La Reina de Hordaz

20. Hidran Harolan y la bruja del pueblo (parte 1)

38 AÑOS ANTES

Hidran e Hiluzan continuaron sus estudios en el colegio religioso. Los dos consiguieron adaptarse rápidamente, y aunque los primeros meses resultaron ser una tortura para Hidran, este se acomodó perfectamente a las actividades impuestas por los diáconos e instructores.

Dentro del colegio no se permitía la presencia de mujeres, ya que los Obispos lo consideraban una peligrosa tentación para sus estudiantes. Todos los días las trompetas sonaban exactamente a las cinco en punto de la mañana para levantar al gran número de jóvenes que se hallaban en los dormitorios. Una vez despiertos, debían tender sus camas y marcharse a la regadera para cepillarse los dientes, darse una ducha y vestirse con sus túnicas rojas y sus rosarios de plata. Después estos mismos acudían al salón principal del colegio para rezar y cantar apoyados por el coro religioso. Luego eran enviados a los salones en donde eran instruidos y educados. A las diez cincuenta de la mañana podían salir a la cafetería en busca de sus desayunos. Los sentaban a todos juntos en una enorme mesa de madera y acero y rezaban un par de oraciones para dar gracias por la comida. Después regresaban a los salones, recibían un par de clases más y finalmente eran enviados a sus habitaciones para descansar o hacer cualquier actividad que fuese de su agrado. Por supuesto muchos de ellos acudían a los jardines o a las bibliotecas y ayudaban a los diáconos en sus labores. Algunos de aquellos jóvenes deseaban fuertemente convertirse en monaguillos y después recorrer el largo camino para coronarse como la mayor autoridad de la Gran Capilla. Los Obispos.

La semana había estado bastante concurrida, pronto se celebraría la mayor fiesta patronal de Hordáz, y por supuesto que la Gran Capilla había pedido que el colegio de Los Cervantes participara en sus numerosas procesiones. El tiempo había pasado, y ahora Hiluzan rondaba los diecinueve años mientras que su hermano menor, Hidran, rondaba los dieciséis. Ambos hermanos se habían acostumbrado a la vida dentro del colegio, y aunque Hiluzan estaba próspero a graduarse, todavía sentía un gran cariño por el sitio que se había vuelto su hogar como para abandonarlo del todo. Quizá en un futuro se adiestraba con los instructores de idiomas, o decidiría regresar a Kair Rumass y heredar el título de su padre trabajando también para el ejército del Emperador. Pero ese día en particular, no tenía cabeza más que para los preparativos de la procesión.

—¿Seguro que no quieres ayudarnos? Tal vez te dejen cargar uno de los estandartes.

Hidran lo miró de reojo mientras avanzaba por el largo corredor.

—Te he dicho que prefiero mantenerme alejado de todo eso.

—Vamos Hidran, ya han pasado nueve años, ese tema ya ni siquiera debería inquietarte.

—Pero lo hace. No tengo alternativa con permanecer en el colegio, pero si puedo evitar cualquier festividad relacionada con la Gran Capilla y los Santos, entonces lo haré. ¿Me estás escuchando?

Los pasos de Hiluzan se habían detenido. Allá, al fondo del corredor y hablando con uno de los diáconos, se hallaba un hombre de porte formidable, de gruesos hombros y ataviado con las mejores telas existentes. Pero en realidad lo que había capturado la atención de Hiluzan había sido la hermosa joven que se hallaba al lado del hombre. Un emblema a la belleza, una joven de piel suave, cabello rojo y nariz respingada.

—¿Ya la viste?

Hidran entornó los ojos ante la pregunta de su hermano.

—Es la princesa.

—Lo sé, parece una.

—¿Qué? No, imbécil. Ese es el rey de Hordáz y ella es su hija, la princesa y futura heredera al trono.

—¿Y tú cómo sabes eso?

Pero el muchacho solo se encogió de hombros. A Hidran le gustaba saber cosas, investigar e informarse, y qué bueno que lo hacía, pues eso sería lo que en un futuro le salvaría el trasero.

—Está preciosa.

Y en un determinado momento, la joven Arkansa Emilia desvió la mirada del diácono que hablaba con su padre y se encontró con aquella mirada de ojos grises. El rostro de Hiluzan consiguió arrancarle una sonrisa y un ligero rubor de mejillas.

—¿Crees que vayan a estar presentes durante la procesión?

—Es su deber como la realeza.

—Entonces da por hecho que yo estaré ahí presente.

—¿Te volviste loco? Somos unos internados, y muchos de aquí ya han de creer que somos huérfanos porque nuestros padres nunca nos visitan. ¿Cómo pretendes que una princesa se fije en algo así?

—Querido Hidran —Hiluzan trató de apoyar su mano en el hombro de su hermano, pero este se la apartó de un golpe—, cuando el amor es fuerte, nada puede corromper el destino. Infórmate más, según escuché, la antigua reina era una gitana y eso no le impidió al rey enamorarse de ella.

Las procesiones se llevaron a cabo, durando un total exacto de una semana. Entre festejos, fuegos artificiales, creyentes caminando largos trayectos mientras veneraban al Gran Santo Rojo, Hiluzan Birkelan tuvo mucho tiempo de sobra para acercarse e interactuar con la hermosa princesa. Ambos congeniaron maravillosamente bien. Arkansa Emilia era una joven muy docta, tierna y humilde, le gustaba acercarse a la gente, sonreír y cargar a los niños, pero cuando Hiluzan estaba cerca de ella, el muchacho conseguía hacerse con toda su atención y carisma.




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