La Reina de Hordaz

14. Patrón de intercambio (parte 4)

Priry regresó al castillo como si nada hubiese sucedido, como si no acabara de encender la mecha de una bomba o como si no acabara de quitar su pie del cuello del tigre y ahora le quedasen míseros segundos para escapar.

Era el momento, su reloj había dado la vuelta y ahora la arena consumía su tiempo. Tenía que actuar rápido. Entró a su habitación, cogió una bolsa de manta y su pequeña daga que él mismo se había hecho hace muchos años, y sin vacilaciones, corrió al sótano. El hombre bajó las escaleras, tomó el tercer pasillo, tal y como Ileana le había dicho, y pronto encontró el famoso altar del que la reina le había hablado. Efectivamente, en aquella mesa había una increíble cantidad de veladoras encendidas, flores, un poco de oro, mirra y algunos panes y botellas de vino. Sobre esta se hallaban diferentes retratos de todos los reyes y reinas de Hordáz; de la reina Arkansa Emilia, del rey Isak, de la reina Jovanka y muchos otros antiguos reyes Barklay que se sentaron en sus tronos y dirigieron su país bajo el poder de la impresionante corona.

De lado derecho y siguiendo las palabras del relato de Lelé, el brujo pudo encontrarse con la farola que colgaba de la pared. Desenfundó su pequeña daga y se preparó para la batalla, ya que en cuanto jaló de la lámpara, una puerta secreta se abrió y de ella aparecieron los tres centinelas que resguardaban la espada. Vaya que sí era un arma bastante poderosa, pues apenas se abrió la puerta, el brujo sintió el golpe de poder que emanó de aquella bóveda.

Los guardias se le fueron encima atacándolo con todo lo que tenían, pero llegados hasta este punto, Priry ya no necesitaba cuidarse a la hora de utilizar sus artes negras. Levantó sus manos y consiguió arrancarle el aire de los pulmones a uno de los guardias; el hombre escupió sangre, profirió un ensordecedor grito y cayó en el suelo mientras su nariz sangraba.

Para los siguientes dos, el brujo utilizó sus habilidades combinadas. A uno lo hizo volar por el aire, golpeándole la cabeza contra la pared y asesinándolo al momento. Al último simplemente le clavó la daga en el cuello tres veces seguidas y después la arrancó para que se desangrara.

Tembloroso y ciertamente cansado, Priry se acercó a la caja fuerte y se armó con lo mejor que sabía hacer. La brujería. Pegó su oreja al frío hierro y escuchó detenidamente mientras los engranajes comenzaban a moverse. Los hizo girar, los agitó de un lado a otro y en círculos, pero cada vez que estos fallaban, Priry comenzaba a sentirse más y más débil. Sentía que su poder se estaba consumiendo, y aunque una parte de él quería creer que era la falta de entrenamiento, pues hacía meses que no utilizaba sus artes, la parte racional le indicaba que la Espada Carver estaba absorbiendo su energía.

—Vamos, ábrete.

Todos los sonidos que alcanzaba a percibir en los demás pasillos se incrustaban en sus oídos transmitiéndole miedo. Sabía que si alguno de los guardias entraba mientras él seguía ahí, alertaría al resto y una masiva persecución se levantaría en su contra. Hizo de todo, intentó doblar el hierro con su poder, golpear la cerradura y buscar alguna otra forma de entrar, pero nada le había funcionado. No le quedaba nada más que hacer un patrón de intercambio.

Maldijo sintiéndose frustrado, agarró con fuerza su puñal y entonces se cortó una larga hendidura alrededor de su muñeca. La sangre salpicó el suelo. El dolor era infernal pero él sabía que debía seguir adelante o sería capturado. Priry formó la imagen de un pentagrama de intercambio en el suelo; le costó mucho esfuerzo, mucho dolor y mucha sangre, pero cuando por fin lo terminó, tiró la daga y se arrodilló ante él mientras juntaba sus manos. La sangre pronto le manchó la camisa y sus pantalones.

—Intercambio —susurró—. Un recuerdo a cambio del código.

Todo su cuerpo comenzó a dolerle como si estuviera cubierto de lumbre. La espalda empezó a sudarle, las manos, la frente, la sangre goteó y entonces un recuerdo de su pasado apareció ante sus ojos para ser olvidado perpetuamente.

—Priry —ella se le acercó, le acarició el mentón y le besó la boca.

Él le respondió de la misma manera.

Aquello sucedía en una época en la que todavía la quería. El brujo pensó que se podría enamorar, que esa mujer sería el amor de su vida y que compartirían juntos el resto de sus días. Una vida que ahora le pertenecería a tres.

Pero no.

Esmerari jamás formaría parte de él. Jamás tendría su corazón, y aunque ella se le entregó en cuerpo y alma, él nunca podría sentir nada más que por él mismo.

Aquel hombre era un egoísta, un ambicioso y despreciable ser humano que disfrutaba del dolor ajeno con tal de tener algunas monedas en su bolsillo.

—Priry, ¿qué está pasando?

—Levántate, tenemos que salir de aquí.

—¿A dónde me llevas? Espera, no puedo caminar tan rápido. Me duele un poco… ¿Priry?

—Llévensela. Es toda suya.

—¿Qué me van a hacer? ¡Priry! ¡Suéltenme! ¡Priry! ¡Priry!...

«Intercambio. Un recuerdo a cambio del código».

La mente de Ileana pareció abrirse ante él, y de pronto los números cruzaron por su propia cabeza como si Básidan se los hubiese dicho a él. Las manos del brujo regresaron a la puerta de la bóveda, giraron la rueda numérica, según le indicaba la cifra, y un glorioso chasquido lo hizo suspirar y sentirse aliviado. Las bisagras chillaron mientras la puerta era abierta, y cuando la espada quedó ante él, la herida de su brazo comenzó a curarse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.