56 AÑOS ANTES
Cuando el príncipe Isak Barklay se llevó el tarro de cerveza a sus labios, no pudo evitar que sus ojos siguieran con esmero a la hermosa mujer que bailaba sobre la tarima de madera. Desde que el príncipe entró a la taberna y ocupó una de las mesas, sus ojos cayeron cautivados por la sorprendente belleza de una gitana. La mujer, de piel aceitunada y ojos tan verdes como el jade, se hallaba danzando al ritmo de las castañuelas y las mandolinas mientras su largo vestido de holanes se sacudía con sus movimientos. En su mano sujetaba un pandero con listones de colores, sobre su largo cabello negro llevaba anudado un colorido pañuelo azul, y en su frente colgaba un llamativo bindi de cristal. La mujer era curiosamente llamativa. De su cuello colgaba un revoltijo de collares, en sus oídos había dos enormes aretes de plata y en sus manos los brazaletes de oro sonaban cada vez que esta agitaba sus manos en el aire al ritmo de la música.
Isak estaba maravillado con aquella mujer, y tanta era su fascinación que ni siquiera les prestó atención a las demás mujeres que intentaron acercarse a él, coquetearle y ofrecerle otro tarro de cerveza. El mundo giraba a su alrededor, pero a él solo le interesaba seguirse cautivando por aquella danza y la eufonía del pandero. De pronto, y como si la gitana acudiera a su llamado, comenzó a bailar hacia él, arrodillándose en la tarima y sonriendo mientras se movía ante sus ojos. En un momento determinado la música se detuvo y todas las bailarinas comenzaron a revolverse entre la gente. La gitana de los ojos verdes y los pies descalzos bajó del escenario y caminó hacia la salida de la carpa, pero cuando Isak intentó seguirle el paso, una mano de dedos gruesos y firmes le apretó el brazo.
—No pretenderá seguirla, ¿verdad, Majestad? —le dijo el hombre que lo detuvo. Aquella persona se llamaba Adhi Lecred, un joven marino dispuesto a convertirse en el mejor capitán de los mares, pero que por el momento era el gran amigo y guardia del joven príncipe.
—Por supuesto que pretendo hacerlo —y sin dar más explicaciones, Isak se adentró entre la gente.
La Feria del Viento había llegado a Hordáz en su doceavo año consecutivo, y como era de esperarse, muchas personas acudieron a las enormes carpas que eran utilizadas como tabernas, ya fuese para beber, relajarse o acudir a los brazos de alguna cortesana. En aquel momento el príncipe Isak, el díscolo y bohemio príncipe Isak Barklay tenía solamente veintitrés años, y aunque fueron miles de jovencitas bellas que hacían filas para presentarse y que el príncipe por fin pudiera elegir una esposa, Isak no se veía interesado en ninguna de ellas. De hecho, el príncipe no parecía interesarse por ninguna mujer de Hordáz ni de ninguno de los demás países, no hasta que apareció aquella hermosa gitana de piel morena y rostro encantador.
—¿Has escuchado los rumores? —y ante la pregunta de Adhi, Isak se giró hacia él—. Dicen que las gitanas pueden ser unas embusteras y que les encanta birlar a la gente. En algunos pueblos dicen que se roban a los niños. ¿Qué tal si planea asaltarte?
—Esas son tonterías. Además, no creo que me pueda quitar gran cosa.
—¿Cómo de que no?
—Mírame, Adhi, no llevo ni un solo diamante encima aparte de la pedrería artificial de mi antifaz, y esta cosa que me ayuda a esconder mi identidad. Nadie aquí sospecharía que soy el príncipe.
—Con mayor razón ten cuidado. Como el príncipe heredero podrías correr un peligro de muerte. Qué tal si los gitanos se aprovechan de ti y levantan una rebelión.
—En ese caso —el príncipe se quitó su sombrero y acarició la pluma de este mismo—. Que Ghirán me guarde y me proteja.
—Isak. Isak, ven aquí. Demonios, qué le voy a decir a tu madre.
Pero en respuesta, el príncipe levantó una de sus manos a modo de despedida y después desapareció entre una puerta cortinas y sedas preciosas.
Aquel camino lo llevó hasta los jardines del Gran Lago. Las hogueras ardían para calmar el frío de la noche, algunas personas reían y los niños corrían felices. Las carretas de los gitanos se hallaban muy cerca de ahí, por lo que Isak pensó que quizá podría encontrarse de nuevo con aquella preciosa mujer. Y vaya sorpresa, pues su deseo fue concedido.
El joven volvió a tocar la pluma de su sombrero, se revolvió incómodo y finalmente avanzó hacia la luz del fuego para que su silueta quedase expuesta y las piedrecillas de su antifaz brillaran con más gracia.
—Buenas noches —se acercó a la hermosa mujer que sostenía un jarro de aguamiel en sus manos.
La gitana se dio la vuelta, regalándole una enorme sonrisa y dejando al descubierto la belleza de su atuendo, perfectamente ordenado y pulcro como si ya desde antes lo hubiese estado esperando.
—Buenas noches, ¿le puedo servir en algo?
Isak sonrió y agradeció que la luz del fuego no alcanzara a iluminarle el rostro por completo, de lo contrario ella notaría el intenso color rojo de sus mejillas.
—Me presento —el príncipe intentó adoptar la ligereza de un conquistador empedernido—. Mi nombre es... Erenzzo La Fontaine, y solo he venido para declararle que usted ha estado simplemente maravillosa en su número de danza.
Ella le regresó la sonrisa, aunque a decir verdad, aquel gesto contenía algo más que azoramiento.