Olegh, Frey y Caleb aprovecharon la estampida de personas para liberarse de los muertos. Golpearon y partieron cabezas con sus propias manos debido a que los tres se encontraban desarmados. Cuando Kinabraska se lanzó en picada hacia ellos, escupiendo fuego y rugiendo, Frey sujetó a sus dos compañeros y se arrojó debajo de uno de los árboles. Este comenzó a incendiarse y a caerse en pedazos sobre ellos, pero al menos los protegió del primero ataque. O eso pensaron.
—¡Olegh! —la sangre le salía a borbotones del pecho. Una de las ramas le había caído encima y le había perforado el corazón provocándole una muerte instantánea— ¡Olegh, maldita sea, abre los ojos!
—¡Déjalo, está muerto! —Frey tomó a Caleb de los hombros y lo cargó hasta que ambos pudieron alejarse—. Escúchame, tienes que irte.
—¡Está muerto!
—Igual que Eghor, y si no me pones atención pronto los dos lo estaremos. Esa cosa va a regresar y continuará con su destrucción. Ahora los muertos obedecerán a Ileana, y no se detendrán hasta conseguir el mayor número de presos y muertos posible. Tienes que irte. Viaja hacia Kair Rumass y avísale al Emperador de que estamos en fase tres.
—¿Y tú?
—Me voy a quedar para que nadie pueda seguirte.
—Básidan…
—Básidan no está aquí. No eres el adecuado para quedarte. Si el ejército de Ileana te captura, te torturarán hasta que cuentes toda la verdad. Nadie puede saber lo que realmente somos, ¿entiendes?
Caleb asintió llorando.
—Vete, y hagas lo que hagas, no mires atrás. ¡Vete!
El más joven de los Caballeros Blancos, el menos experimentado de los «CB», y el adoptado por Básidan corrió hacia el sur, huyendo entre las personas y brincando sobre los cadáveres hechos cenizas.