La Reina de Hordaz

13. Juego sucio y ruin (parte 2)

Los ojos del brujo se abrieron a la par.

—¿Qué, has dicho? —la encaró.

—Por eso la Novena Legión está en el palacio, para proteger la espada. Básidan dijo que si esa arma llegase a caer en las manos equivocadas, podría causar una gran destrucción.

—Qué raro… según las historias que me contaba mi madre, un ser con magia era capaz de sentir la presencia de la espada. Y al menos yo, no la he sentido.

—Eso es porque no se encuentra a la vista. La tienen refugiada en un pasillo secreto que Omalie construyó hace muchísimos años para mi madre.

—¿Un pasillo? ¿En dónde está ese pasillo?

—Mañana te lo muestro.

—Vamos Lelé, cuéntamelo. Ya despertaste mi curiosidad.

—Bueno. Si bajas al sótano vas a encontrar seis pasillos. Todos ellos conducen a diferentes habitaciones, pero solo el tercero te llevará a una especie de altar que tiene diferentes pinturas de todos los reyes que han liderado Hordáz con el paso de los años, y espero que algún día mi retrato también llegue a estar ahí.

Priry trató de sonreírle.

—Y será el retrato más hermoso de la historia.

—Eso espero.

—¿Ahí está la espada?

—En la pared derecha. Tienes que mover uno de los dos faroles que cuelgan de la pared y entonces una puerta se abrirá. La espada está custodiada por tres guardias que cambian su turno cada seis horas, y está dentro de una caja fuerte.

—Supongo que como la reina de Hordáz tienes que conocer el código de a caja.

—Por supuesto —cada vez, Lelé se sentía más adormilada.

—No vas a decírmelo, ¿verdad?

—Lo siento, Priry, no puedo. Es un código que solo Básidan y yo conocemos.

El brujo se mordió la lengua, preso de la ira.

—Lo entiendo, cielo. Descansa que mañana tienes una importante reunión con el Conde.

Priry se quedó quieto, frotándole la espalda a Lelé en círculos hasta que esta finalmente consiguió dormirse. Entonces el brujo se fue. Abandonó la habitación saltando por la ventana y hallando con agradecimiento la pequeña escalera de madera con la que Ileana solía fugarse en el pasado.

Una vez fuera, corrió hacia los establos, cogió las riendas de uno de los caballos y abandonó el castillo sin que nadie pudiera verlo.

El maldito parecía un fantasma entre las nieblas.

Cabalgó hasta la posada, aporreó la puerta y una muy furiosa Margarella salió a su encuentro.

—¿Qué haces aquí? ¿Ya viste la hora? —le gruñó la mujer.

—Sé que es de madrugada, pero por favor necesito hablar con mi padre.

—Priry, tu padre está durmiendo.

—De verdad, necesito decirle algo de suma importancia.

—Espero que no sea una noticia mala. Su salud ha estado empeorando y tú lo sabes.

—Tranquila, no permitiré que se altere.

Y tras lanzarle una mirada de muerte, la enfermera lo dejó pasar.

El brujo corrió entre los pasillos de la posada, cruzó el pequeño jardín y de un solo golpe abrió la puerta.

—¿Qué demonios…? —el anciano recurrió a todas sus fuerzas para levantarse y maldecir.

—La espada Carver está en el castillo.

—¿Qué? —el hombre abrió sus funestos ojos verdes.

—¡Te digo que está en el castillo, Hidran! Me lo ha dicho la propia reina esta noche.

Y como si estuviera ganando fuerza, La Culebra del Mar Káltico comenzó a reírse. «Sabes que yo regresaré, más fuerte, más cruel».

—Escúchame bien, Priry, tienes que sacar esa espada del castillo.

—¿Te has vuelto loco? La Novena Legión me detendría antes de que pudiera salir de ese lugar, e Ileana me enviaría a la horca, o lo que es peor, me prendería fuego.

—Ileana está enamorada.

—Está enamorada, pero no va a permitir una traición como la que yo le estoy haciendo. Es tu sobrina y ni siquiera la conoces.

Hidran puso los ojos en blanco.

—La dejé de ver desde que ella era una bebé. Pero no importa, porque para eso vas a utilizar tu inteligencia, querido brujo.

—¿Cómo?

—Tienes que reducir su fuerza.

—¿Quieres que la mate?

—¡NO! Y nunca se te vaya a ocurrir ponerle un dedo encima. Lo que quiero decir es que, controlaremos un poco la llama del fuego. Mientras a un incendio no se le apliquen límites, seguirá consumiendo árboles a su paso. Pero, si lo sabes controlar, podrás guiar sus llamas a tu antojo. Con la reina tiene que suceder lo mismo.

»El dolor te hace débil, y el tener amor por las personas te vuelve un blanco fácil.

—¿Qué estás insinuando?

—Arráncale lo que más ama.




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