Apenas se enteró, el brujo salió corriendo de la posada en donde se hallaba su anciano padre y se dirigió al palacio. Llevaba horas en aquel lugar y ni por asomo se le ocurrió pensar que algo andaba mal. No hasta que Margarella entró a la habitación con una jarra de agua caliente y los paños de algodón.
—No saben el escándalo que ha llegado desde el pueblo. Al parecer han intentado asesinar a la reina y se ha levantado todo un espectáculo en la Gran Capilla —comentó la mujer.
Priry sintió que los pulmones se le secaban, que el mundo a su alrededor se le estaba cayendo encima y que el corazón parecía detenérsele. A su lado, el anciano cerraba los puños.
—¿Quién te ha dicho eso? —el brujo encaró a la enfermera.
—El panadero. Dijo que la reina y todos los soldados de la Novena Legión se presentaron en la Gran Capilla y que Ileana lo humilló públicamente a él y a una de sus Gárgolas.
—¿Qué es una Gárgola?
—Un cazador de magia… —el anciano intentó responder, pero el fuerte ataque de tos lo obligó a detenerse.
Priry salió despavorido, recogió las riendas de su caballo y no se detuvo hasta que sus pies reconocieron el ambiente familiar y agradable del castillo. Estaba seguro que Ileana lo aborrecería por abandonarla, pero estaba dispuesto a remediar las cosas a como diera lugar.
—¿En dónde está…? —se detuvo en seco al entrar al despacho de la reina. Los dos niños y el matrimonio enano se le quedaron mirando; a la vez asustados y a la vez sorprendidos—. Surcea, ¿en dónde está Ileana?
—¿Disculpa? —la Corniz se llevó las manos al pecho, completamente ofendida—. ¿Cómo se te ocurre tutearme y referirte con tan poco respeto a nuestra soberana?
Priry lo olvidó; Lelé todavía no les había contado la verdad de su relación.
—Disculpad mi imprudencia. ¿En dónde está la reina?
—No la molestes, jardinero. La reina se encuentra muy agotada.
—¿Qué es eso de que la han querido matar…?
Pero justo en ese momento, Ileana y Básidan entraron a la habitación.
El brujo los observó y a Básidan le lanzó una mirada asesina. Por supuesto, el general hizo exactamente lo mismo.
—Su barco está listo —exclamó Lelé, dirigiéndose al matrimonio y a los dos niños—. Uno de mis carruajes los trasladará hasta el puerto central, y no se preocupen. Mis soldados irán protegiéndolos.
—Gracias Majestad —la enanita volvió a besarle las manos mientras su esposo hacía una reverencia y le apretaba la mano libre.
—Fue un gusto haberlos conocido.
Cuando el carruaje partió hacia el Este, Lelé dejó escapar todo el aire que estaba acumulando. Básidan y Priry la estaban mirando, pero solo el brujo se acercó a ella.
—¿Qué ha pasado?
Ileana le lanzó una mirada de muerte. Lo que menos quería era verlo y tener que hablar con él.
—General Básidan, ¿podría acompañarme de vuelta a mi despacho? Necesito comentar unas cosas con usted en privado.
Priry se tensó.
—Por supuesto, Majestad, estoy a sus órdenes —y sin más, el general se fue detrás de su reina, cuidando de no pisarle la capa y aguantándose las ganas de ver la expresión de Priry.
Ileana entró, cerró la puerta y se sentó en su escritorio frente al general Kendrich. Después de un par de minutos en silencio y cuando Básidan se percató de que Lelé no hacía otra cosa más que ver el fuego de la chimenea, decidió romper el silencio.
—He de suponer que si me ha citado, es porque tiene en mente tratar algunos asuntos importantes, ¿no es así, Alteza?
Lelé salió de su reflexión y sus mejillas se le pusieron rojas.
—Disculpe mi falta de atención, general. Este día ha estado lleno de… cosas que son preferibles olvidar.
—Tal vez mi intromisión le resulte irrespetuosa, pero, ¿puedo preguntar si se encuentra bien? —Básidan acercó su silla un poco más a la mesa de escritorio.
Lelé suspiró.
—La verdad es que no. No me siento bien.
—Debería subir a descansar, Majestad. Nosotros nos quedaremos montando guardia en caso de recibir otra sorpresa.
—Básidan… ¿le puedo hacer una pregunta un poco, personal?
El general se reacomodó incómodo en su silla.
—Bueno, no sé qué espera escuchar a cambio, pero haré mi mayor esfuerzo.
—No necesito que me responda, general, solo necesito que alguien me escuche. Siento que me estoy ahogando en un vaso de agua y, realmente ya no sé si mis decisiones serán las más adecuadas.
—¿Qué pasa?
—Voy a cancelar mi compromiso de nupcias con el Conde Houlder.
Básidan se inclinó en el respaldo de la silla, en parte confundido y en parte consciente de que lo haría.
—Yo creo que mi señora tiene todo el derecho de hacer lo que crea conveniente, incluso si sabe sobre sus consecuencias.