La Reina de Hordaz

17. El Clan «CB» y los Caballeros Blancos (Parte 1)

El atardecer comenzaba a pintarse en el cielo. Básidan y Surcea habían caminado kilómetros, y aunque una parte del trayecto, del fúnebre y cenizo trayecto, el general montó a la Corniz en el agotado caballo, por momentos ella decidió que hasta el pobre animal necesitaba descansar. Los tres habían viajado en silencio, sucios, heridos y con los recuerdos de la horrible masacre carcomiendo sus pensamientos. Ninguno de los dos se había atrevido a comentar nada, pero fue ella quien le dio voz al retorcido silencio.

—¿A dónde irás ahora?

El general se giró hacia ella, la miró un par de segundos y finalmente suspiró, deteniéndose y dejando que el caballo se alejara para pastar.

—Tengo un par de ideas.

—Pues en ese caso, creo que es momento de decirnos adiós.

—Si te quedas aquí, ¿qué será de ti?

—No lo sé. Ni siquiera he pensado en una solución; me da miedo volver al castillo.

—Y deberías tenerlo…

—Básidan, sigo sin entender lo que pasó.

—¿Qué necesitas entender? Hay un dragón suelto, volando libremente en Hordáz, quemando casas y asesinando personas. No puedes quedarte aquí, Surcea.

—¿Y a dónde voy a ir?

—Puedes venir conmigo.

La Corniz sonrió con amargura.

—No quiero representar una carga para ti. Ni siquiera sé a dónde te diriges.

—No sabes muchas cosas.

—Exacto, y por eso mismo decido quedarme.

—Surcea, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Dime.

—¿De verdad crees en esa historia de que soy el General de la Novena Legión?

Ella se le quedó mirando.

—¿No lo eres?

—Por supuesto que no.

—Entonces… —a Surcea la recorrió un escalofrío— ¿quién eres?

Básidan le sonrió. En sus ojos se reflejó la sed de sangre y la fascinación por la crueldad.

—Creo que ya es hora de que tú sepas la verdad. Pertenezco a la congregación del Emperador Augusto Bálder; el gran líder de Kair Rumass, general supremo del clan «CB» y líder autocrático de la Orden de los Caballeros Blancos. Yo soy su más grande Cazador de Brujas.

Surcea retrocedió aterrada y sus ojos se llenaron de lágrimas. Vio a Básidan como si fuese un completo y letal desconocido.

—Tienes dos opciones, Corniz: O te aferras a tu temor sobre mí y decides quedarte, o vienes conmigo.

—¿Por qué querría ir contigo? —le rugió ella— Acabas de decirme que Ileana es una bruja, ¿por qué permanecería al lado de un hombre que su única intención es asesinar a mi mejor amiga? ¡Eres un cazador, un cazador de brujas! Un hombre que las quema, tortura y no sé cuántas atrocidades más.

—Como si tu amiga no fuese ya una asesina.

—¡Lelé no es así!

—No, seguramente no. Por eso no decidió asesinar a tanta gente con un maldito dragón como arma.

Los llantos de la Corniz se hicieron más fuertes. Surcea se sentó en el suelo y se presionó los ojos hasta que le dolieron, y en un desesperado intento por calmarla, Básidan la cogió de los brazos.

—Ileana tiene un odio muy grande y un dolor que la está consumiendo, y no se detendrá hasta convertirla en una amenaza mucho peor. Mi deber es detenerla.

—Perdió a Omalie y Priry la traicionó. Tiene rencor con el mundo. ¡Es mi mejor amiga…! No puedo verte cazándola como si fuese un animal.

—Y por eso mismo debes venir conmigo. Tú eres ese eslabón que me permitirá detenerla.

—No puedo, Básidan.

—¿Cuánta gente más va a seguir muriendo? Ileana tendrá a Hordáz esclavizada y se volverá en contra de los humanos. Les dará la espalda como ellos se la dieron a esas criaturas. Surcea, tenemos que detenerla.

—Humanos. Lo dices como si ella no lo fuera.

—Hordáz no considera humanos a los seres con magia.

—¡Y ese fue su error! Por eso Hidran dijo aquello, por eso Ileana está molesta. ¡Porque tampoco consideraron a Omalie como un humano!

—Lo que la Culebra Káltica quería era diferente.

—¿Ah, sí? Y según usted, señor Cazador de Brujas que se hace pasar como un general, ¿cuál era la diferencia?

—Hidran lo que quería era una guerra entre seres con magia y humanos. Quería tomar el control de Zervogha para levantar una dictadura bajo su nombre y asesinaría a Ileana en cuanto cumpliera su objetivo.

—Al parecer conoce mucho sobre la Culebra Káltica, señor.

—Más de lo que te imaginas, Surcea. Aunque te confieso que nunca imaginé que siguiera vivo y nos tendiera una trampa utilizando al brujo de Priry.

—Y también sabías que Priry era un brujo. Interesante. ¿Cuántos secretos sigue escondiendo, general Kendrich, o preferiría que lo llamara Señor Cazador de Brujas?




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