Apenas llegaron al castillo, y Olegh ayudó a los dos enanos a bajar del caballo, la mujer corrió al encuentro de Ileana y le besó las manos.
—Gracias, Majestad, gracias —la enanita comenzó a llorar.
Ileana se arrodilló y le limpió el rostro con su capa. La tela quedó manchada de sangre y de aceite de pescado.
—No tiene nada qué agradecer.
—Nos ha salvado la vida, Majestad —el enano hizo una reverencia y, al igual que su esposa, se arrodilló frente a la reina.
—No hagan eso, por favor. No son inferiores a nosotros, siguen siendo humanos, y no importa todo lo que pueda ladrar el Obispo, merecen el mismo respeto que todos.
—¡Mami! ¡Papi! —los dos niños salieron corriendo, y detrás de ellos, Surcea salió con los brazos extendidos para abrazar y llorar en el hombro de su mejor amiga.
—¡Pensé que ese desgraciado iba a matarte! ¡No nos vuelvas a hacer eso, Ileana, por favor!
—No tenía el valor para hacerlo. Sabía la sangrienta guerra que se iba a desatar si la tocaba, además de que no quería perder la cabeza —Omalie apareció montado sobre un enorme corcel negro.
Ileana se olvidó de su fuerza y corrió a abrazarlo en cuanto este descendió del capón.
—¿Dónde estabas?
—En casa de… —el Duque se obligó a callarse. Nadie más, aparte de Lelé, podía saber que había pasado la noche en casa del Barón— Me dirigí a la Gran Capilla en cuanto me informaron lo que estaba sucediendo. Estuviste increíble; una orden digna de una reina.
—Evitemos hablar de eso. Ya todo está bien, los enanos están con sus hijos y el Obispo seguramente tendrá indigestión los siguientes meses. General Básidan —se giró hacia él—, ¿podría conseguirme un pasaje para el primer barco que zarpe a Circe, por favor?
—Por supuesto, Alteza.
—¿No nos vamos a quedar en Hordáz, mami? —el niño de seis años interrogó a su madre mientras se abrazaba a su cintura.
—No, cariño, nos regresamos a nuestro hogar.
—Es lo mejor —Ileana asintió—. Si los vuelven a atrapar, esta vez ya no podré hacer nada para rescatarlos. Tuvieron suerte de que mi general no asesinara al Caballero Rojo.
—Lo entendemos, Alteza —el enano agachó la mirada—. No volveremos a exponernos de esta forma.
—Vayan a dentro, dense un baño, coman algo y yo les avisaré cuando su barco esté listo.
La enanita cogió a sus dos hijos de las manos y avanzó siguiendo a Surcea y compartiendo un par de palabras con ella.
Ileana miró hacia los jardines. Una amarga sensación se le formó en el estómago y la hizo suspirar. ¿En dónde estaba Priry?