La Reina de Hordaz

12. El cinturón de Zervogha (parte 3)

 —Qué bueno que has llegado. Toma asiento, querida Surcea —Lelé extendió sus manos y le cedió su lugar al lado de Omalie. El Duque, por su parte, estaba bebiendo amenamente su té de jengibre.

—¿Pasa algo malo? —los ojos de la Corniz se encontraron con los del Duque, pero este la calmó con una sonrisa.

—Antes de que alguien más nos interrumpa y esto se vaya de nuevo al caño, quiero hablar con ustedes dos sobre un asunto muy, pero muy importante. Seré directa: no me voy a casar con Oratzyo Houlder.

—¿Cómo…? —tanto Surcea como Omalie alejaron las tazas de sus bocas.

—Pero, Lelé —su Corniz se puso de pie—. Ya has visto los carroñeros que pueden ser el matrimonio Ozpos. Seguramente se aprovecharán de esto para quitarte la corona.

—No me voy a casar con el Conde Houlder porque, en primera, no lo amo, y en segunda… Porque me he enamorado de alguien más.

—¡¿Qué?! —Surcea abrió los ojos como platos.

—Omalie —Lelé se arrodilló ante su tío y lo tomó de las manos—. Perdón, quizá te sientas desilusionado con lo que voy a decirte, pero mi corazón le pertenece a un humilde jardinero.

—¡¿El jardinero?! —desde atrás, a Surcea se le pusieron los cabellos de punta.

—Priry se ha ganado mi corazón, y yo me siento quererlo.

—¿El jardinero? ¿De verdad, Ileana?

—Guarda silencio —Omalie le lanzó un gesto de advertencia y a Surcea no le quedó más que regresar a su silla—. Sabes perfectamente que yo no soy nadie para cuestionar tus decisiones. Sabes que te apoyaré en las buenas y en las malas porque lo único que quiero es tu felicidad.

—Omalie —los ojos de Lelé se llenaron de lágrimas.

—Algo me decía que no eras feliz comprometida con el Conde, y si romper tu compromiso con él y lanzarte a los brazos de un amado verdadero te hace feliz, mi vida, solo puedo otorgarte mi bendición y mis mejores deseos.

—Por Ghirán, gracias, gracias por comprenderlo —Lelé dejó caer su frente sobre las manos de su tío, dejó que un par de lágrimas resbalaran de sus ojos y entonces le besó los nudillos.

—Pero traedme a ese jardinero que quiero conocerlo.

Surcea entornó los ojos.

—Seguramente el pazguato ya se habrá martillado el dedo, por milésima vez, en los tablones del gallinero.

—Anda, Surcea, ve por él y dile que el Duque Barklay desea conocerlo.

—¿Yo? ¿Y por qué no la envías a ella?

—Porque Lelé aún me debe contar algunos detalles.

—Lo que faltaba: de jardinero a rey —y entonces la Corniz emprendió su camino. Qué bueno que aquel día, cuando Priry y Lelé se conocieron, Surcea no había entrado a la carpa. De lo contrario, ella sabría que aquel hombre no era un jardinero normal, sino un brujo.

Un brujo más peligroso de lo que a Lelé le hubiese gustado creer.

Cuando Lady Surcea llegó al área de gallinas, la sorprendió el impresionante gallinero que el brujo había construido. Pues más que hogar para las gallinas, aquello parecía un palacio. Tenía el tamaño y la forma de una casa, con rampas y escaleras para que Candela y sus hermanas pudieran subir y bajar a su antojo, muros de tela para que no pudieran perderse, contenedores de alimento y hasta candelabros de luz para que los trabajadores pudieran realizar el mantenimiento.

La Corniz se quedó quieta, muda y sorprendida mientras admiraba aquella increíble construcción, de la cual seguramente el Duque Omalie se habría sentido orgulloso.

—¿Qué demonios…? —pero sin duda, lo que realmente sorprendió a Lady Surcea, fue hallarse con una hamaca de colores que pendía de dos muros del gallinero, en la cual se encontró a Priry y a Candela acurrucada contra su estómago.

—Buen día, Lady Surcea —el brujo le sonrió y Candela levantó su pescuezo para mirarla.

—¿De dónde demonios ha salido esto?

—Bueno, le prometí un gallinero a la reina para Candela y eso hice. ¿Está bonito?

—Todo este tiempo pensando que eres un jardinero y resulta que sabes de construcción.

Priry se encogió de hombros.

—Muchas veces los talentos aparecen de la nada.

Surcea lo miró.

—La reina y el Duque Barklay solicitan tu presencia en el castillo.

—Iré en un segundo —Priry cogió a Candela entre sus brazos y después la colocó en el suelo.

—¿Desde cuándo?

El brujo levantó la mirada ante la repentina voz de Surcea.

—¿Desde cuándo qué?

—¿Desde cuándo tú y mi reina mantienen un acercamiento personal?

Priry se puso rígido.

—Ella… ¿te lo dijo?

—Acaba de darnos la noticia. Dijo que pensaba anular su compromiso con el Conde porque… —suspiró—, se había enamorado de alguien más.

—Lady Surcea, yo…

Pero la Corniz levantó su mano para detenerlo.




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