La Reina de Hordaz

15. Corazón en llamas (parte 1)

Cuando Priry consiguió llegar a la posada y Margarella le abrió la puerta, ni siquiera le importó aventarla y que la mujer se golpeara la espalda con una de las paredes.

—¡¿Qué te pasa?! —pero él no se quedaría a escuchar sus reclamos.

El brujo cruzó los jardines y pateó la puerta de Hidran. Este se levantó con las pocas fuerzas que le quedaban, y solo entonces Priry pudo arrojarse al suelo en un intento desesperado por tomar aire y aliviar el dolor de su cuerpo. El pentagrama de intercambio le había costado un alto precio.

—Ahí está… La he traído.

La Culebra se lanzó hacia la bolsa de manta, sacó la espada y la sostuvo entre sus manos como si realmente estuviese sujetando algo divino. El poder fue instantáneo, un viento gélido se abrió camino en la habitación, movió las cortinas y también agitó el cabello blanco del hombre.

—Tantos años esperando… —exclamó con voz temblorosa—. Por fin, por fin está conmigo.

—No entiendo —al brujo todavía le costaba trabajo respirar y moverse—. ¿Cómo demonios la vas a utilizar? No tenemos la llave.

—No entiendo cómo fue posible que mi sobrina se fijara en ti siendo tan estúpido. ¿Al menos tienes idea de cuál es esa llave?

—Nunca me lo dijiste.

—La sangre de un Arcano. Solo una bruja o brujo de esta categoría podría poseer todo su poder.

—Hidran, tú eres un hechicero.

—Te dije que era un hechicero, mas no te lo demostré.

—Dijiste que…

Pero entonces el anciano levantó la espada y se cortó la palma de la mano en un corte tan profundo y grande que su sangre escurrió por su brazo y ensució la alfombra del suelo. El viento se volvió salvaje, una luz verde emanó de su cuerpo y se fundió con los torbellinos que ahora se formaban en la habitación.

—La espada que da y quita, que sucumbe a la muerte y a la resurrección. El arma que puede cortar el Mar Káltico a la mitad. Una espada maldita. ¡Alta condena, acto de fe! —y entonces las sombras oscuras estallaron a su alrededor. Su cabello se tornó negro, sus arrugas desaparecieron, sus ojos brillaron, su postura se irguió, y como si aquel hombre volviese a tener una fuerte juventud, la imagen del anciano desapareció. Ahora en su lugar quedaba un hombre joven, de aspecto poderoso y ruin, un hombre alto, fuerte, de buena salud y unos ojos tan verdes que brillaban incluso más que los peridotos.

La Culebra del Mar Káltico había regresado. Más fuerte. Más cruel.

—No puede ser… —Priry retrocedió aterrorizado. Al principio intentó gritar, pero el aullido se convirtió en un soplo de aire que ni siquiera pudo abandonar sus labios—. Eres un Brujo Arcano.

—Arkansa Emilia Barklay no era la única Bruja Arcana de Hordáz, querido Priry. Ahora, si deseas venir conmigo, iremos al cementerio de Alpargatha.

—¿Al cementerio?

—Un futuro rey necesita un ejército que pueda controlar. Y yo ya tengo en mente a quienes voy a utilizar.




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