La Reina de Hordaz

5. Interrogativas de salación (parte 2)

Surcea no había dejado de hablar mientras caminaba y agitaba las manos. Contenta, le estaba indicando al nuevo jardinero lo que deseaba que hiciera con los arbustos y los árboles, y también las flores que debía plantar.

—Disculpe, ah, Lady ¿Surcea?

—Dígame, señor jardinero —la Corniz se giró hacia él.

—Eh, si no es mucho el atrevimiento, ¿puedo preguntar en dónde se encuentra la reina Ileana?

Surcea terminó examinándolo de los pies a la cabeza: ese divertido traje de tirantes, camisa blanca y guantes de jardinería que se había colocado para disimular su apariencia de brujo. Finalmente terminó esbozando una sonrisa.

—Me gustaría decirle que está practicando esgrima con los soldados de la Novena Legión, pero en realidad, todos en el palacio sabemos que es ella quien les está enseñando a cómo hacer esgrima.

Priry contuvo las ganas de echarse a reír.

—Pero no se preocupe, señor jardinero. Ella vendrá en un momento para ver su avance con los árboles. Hasta entonces, creo ya le he dicho todo lo que necesita saber. Nos veremos pronto y que pase una buena tarde.

Por supuesto que un jardinero normal habría acatado las órdenes de la Corniz para terminar el trabajo, pero el asunto aquí es que Priry no era ningún jardinero y sus deseos lo llevaron hasta la parte norte del lago, justo en donde Ileana se hallaba sumergida entre una muchedumbre de hombres que gritaban y coreaban su nombre.

Cuando Priry consiguió subir a uno de los árboles, y observar en silencio a la reina, mucho le sorprendió ver a Lelé ataviada con un par de pantalones, el cabello recogido en una coleta alta y una enorme espada de muerte entre sus manos. Aquella arma parecía no tener ni un solo peso, pues la manera en la que Ileana la blandía en el aire y atacaba a su adversario era simplemente deslumbrante. La reina estaba en toda su plenitud y maravilla, tenía el rostro cubierto por una gruesa capa de sudor y algunos cabellos rebeldes ya comenzaban a pegársele a la frente. Pero sus manos, tan ágiles como las serpientes, lanzaban, esquivaban y bloqueaban ataques directos que, de no haber estado alerta, le habrían causado un severo y real daño.

—¡Caleb! ¡Caleb! —los soldados animaban a su compañero que estaba combatiendo, y que también ya estaba dando jadeos de rendición.

Finalmente y cuando el soldado comenzó a cesar por el cansancio y el fuerte sol, la reina de Hordáz decidió que ya era momento de terminar. Giró un par de veces, levantó su espada y la hizo chocar con su oponente, dándole un par de giros consiguió arrancársela de las manos y el arma cayó frente a ellos. Ileana se abalanzó sobre él, lo tiró en el suelo, se montó sobre su cuerpo y clavó la espada en la tierra, justo al lado del cuello del hombre que había cerrado los ojos. Los vítores comenzaron.

—Ya fue suficiente —el general Kendrich se abrió paso entre ellos—. Reina Ileana, he de decirle que estoy totalmente asombrado. Tiene un brazo derecho que vale no oro, sino diamante.

—Tan fuerte y resistente como uno —Ileana coincidió con él.

—Le agradezco su visita, Alteza.

—Y yo agradezco su invitación. Aunque me hubiese gustado chocar espadas con usted también, general Básidan.

—Le doy mi palabra de que en algún momento lo haremos, Majestad.

Ambos se despidieron con una reverencia y después Ileana se marchó. Amaba sentir el aire frío de los jardines golpeándole el sudor de su frente y de su espalda, y quizá habría gozado un poco más de él antes de que Priry la alcanzara.

—Esta vez anunciaré mi llegada. No quiero que, mi reina, me vaya a rebanar la nariz o… me deje sin descendencia.

Lelé le sonrió. Una buena batalla siempre la ponía de buen humor.

—Haré de cuenta que nunca dijiste eso.

—¿Tanto la escandaliza?

—No, pero me estás dando ideas que no debería tener. Yo te aconsejo que no me hagas de enojar, jardinero. Hablando de eso, pensé que ya estarías podando mis árboles.

—Ah… en eso estaba, pero me surgieron un par de problemillas que me dificultaron la labor.

—Priry, no tienes idea de cómo podar un árbol, ¿verdad?

—No. Pero puedo hablar con sus gallinas y que me cuenten sus problemas.

—Te aconsejo que no te acerques al gallinero. A veces Candela no anda de buen humor y podría atacarte.

—¿Candela es…?

—Mi gallina favorita. ¿Sabías que fue la gallina que lideró a las demás en el ataque a la gran fiesta de cumpleaños de la reina Ileana Yeliethe Barklay Harolan?

—Demonios, tu nombre me hace recordar por qué todos prefieren llamarte Lelé.

—Vamos Priry, tomaré un delicioso baño de burbujas como la reina que esperaba ver el general Kendrich, y después buscaremos una solución para todos esos árboles que no planeas podar.

—Un baño de burbujas, ¿eh? No me vendría mal a mí también.

—Ni lo sueñes brujo, tenerte desnudo en una tina con agua y docenas de pompas de jabón no está en mis planes de reina.

—¿Y como guerrera?




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