Cuando la junta se dio por terminada, Lelé salió a su jardín. Quería ver su hermoso y colorido palacio una vez más antes de que la Novena Legión lo colonizara y tiñeran de gris sus preciosos prados. Pero con lo que no contaba, era la inusual visita que estaba a punto de recibir.
—¿Descubrió por qué están aquí los soldados?
Lelé dio un brinco y su mano se deslizó velozmente hacia la daga que guardaba en su muslo. Con un rápido movimiento la sacó del faldón y apuntó hacia la amenaza. La bonita nariz respingada del brujo quedó a centímetros de la peligrosa punta de acero.
—¡Por Ghirán! Priry, ¿acaso piensas matarme de un susto?
—¿Y de verdad tú piensas rebanarme en pedacitos? Por tu Santo Rojo, Ileana, baja eso.
Lelé no bajó la daga porque Priry se lo pidiera, sino por la enorme impresión que la envolvió al verlo. El brujo estaba vestido con una fina casaca carmesí con solapas bordadas, un par de pantalones oscuros, botas altas, tenía el cabello delicadamente peinado hacia atrás y de los aritos de su oído y labio ya no quedaba absolutamente nada. También se había quitado los anillos y el esmalte negro. Se notaba desde lejos que de verdad se había esforzado en su cambio.
—Le dije que me convertiría en el más fino caballero que nunca antes había visto. ¿Me veo guapo?
Ileana luchó para que sus mejillas no se le pusieran rojas.
—Has quedado perfecto.
El brujo recibió el alago con una hermosa sonrisa, se volvió a pasar las manos por el cabello alisándolo un poco más, y finalmente le ofreció su brazo a la reina.
—Y entonces, ¿averiguaste qué están haciendo los soldados aquí? —ambos comenzaron a caminar.
Lelé pensó en una rápida mentira. Por ningún motivo podía revelarle que en realidad habían venido a proteger la Espada Carver. Aunque el símbolo que cargaban los militares en sus uniformes rojos no le ayudaría a esconder quiénes eran realmente.
—Son soldados de la Novena Legión, la base madre de Hordáz. Han venido a realizar una supervisión de rutina. La hacen cada año.
—¿Cada año?
Lelé dudó, solo esperaba que Priry no supiera nada de las costumbres del reino.
—Sí.
—¿Y la hacen después de la Feria del Viento?
—Sí, casi a su término.
—Mmmm. No la estarán haciendo para limpiar Hordáz en caso de que algún ser con magia vaya a quedarse, ¿verdad?
—Oh, no. La Novena legión me sirve a mí y yo jamás haría eso.
—¿Sabes, Lelé? —el brujo se rascó la cabeza— Hay algo que te he querido preguntar desde que me comentaste los castigos que emplea la Gran Capilla con aquellos seres que proclaman herejía.
—Entonces pregúntala.
—No sé cómo hacerlo sin sonar grosero o directo.
—Creo que eso es lo que nos agrada el uno del otro. La sinceridad.
—Está bien, voy a intentarlo. Se supone que tú eres la reina de Hordáz. ¿Por qué permites esos castigos? Por qué permites que nos maten, que nos quemen, decapiten o que nos metan una jodida estaca en el trasero hasta que hayamos muerto.
Lelé frunció los labios. La boca se le había secado y ahora su lengua la sentía amarga. Por primera vez desde que lo conoció, Lelé sintió que debía sincerarse con él.
La reina suspiró.
—Aparentemente soy la reina de Hordáz y la mayor autoridad del país, pero… lo cierto es que no es así. En Hordáz existen dos bandos distintos; los que veneran e idolatran ciegamente a nuestro Gran Santo Rojo, y los que simplemente respetamos su creencia pero que no nos entregamos por completo a ella. Yo por ejemplo, creo en Ghirán, a veces rezo y a veces voy a la Gran Capilla, pero también me gustan los seres con magia como las brujas, los brujos, los hechiceros, el tarot, la lectura de manos... Bueno, creo que ya has entendido. Esto es lo que realmente divide a Hordáz.
—La religión.
—Sí. El reino está dividido en dos secciones; en la parte norte se encuentra el castillo, y en la parte sur la Gran Capilla. Cuando la Feria del Viento da inicio, la Gran Capilla y sus seguidores tienen prohibido cazar y matar a cualquier visitante que se instale en los terrenos del festival. Lo recuerdas, ¿verdad?
—Desde luego.
—Cuando la feria termina, normalmente se dan de dos a tres días de piedad para que los visitantes mágicos terminen por completo de abandonar el reino. Pasados esos tres días, la Gran Capilla ya puede levantar juicios y asesinatos con total libertad. El Obispo Froilán es como mi contraparte, un rey más que gobierna sobre Hordáz y que tiene a su propio ejército de seguidores y caballeros. Si yo denegara o detuviese una ejecución orquestada por la alta capilla a un ser mágico, entonces su ejército tendría libertad total y legal para matarme o invadir a los “herejes” que yo protejo. Se desataría una imperdonable guerra que terminaría en miles de muertes y pérdidas materiales.
—¿Y te has aguantado a quedarte de brazos cruzados todo este tiempo?
—Es muy inusual que hayan ejecuciones, Priry. Y no, tampoco permanezco de brazos cruzados a la espera de que alguien capture a los seres. Tengo espías, soldados que trabajan de encubiertos bajo mis órdenes. Cuando se llegan a enterar de algún ser con magia dentro de Hordáz, les ayudamos a escapar y a conseguir una mejor oportunidad de vida. Pero no puedo controlarlo todo, y vivo con el temor de que alguno de mis infiltrados se revele contra mí o se deje sobornar y entregue al ser a manos del Obispo. Si estuviera en mis manos, créeme que no solo lucharía por los crímenes de odio, sino también contra todos aquellos esclavistas que compran y venden personas. Es horrible, pero escuché que hay algunos lugares que compran mujeres embarazadas.