La Reina de Hordaz

14. Patrón de intercambio (parte 1)

Básidan y sus cuatro compañeros; Olegh, Eghor, Caleb y Frey cargaban sus armas y sus cuchillos. Los cinco caminaban hasta la salida de los jardines dispuestos a salir al campo y entrenar. Faltaba solo un día para que el viernes se llegara y el Obispo saliera en la procesión. El general Kendrich sabía que solo tenían una oportunidad de disparar, y por ello mismo debían entrenarse arduamente para que ese disparo resultara certero. Ileana había salido de caza, y Básidan aprovechó la oportunidad para escabullirse con sus compañeros sin asuntos que requirieran su presencia.

Desgraciadamente todo se amargó cuando un hombre montado a caballo y con un ridículo sombrerito negro se apareció ante ellos.

—General —Priry le sonrió—, qué gusto volver a verlo.

Tanto Olegh como Eghor, Caleb y Frey levantaron sus miradas y gruñeron al unísono. Los cuatro parecían perros que habían encontrado una presa.

Básidan notó la furia que estaba aflorando en sus compañeros. Miró los ojos de Frey llenarse de un odio tan profundo que casi se asemejaron a la muerte. Y con un simple levantamiento de su mano derecha, los cuatro soldados se calmaron.

—Señor jardinero, también para mí es un gusto que nos volvamos a encontrar.

—¿Jardinero? —el brujo altivó su mentón—. Creo haber escuchado a la reina decir el puesto que ahora ocupo dentro de este palacio.

Básidan le sonrió.

—Yo lo llamaré por su título cuando porte legalmente la corona. Y en todo caso, déjeme anticiparle que la Novena Legión, y yo particularmente, me encuentro al servicio de la heredera legítima de la corona, Ileana Yeliethe Barklay Harolan. No del consorte.

Priry luchó para no mostrar su humillación.

—Que tenga un buen día, general.

—Lo mismo le deseo, señor jardinero.

Cuando el caballo de Priry se alejó, galopando hacia el sur, Caleb fue el primero en acercarse a su líder.

—¿Quién demonios ha sido ese sujeto?

—¿Es mi imaginación o apestaba a magia?—Olegh se cubrió la nariz con las manos.

—Es un brujo —exclamó Frey, ganando la atención directa de Básidan—. No tengo la menor duda; es un brujo, y si mi nariz no miente; es un brujo de viento.

—Por el momento, es el pretendiente de nuestra reina.

—¿Pretendiente? —Eghor estalló en carcajadas, pero pronto se detuvo cuando Básidan le lanzó una mirada asesina—. No puede ser su pretendiente, esa cosa destila brujería.

—Con mayor razón, lo quiero mantener vigilado.

—¿Tú ya sabías que era un brujo?

—Desde el primer momento que lo vi. Pero no creo que nos dé problemas; cuando mucho querrá casarse con la reina para convertirse en rey.

—¿Y qué tal si se acerca a la espada?

—No sabe en dónde está.

—¿Y qué tal si esclaviza a Hordáz y los Circeos nos atacan?

—Escuchen, nuestra prioridad es asesinar al Obispo, y ya después nos encargaremos de él. Podremos inventar que se ha resbalado del balcón o que se ha ahogado en el lago. Dudo que alguien piense que esa cosa sabe nadar. Pero lo haremos después de nuestra misión más importante.

—Se dirige al pueblo —Olegh lo siguió con la mirada—. Yo creo que hay que seguirlo…

—Yo creo que ese plan está descartado —Frey susurró.

—¿Por qué? —Básidan se giró hacia él.

—Ahí viene el carruaje del Obispo.

—Maldita sea, lo que me faltaba.

Efectivamente, el Obispo descendía de un gran carruaje rojo, flanqueado por sus dos Gárgolas y un arreglo floral más grande que su cabeza.

—General Básidan —el hombre extendió sus brazos y su larga túnica escurrió sobre ellos—. Justo a la persona que estaba deseando ver.

—¿En qué puedo ayudarlo? —Básidan lo observó. Quizá, si durante la procesión el general dirigía su ballesta hacia el rostro del pontífice lograría darle en medio de los ojos y así asesinarlo.

—He traído este arreglo de flores para la reina. No la he vuelto a ver en las misas, y eso me da un aviso de que Su Majestad está molesta conmigo.

«Deberías agradecer que estás vivo, Froilán», pensó el general.

—No creo que esté molesta. La reina ha estado un tanto ocupada, pero no dudo que apenas tenga un momento libre, se aparecerá por la Gran Capilla.

—De todos modos me gustaría poder entregarle mi presente.

—Nosotros se lo entregaremos con gusto. La reina no se encuentra, pero apenas ella regrese, nosotros se lo haremos llegar.

—¡Oh! Muchas gracias, general. Le estaré eternamente agradecido.

—Caleb, por favor, recibe el arreglo.

Pero apenas el muchacho lo cogió entre sus brazos, el peso del ramo provocó que sus piernas fallaran y este se precipitara al suelo. Eghor tuvo que ir a su rescate.

—¡Nos veremos pronto, general! — el Obispo agitó su mano desde la ventana del carruaje, despidiéndose y bendiciéndolos.




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