La Reina de Hordaz

7. El orador de un alto poder (parte 3)

Ileana corría entre los pasillos y ante las miradas preocupadas de sus sirvientes. Sentía que el corazón estaba a punto de salírsele de la garganta, sentía las manos hormiguearle y a su cabeza repetir el único nombre que había estado en ella desde que se enteró de la visita del Obispo.

—¡Priry! —abrió la puerta de la habitación que le había destinado al brujo, y su corazón palpitó aún más fuerte al no verlo dentro—. ¡Priry! ¡Priry!

No, no podían habérselo llevado. Los guardias del castillo los habrían visto. Y qué tal si mientras el Obispo hablaba con ellos, sus demás guardias habían ido a secuestrar al brujo. Qué tal si ese discurso había sido solamente una distracción. Qué tal si lo habían amordazado y montado en el carruaje mientras ella estaba muy ocupada discutiendo con el pontífice.

—¡Priry! —Lelé estaba a punto de llorar mientras cruzaba los jardines. Deseó haber llevado puestos unos pantalones que le ayudaran a brincar y pasar entre los arbustos.

Ileana cruzó los rosales, se batió en el lodo y finalmente cruzó una pequeña parte del lago, provocando que sus largas faldas se llenasen de barro y suciedad. Pero cuando estaba a punto de regresar al castillo, y alistar a sus tropas para una masiva búsqueda, lo vio. Vio al brujo que yacía de pie en medio de un claro, comiéndose una manzana y admirando el espantoso recorte que le había hecho a uno de los árboles.

—¡Priry! —Lelé corrió hacia él, y sin importarle nada, se abrazó a su cintura.

El brujo soltó la manzana.

—¿Ileana?

—El Obispo ha venido, ha estado aquí en el castillo y yo tenía tanto miedo de que… ¡Por Ghirán, no vuelvas a desaparecer así!

—Basta, Majestad, no me deja respirar.

Ileana sintió las manos rasposas del brujo posarse sobre sus brazos y alejarla, y aunque aquello podría representar una acción insignificante, a ella pareció detenerle el corazón.

—Priry… —Lelé buscó su rostro, pero él lo evitó avanzando unos pasos y dándole la espalda a la reina—. ¿Estás molesto?

—No.

—Mírame —pero el brujo siguió avanzando—. Te conozco y sé decir cuándo estás molesto.

—Le recuerdo que llevamos una semana aproximadamente conocién-donos. No puede determinarlo como si nos conociéramos de toda una vida —el brujo se dio la vuelta. La vio de frente y en sus ojos negros, que ahora parecían muertos, se vislumbró una profunda sombra de rencor.

—¿Por qué me tratas así, Priry? ¿Es porque no te he venido a ver en todos estos días? Estuve ocupada…

—¿Ocupada? ¿Organizando su boda con el Conde Houlder?

Lelé se quedó paralizada.

—¿Cómo sabes eso?

—Ya es noticia nacional, Majestad.

—No sabía que eso era motivo suficiente para ponerte tan hostil.

Priry sonrió con amargura. Sus bromas y sus coqueteos habían desaparecido.

—Si me disculpa, Alteza, estoy un poco atareado.

—Detente —ahora sí, la voz de Ileana sonaba como la de una reina. Por su parte, Priry se mordió el labio para no responder, dejó caer sus hombros y entonces la encaró—. Mi Corniz me ha dicho que perforaste algunas tuberías.

—Ya las reparé, y le aseguro que no volverá a suceder. ¿Puedo irme ya?

El gesto de Ileana permaneció inescrutable, pero por dentro, algo se estaba rompiendo.

—Puedes irte.

Lo vio alejarse, y cuando por fin estuvo lo suficientemente lejos, se dejó caer de rodillas en el suelo.




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