La Reina de Hordaz

13. Juego sucio y ruin (parte 3)

Antes de que el sol comenzara a pintarse en el horizonte, antes de que los gallos comenzaran a cantar, y antes de que Priry pudiera cruzar el jardín de entrada, los soldados de la Novena Legión se apresuraron a detenerlo.

—¡Ileana! —cuando Surcea entró a la habitación, inevitablemente se encontró con una Ileana desnuda y dormida sobre sus sábanas blancas.

—¡¿Qué pasa?! —la reina abrió los ojos de golpe.

—La Novena Legión acaba de detener a Priry.

—¡Pero cómo! —Lelé se puso de pie, cogió un delgado camisón de su armario, se puso los zapatos y bajó como alma que se llevaba el diablo.

Sus ojos estaban rebosantes de furia y no tenía cavidad para ningún otro pensamiento aparte de la gran reprimenda que le daría al general Básidan y a sus soldados.

—¡General Kendrich!

El hombre levantó la mirada e hizo una reverencia.

Los ojos de Lelé fueron directos al brujo encadenado y después a los soldados de la Novena Legión. Surcea estaba detrás de ella.

—¿Podría explicarme qué significa esto?

Básidan observó a Priry y deseó rebanarle la lengua cuando este le dedicó una sonrisa.

—Disculpad, Alteza, lo vimos entrando al palacio muy temprano y pensamos que se trataba de un Invasor.

—Pues ya ve que no lo es.

—Lamento mi imprudencia, reina Ileana —se giró hacia sus hombres—. Soltad al jardinero.

Y como si fuera poco, uno de aquellos mismos soldados soltó su agarre provocando que Priry, todavía con las manos esposadas, se precipitara de cara contra el suelo.

—¡¡¡Auch!!!

—Aprovechándome de este mal entendido, general Básidan —la reina centró su atención en él—. Quisiera explicarles que el señor aquí presente ha dejado de ser el jardinero real.

—¿Quiere que lo arrojemos a la calle?

—¡¿Qué?! ¡NO! Lo que estoy intentando decirle es que… es él, general Básidan. Él es el motivo por el que he decidido cancelar mi boda con el Conde.

A Básidan lo atacó un mareo. Sintió deseos de romperle la cara a la endemoniada criatura que ahora sonreía con mucha más gracia, y solo quizá, ponerse sus dientes de collar. Pero al contrario de sus pensamientos, solo dijo:

—Entendido, Alteza. Tendremos más cuidado.

Cuando Básidan y el resto de soldados regresaron a su campamento, Ileana no pudo esconder la preocupación tan grande que se apoderaba de sus ojos.

—¿Estás bien? ¿Te han hecho algún daño?

—Ninguno, afortunadamente.

—Surcea, querida.

—¿Sí, Majestad?

—¿Podrías preparar un poco de té, por favor?

—Enseguida —y entonces la Corniz también se marchó.

—No le irá a poner veneno, ¿verdad?

Lelé le sonrió.

—Deberías quitarte esos pensamientos de la cabeza. Nadie aquí va a hacerte daño, Priry, mucho menos matarte.

—Qué bien.

—Priry —Ileana lo escudriñó con renovado interés—, ¿qué estabas haciendo tan temprano fuera del castillo? Qué bueno que solo te detuvieron, porque si realmente te hubieran confundido con una de las Gárgolas del Obispo, pisando tierra real tenían todo el derecho de dispararte.

El brujo recordó el anillo que Hidran le había entregado.

—Fui a conseguirte un regalo.

—¿Un regalo? —las mejillas de Lelé se pusieron rojas, sobre todo cuando lo vio extraer la sortija de su bolsillo—. ¡Oh, por Ghirán! Priry, es hermoso.

—No necesitas casarte con el Conde para mantener tu puesto como soberana. Ileana, me gustaría que te casaras conmigo.

«Soy el rey del hurto y del engaño».

—Y sabes que lo haré. Con sortija o sin ella, con cena de compromiso o sin ella, con el permiso o sin él porque te quiero y deseo que nuestros caminos se entrelacen en uno solo.

«En ese castillo solo hay una persona que tiene el corazón de Ileana Barklay en la mano. Quítale a Omalie».

—Lelé, me siento un poco cansado. Iré a darme un baño y a dormir.

—Pero Surcea ha preparado té.

—Tendré que pasar esta vez. Dale mi agradecimiento y saluda al Duque de mi parte. Te veo más tarde, cariño —y después de darle un corto beso en la frente, Priry se dirigió a sus aposentos.

El brujo estuvo todo el día sumergido en su cama, pensando y cuestionándose la mejor manera para deshacerse del Duque sin que nadie sospechara de él. Estaba claro que el general Básidan le tenía los ojos encima, y hasta cierto punto a Priry le hubiese gustado eliminarlo a él primero, pero no sabía cuánto su pequeño arrebato complicaría las cosas y cómo el general podría defenderse. El brujo tenía en cuenta una cosa muy importante, y es que aquel hombre que se hacía llamar General de la Novena Legión, era mucho más peligroso e importante que el título que llevaba encima.




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