Básidan colocó cinco hojas de papel sobre la mesa a manera de que sus cuatro compañeros pudieran verlas, aunque ninguno de ellos pudo entenderlas. Después tomó los sobres que el Emperador le había enviado y colocó cuatro dibujos de los principales Santos más venerados de las cuatro grandes naciones. Al final plantó el dibujo de la estatua del león, la bestia salvaje que según los antiguos escritos, la hechicera Circe convocó para resguardar su morada y que ahora se había convertido en la mayor representación de los Circeos.
En Kair Rumass se hallaba Herean, el Gran Santo del equilibrio. En Jolwall estaba Lecthel, el Gran Santo Gris de la seda. En Devol veneraban a Elffman, el Gran Santo Blanco del hielo. Hordáz lógicamente tenía a Ghirán, el Gran Santo Rojo del fuego. Y por último, aquel lugar que no se consideraba país, aquella isla que era llamada la Isla de los Demonios, la famosa Colonia de Brujos, tenía a la mujer más poderosa y temida, la hechicera Circe.
Básidan se apoyó en la mesa y miró a sus cuatro soldados antes de preguntar:
—¿Qué observan aquí?
—Que todos tienen un santo varón, menos Circe —respondió Eghor.
—¿Qué más?
Caleb torció la cabeza.
—Esos números de las hojas son los que encontramos en la caja fuerte.
—¿Qué más?
Olegh abrió los ojos de par en par.
—Ese número —señaló la hoja con la cifra cincuenta y uno y después su dedo subió al dibujo de Ghirán—, fue el que yo encontré en la imagen del Santo Rojo. Lo que entiendo aquí es que, ¿esos números los encontraron en los demás santos y en la estatua del león?
—Efectivamente, cada par de dígitos se encontró tallados en las imágenes que los países veneran, así como en la de los brujos. ¿Qué más?
—¿Hay más? —Caleb, Eghor y Olegh exclamaron al mismo tiempo.
Frey, quien se hallaba al centro de sus demás compañeros y tenía los brazos cruzados, miró una vez más las hojas y respondió.
—Es una secuencia; un conteo y una cuenta regresiva.
Todos lo miraron y Básidan sonrió. No podía esperar menos de su soldado más inteligente.
—No entiendo —Eghor cogió las hojas—, ¿en dónde ves el conteo y la cuenta regresiva?
—Lo que te sobra de músculos te falta de observación. Justo ahí. El primer dígito de los binomios comienza con el uno, después con el dos, el tres, el cuatro y termina con el cinco. Después con el segundo comienza por el cinco, luego el cuatro, el tres, el dos y termina con el uno.
15 – 24 – 33 – 42 – 51
—Joder, Frey, ¿qué tipo de leche te dieron cuando naciste?
El soldado levantó su mirada de ojos negros hacia su general.
—¿Qué significa esto?
Básidan comenzó a caminar alrededor de la mesa, con las manos en la espalda y el pensamiento en las cartas que había recibido del Emperador.
—Creemos que los Obispos de las cuatro tierras quieren activar el Cinturón de Zervogha.
—Es una broma, ¿verdad? Sería un suicidio y no podrían hacerlo.
—¿Por qué no? —Kendrich dirigió su atención hacia Olegh.
—Estás hablando del Cinturón de Zervogha. El cinturón de los Dragones.
Krettho, Soren, Daghmar, Ulka y Kinabraska. Ningún mortal podría controlar a una de esas bestias.
Básidan sonrió.
—¿Tan seguro estás?
—Bueno, suponiendo que los controlan —Caleb intervino. Tampoco él se veía tan convencido—, no todos los dragones van a sucumbir a su llamado. Que yo recuerde las viejas leyendas, dentro de los cinco grandes titanes existen dos dragones hembra. Y el Obispo es un hombre. En nuestra sociedad las mujeres estarán obligadas a obedecer a sus maridos, pero los dragones no piensan de la misma manera.
—¿Y tú crees que necesitan de los cinco dragones para controlar a Zervogha?
Caleb se frotó las cienes.
—¿Cómo vamos a impedirlo? Si el Obispo llegase a despertar a Kinabraska, estaríamos muertos en menos de cinco minutos.
—¿Y si le ponemos explosivos? —la frialdad de Frey flotó en el aire.
Básidan lo miró con desaprobación.
—Nadie va a explotar nada, mucho menos a un dragón.
—En ese caso, ¿qué propones, jefe?
Los ojos del general se ensombrecieron.
—Vamos a matar al Obispo. Lo haremos parecer un accidente o un robo que salió mal, pero no podemos permitir que siga en contacto con los demás pontífices.
—¿Qué hay de Circe? Dudo que alguno de sus habitantes esté trabajando de la mano con Froilán. ¿O creen que sí?
—No. Los Circeos son diferentes. Detestan todo lo que tenga que ver con los santos y principalmente con las iglesias. Pero no dudo que el Obispo y los demás sacerdotes estén planeando una invasión y así conseguir el poder de Daghmar; su dragón de la brujería. Recuerden que hace cien años uno de los Emperadores ya lo intentó.