables preguntas, pero por más que Ileana se había esforzado para responder y sonar calmada, Surcea intuyó que algo no andaba bien, pero prefirió no molestarla. Se había hecho de noche y Lelé tenía que arreglarse para recibir a sus invitados, y lo que podría ser todavía peor, recibir una franca propuesta de matrimonio.

—Por nuestro Gran Santo Rojo, estás bellísima —Omalie la abrazó por los hombros y casi de inmediato procedió a colocarle la majestuosa corona de reina, aquella misma que su madre lució en todas sus ceremonias importantes, y que ahora por herencia, Ileana debía utilizar.

—Gracias —Lelé intentó sonreír. Sentía el peso de aquella reliquia como una terrible corona de espinas.

—Termina de alistarte, respira un par de veces y yo te esperaré abajo. Me muero de ganas por ver al Barón.

Lelé volvió a sonreír, y al menos aquel gesto fue mucho más sincero.

—Evita que esas sanguijuelas te chupen la sangre.

—No te preocupes, querida, me puse repelente.

Omalie se fue, y apenas Ileana regresó su mirada al espejo, las palabras del brujo se revolvieron en su estómago. «Un vestido arreglado», Surcea había hecho un excelente trabajo con las telas de aquella prenda. Le había quitado el cuello alto y lo había transformado en un precioso escote revelador, también le quitó las mangas y le cortó una larga abertura vertical en el lado derecho por donde Lelé mostraría una de sus preciosas piernas. Quizá aquel era el mensaje de su mejor amiga para pedirle clemencia con el pobre y maldito Conde Oratzyo.

Lelé respiró un par de veces, terminó de colgarse sus joyas, sobre todo el deslumbrante collar de oro con la esmeralda Barklay que durante varios años perteneció a su madre, y entonces salió. Rogaba por controlarse y para que las Duquesas pudieran tener su boca cerrada, de lo contrario, Ileana desenfundaría su espada y haría rodar cabezas.

En el salón del palacio había tres músicos, uno con un violín, otro con una flauta y el tercero con un violonchelo, tocando melodías suaves y agradables mientras los invitados hablaban felices entre ellos. Aunque, Ileana sabía que más que hablar, en realidad lo que estaban haciendo todas esas personas de alcurnia era criticar cada uno de los rincones del palacio y al pobre Duque Omalie, quien no dejaba de secarse el sudor de la frente con un bonito y elegante pañuelo blanco.

—Buenas noches —desde las escaleras por donde bajaba, Ileana buscó la socarrona mirada de su tío, y solo así consiguió fingir una maravillosa sonrisa que rápidamente fue bien recibida por todos los presentes.

—¡Salve Majestad y Alabado sea Ghirán!— respondieron todos a una sola voz.

—Alabado sea Ghirán —la reina terminó de bajar las escaleras, pero apenas el Conde Houlder se acercó a ella, su corazón pareció detenerse.

—Reina Ileana, hoy luce… maravillosa. —Al parecer no era la única que pensaba infartarse, pues en cuanto el Conde vio aquel mismo vestido que le había regalado, pareciendo ahora un espantoso trozo de tela sacado de algún burdel, deseó que la tierra se lo tragara.

Ileana aprovechó la oportunidad para burlarse de él.

—Su regalo me ha fascinado, Sir. Conde.

—Eso veo, y creo que le agradó tanto que incluso le hizo algunas pequeñas modificaciones.

—Oh, Sir. Conde, espero que no tome como una grosería mi pronto atrevimiento en alterar su regalo.

—Para nada —Oratzyo se jaló el cuello de la casaca.

—Majestad —Ileana sintió un amargo sabor en la boca cuando la Baronesa Voltroit y su hija se le acercaron—, es un gusto para nosotros estar en tan… honrada presencia suya —la Baronesa esbozó una mueca de asco al ver el escote tan pronunciado de la reina.

—El gusto es mío. De hecho, les pido de favor que disfruten la velada.

—Por supuesto que la vamos a disfrutar, Alteza, pues aquí el Conde Houlder será el encargado de satisfacer nuestros oídos con una hermosa declaración.

—Oh, Baronesa Voltroid, me hace sonrojarme antes de tiempo —el Conde mostró una sonrisa apenada mientras Lelé se ponía pálida.

¿Acaso ya todos sabían sobre la propuesta de matrimonio? Y qué tal si por eso el brujo la había mencionado. Maldito charlatán mentiroso.

En cuanto Lelé tuvo la oportunidad de huir, se lanzó hacia los pasillos, serpenteando entre los invitados y llegando finalmente al brazo de su amado tío, que parecía estar absorto en su propio mundo, intercambiando sonrisas y miradas coquetas con el Barón Vergeles.

—Omalie…

—Ahora no, Lelé, que estoy enamorado.

—Omalie —la reina le gruñó—. ¿Tú sabías que el Conde Oratzyo Houlder me va a pedir matrimonio esta misma noche?

—¿El Conde? —los ojos de Omalie centellaron con horror—. No lo sabía, de lo contrario te lo habría dicho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.