La Reina de Hordaz

10. Atraco de información (Parte 2)

Las horas pasaron, y ya casi para el atardecer, un emisario se presentó en el castillo con un importantísimo recado para el general Básidan. Era un emisario que trabajaba para la Novena Legión.

—¿Tan rápido respondieron? —Olegh, Caleb, Eghor y Frey observaron sorprendidos mientras Básidan rompía el sello de Kair Rumass para leer su contenido. Por supuesto, aquello era una escritura cifrada con el lenguaje de la Novena Legión. Nadie sería tan tonto como para enviarse mensajes entre tierras y arriesgarse a ser descubiertos. O al menos Básidan no lo era.

—¿Qué dice, qué dice? —preguntó Olegh.

—¿Es una respuesta? —siguió Caleb.

—Léelo en voz alta —insistió Eghor.

—Apártense todos —gruñó Frey—. Que entre menos le den espacio, menos sabremos lo que han respondido. Básidan… ¿qué dice la carta?

El general dejó caer sus manos.

—Que nunca han visto esos números y que ya los buscaron por todos lados. También dice que ya los compararon con las certificaciones de diferentes escrituras y tampoco se parecen en nada. ¿Qué diablos nos está ocultando nuestro Obispo?

—Si te sirve de algo —Olegh se rascó la nuca—, hoy realizarán una procesión.

—¿Otra? Este país debería llamarse Hordáz de las Procesiones—Eghor enarcó una ceja.

—Pienso que sería un buen momento para adentrarnos y vigilar de cerca al Obispo —Caleb se cruzó de brazos.

—Solo hay tres cosas que el Obispo cuida más que su propia vida —Básidan apretó la mandíbula—. La capilla, la imagen de madera que representa a Ghirán y esa horrible estola que lleva en el cuello, y que nunca parece quitarse. Muchachos, hay que vestirnos, iremos a la procesión bajo la excusa de resguardar al Obispo y evitar cualquier otro robo que intenten hacerle. Dejaremos al resto de soldados para proteger a la reina y para resguardar el castillo. Andando.

La cuadrilla del general Kendrich partió con rumbo a la plaza central. Ya casi estaba anocheciendo y pronto empezaría el jolgorio de la gente. Por supuesto los soldados de la Novena Legión no pasaron desapercibidos. Los cinco hombres fueron el blanco de docenas de miradas, de coqueteos, jóvenes asombrados y niños deseosos de conocerlos. Pues como bien Básidan le había dicho una vez a Lelé; la Novena Legión era toda una leyenda para Hordáz.

La procesión del Obispo llegó acompañada de todos sus feligreses y guardias que cargaban los pesados estandartes. Básidan reparó en aquellas banderas, y mucho le asombró saber que ninguna de ellas llevaba el blasón auténtico de Hordáz. En lugar de eso, las telas lucían la imagen del Gran Santo Rojo, el vector de la capilla, unas gárgolas y hasta la sombra misma del propio Obispo. Quizá en algún momento el vejete comenzaría a planear el derrocamiento de la reina y adueñarse del país.

«Hordáz tiene dos reyes».

Y aunque cualquiera se esforzara en negarlo, la fe era muy poderosa y podría convertir a personas comunes y tranquilas en feroces guerreros que defenderían sus creencias hasta la muerte. No todos los perlados serían así, pero estaba más que claro que Froilán convertiría la religión en un arma.

Cuando la caravana de religiosos llegó a su fin, el propio Básidan se encontró con el Obispo en las puertas de la Gran Capilla. Algunos acólitos habían llegado y ya estaban comenzando a guardar todos los estandartes y los arreglos utilizados durante el recorrido.

—Sir. Obispo —Básidan y el resto de sus compañeros hicieron una reverencia. Kendrich había notado que al pontífice le gustaba el respeto y sentirse a la altura de la reina, y eso buscó darle.

—General, qué gusto me da verlo por aquí. ¿Ya hay avances en mi caso? ¿Sabe quién se llevó y en dónde está mi caja fuerte?

—Precisamente en eso estamos. Le sorprendería saber cuántos ladrones podemos distinguir entre sus creyentes. Mis demás soldados ya se han encargado de arrestar a unos cuantos sospechosos y seguramente ya están en el proceso de interrogación.

Caleb, Olegh, Eghor y Frey sabían que su general estaba mintiendo, pero después de todo, aquello era parte del plan. No había cosa que Básidan se sacara de la manga, pues tenía todo perfectamente calculado.

Por su parte, los ojos de Básidan se dedicaron a escudriñar al propio Obispo. Desde sus zapatos boleados hasta aquella espantosa estola que pedía a gritos una rápida lavada. Lástima que no pudo hallar nada fuera de lo común, no hasta que seis monaguillos se acercaron a la entrada cargando con todas sus fuerzas la pesada imagen del Gran Santo Rojo. De cerca, la imagen era mucho más grande de lo que el general se había imaginado.

—Asombroso, es la primera vez que puedo apreciar todos sus detalles —Olegh se acercó a la imagen, pareciendo un joven entusiasmado que acababa de conocer a su ídolo.

—No lo vayas a tocar. Estropearías años enteros de cuidado —le ladró el Obispo.

—Para nada, solo quiero verlo de cerca —Olegh levantó su mirada y detalló cada pliegue formado con madera, los detalles de la ropa, los huecos de las facciones y las hendiduras labradas a mano. Y cuando llegó el momento de verle los pies, el joven soldados se arrodilló, sacó un escapulario con la imagen de Ghirán y se lo pegó en su frente como si estuviera rezando. Básidan comprendió lo que estaba haciendo.




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