La Reina de Hordaz

10. Atraco de información (Parte 3)

Cuando Lelé llegó al jardín, aquel lugar en el que Priry la había citado, le sorprendió ver la belleza de sus rosales. El brujo tenía razón, estos estaban floreciendo como la cosa más bella en todo Hordáz.

—Tan puntual como solamente una reina sabe serlo —Priry le sonrió. Estaba en medio del jardín. De los árboles cercanos colgaban farolas, y entre sombras se escuchaba el tranquilo correr del lago.

—Bueno, tengo un objeto que promueve esa puntualidad —Lelé sacó de su capa el pequeño reloj de bolsillo y se lo mostró.

Los ojos de Priry brillaron al reconocerlo.

—Pensé que…

—Lo rechacé aquel día porque de verdad me sentía muy mal, pero ahora que las cosas han cambiado, solo puedo darte las gracias.

El brujo regresó su mirada hacia su tendejón de cosas que yacía en el suelo.

—No será una cena como a las que estás acostumbrada, pero al menos espero que te guste.

—¿Bromeas? Esto es mucho mejor.

—He preparado algunos postres. Espero que también te gusten.

Lelé miró detenidamente la pequeña manta gris que yacía en el suelo, tendida sobre el pasto para que ellos dos pudieran sentarse y la humedad no los molestara. Vio las copas, la botella de vino robada seguramente del castillo, las manzanas rojas, las uvas moradas, los plátanos y los platos cubiertos por cúpulas de metal. En estos últimos estaría el verdadero platillo.

—Priry, espero que esas lozas no contengan a mis gallinas humeando.

—Oh no. Cómo puedes pensar eso. Es gelatina.

—¿Gelatina? —y ante la pregunta de Lelé, el brujo tomó uno de los platos y lo destapó, mostrando el hermoso panquecillo hecho de gelatina de fresa. Ileana suspiró aliviada. Se moriría si veía a Candela montando un platillo de pollo rostizado.

Lelé se aproximó a la manta del suelo, lista para ocupar su asiento frente a todas aquellas delicias de exhibición.

—¡Ou! Permíteme ayudarte.

—No te preocupes —Lelé le sonrió—, esta noche he preferido traer pantalones. Pensé que si me ponía falda, las ramas del jardín me harían sentir incómoda.

Ileana deslizó su capa negra sobre su cuerpo y la dejó a un lado. El brujo se le quedó mirando, sorprendido y ruborizado por el hermoso corsé de encaje y cintas rojas que dejaba al descubierto los hombros blancos de la reina y por los pantalones oscuros de cuero que delineaban su cadera y sus piernas.

—¿Sucede algo, Priry? —Ileana le sonrió. Sabía perfectamente todo lo que el brujo estaba viendo.

—Estás… —se aclaró la garganta—, hermosa. Como siempre, aunque, hoy más.

Lelé le extendió su mano, invitándolo a sentarse con ella. Durante la noche, ambos compartieron palabras, risas, besos, abrazos y los magníficos panquecillos de gelatina que resultaron estar deliciosos. Arriba, en el cielo, una luna llena, y la estrella que jamás dejaba de brillar, eran los únicos dos testigos de todo lo que el brujo provocaba en Lelé. La manera en la que le besaba, en la que la acariciaba, la forma en la que le cantaba baladas en el oído y le daba de sus propias manos a beber de la copa de vino.

—Espera —ella comenzó a reírse cuando Priry inclinó de más la copa y un par de gotas cayeron sobre su cuello—. Me has manchado.

—Puedo remediarlo.

—¿Ah, sí? ¿Cómo? —ella pasó uno de sus dedos por la boca de él.

—De esta manera —Priry se inclinó hacia ella, la sostuvo por la espalda y comenzó a besarle el cuello, justo por encima de las gotas rojas.

Ileana cerró sus ojos, subió sus manos por el cabello del brujo y un suave gemido escapó de sus labios rojos.

—Lelé… —el hombre comenzaba a perder el aliento.

—¿Sí?

—¿Recuerdas cuando te dije que no te tocaría hasta que tú me lo pidieras?

Cuando ambos se miraron a los ojos, estos brillaban con una furia incontenible. Las mejillas de Priry estaban rojas y sus labios manchados con pequeñas gotitas de vino tinto.

—Pensé que solo lo decías para molestarme.

—Lo dije en serio. Muy en serio.

—Entonces, señor brujo, ¿ya sabías que íbamos a terminar juntos? ¿Besándonos y acariciándonos en medio del jardín real?

—Si me lo hubieran dicho, nunca me lo habría creído.

—Pero ¿por qué?

—No tengo nada para ofrecerte, Lelé. No tengo casa, ni títulos ni millones, ni una buena herencia que respalde mi compromiso contigo.

—¿Sabes lo que quiero para ser feliz? —Ileana le rodeó el cuello con sus brazos y le besó ambas mejillas—. A ti, te quiero a ti, Priry. Necesito tu boca en la mía, tu respiración en mi cuello, tus manos en mi cuerpo y tu corazón latiendo con el mío.

El brujo comenzó a respirar pesadamente. Volvió a besarla, dejó que sus manos descendieran y acariciaran los bordes del corsé, los bordes del pantalón y más abajo de ellos. Sintió sus piernas, casi expuestas debajo de aquella delgada tela negra, sintió su pecho subir y bajar y los débiles quejidos de placer que ahora se estaban convirtiendo en jadeos.




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