La Reina de Hordaz

14. Patrón de intercambio (parte 5)

Al otro lado de los jardines, Básidan, Olegh y Caleb estaban recibiendo al resto de sus compañeros y a la reina. Ileana seguía vestida con su ropa de caza; su capa, sus botas y su cinturón que albergaba todos sus cuchillos y su gran espada.

—¿Cómo le ha ido, Majestad? —el general extendió su mano para ayudarla a bajar del caballo.

—Increíble, aunque nos quedaremos sin cenar.

—¿Cómo así? ¿No encontró patos?

—Muchos, pero me negué a matarlos. Son tan lindos en libertad.

Básidan intentó no sonreírle.

—No se preocupe, Majestad, nosotros hemos traído algunos panes de miel y azúcar. Si mis soldados no los han devorado, aun podría compartirle una parte.

—Se lo agradezco, general Kendrich.

El eco de los cuernos y las trompetas reverberaron por todo el palacio, llegando a los oídos de un muy pálido y aterrado Básidan. El general soltó la mano de su reina y se giró hacia su campamento. Rogaba porque todo fuese una confusión o una alarma de prueba, pero cuando vio a Eghor y a Frey correr hacia él, aquella misma palidez se volvió la piel de un muerto.

—¡Frey!

—¡La espada!

Dos soldados de la Novena Legión salieron corriendo del interior del castillo, y al igual que Básidan, sus rostros también estaban pálidos.

—¡Señor, han robado la espada!

La noticia le cayó al general como una bomba.

—¡Asesinaron a los guardias que la cuidaban! ¡La han robado!

—¡Cierren todas las salidas y entradas, y despliéguense! ¡Esto no es un simulacro! ¡Tiren a matar de ser necesario!

Él y sus cuatro soldados se dirigieron al castillo, y aunque Lelé intentó seguirlos, Surcea se cruzó en su camino.

—¡¿Qué está pasando?! —los gritos y las trompetas casi no dejaron escuchar la voz de la Corniz.

—¡Una desgracia!

—Qué bueno que has llegado. El necio de tu tío se ha ido a buscar al Duque…

—Ahora no, Surcea, alguien ha robado la espada Carver.

—¿La espada? ¡Que Ghirán nos ampare!

Pronto la reina y la Corniz lograron alcanzar al general y a sus soldados, pero cuando vieron la escena tan macabra que el ladrón había dejado a su paso, ambas esbozaron un fuerte grito de horror.

—¿Qué sucedió aquí? —Lelé se acercó a los cadáveres y a la puerta de la bóveda.

—Quien sea que se haya llevado la espada conocía la contraseña.

—Yo no dije nada —Lelé aseguró apenas sintió la frialdad tan espantosa con la que Básidan la estaba observando. Y es que era verdad, ella no había hablado nada sobre contraseñas y números. El que Priry se aprovechara del control sobre su brujería para robarlos de su cabeza, era una cosa muy diferente.

—Tenemos que encontrar esa espada a como dé lugar. No me importa si para ello debemos allanar todos los hogares de Hordáz, pero esa arma no puede estar desaparecida.

Y mientras el general seguía hablando, Lelé se acercó para ver más de cerca las manchas del suelo. El pentagrama ya no se podía ver, pero aun así había una terrible sensación escalando por la espalda de la reina.

Ileana contuvo sus lágrimas, se llevó las manos al pecho y rogó porque aquello no fuese lo que estaba pensando. No preguntaría por él y tampoco pediría que lo buscaran. Se juró que él estaría en la habitación, esperando por ella y oliendo los jabones de garapiñados que tanto le gustaban. Sin embargo, cuando un ostentoso objeto brillante que provenía del suelo llamó su atención, todos esos pensamientos desaparecieron.

—Artenness —se dijo y su corazón se rompió en mil pedazos.

—¿Dijo algo, Majestad?

—Artenness —Ileana levantó entre su mano la daga con la que habían asesinado a los guardias y después mostró su reloj de bolsillo—. Yo tengo un reloj hecho con el mismo material.

Básidan le arrebató los dos objetos de las manos. Los comparó a la luz de las farolas y coincidió en que era el mismo material. Un metal extraño y poco usual en Hordáz.

—¿Quién te ha dado esto?

Lelé recurrió a todas sus fuerzas.

—Priry.

La mandíbula de Básidan crujió cuando el general cerró la boca. Miró a sus compañeros y dio la orden.

—Maten al brujo.

Olegh, Caleb, Eghor y Frey salieron como almas en plena oscuridad.

—¿Brujo? ¿Priry es un brujo? —Surcea se llevó las manos a la boca, pero Lelé no pudo hacer otra cosa que apretar los labios y contener su estallido de furia, sobre todo cuando la palabra brujo salió de Básidan.

Un par de pasos se escucharon en el pasillo de afuera, pasos que solo podrían provenir de un empleado, ya que las botas de los soldados sonaban diferentes en el eco.

Aquello se trató de una de las mucamas, quien tenía las mejillas coloradas, los ojos rojos de tantas lágrimas y que llegó lanzándose a los pies de la reina.




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