La Reina de Hordaz

21. Creación en el corazón de la brujería (parte 1)

130 AÑOS ANTES

Entre flautas, gaitas, castañuelas, mandolinas y panderos, los seres mágicos danzaban en las costas de Circe. Era la noche de San Juan, y al tener un origen pagano, las criaturas con magia disfrutaban hacer sus propias hogueras y danzar alrededor de ellas. Les gustaba celebrar, divertirse, hacer rituales, convivir con sus familias, beber con sus amigos, purificarse y bailar hasta el amanecer, cuando la marea consumiera el fuego y el ardiente sol iluminara el horizonte. Era una celebración hermosa, quizá con un significado diferente para cada una de las criaturas, pero era la fiesta que reunía a todos los corazones de la Isla; una fiesta que los alimentaba de poder, esperanza y valor. Por desgracia, esa noche se quedaría marcada en las almas de todos sus habitantes y sería recordada como La invasión del IV. Unos barcos enormes rodearon el horizonte, todos ellos con banderas negras que prometían la inminente muerte. Las naves desplegaron sus planchas, y de su interior un ejército apareció para atacar sin piedad.

Los seres mágicos comenzaron a gritar y correr por sus vidas. Los enanos cargaron a sus hijos y huyeron lo más rápido que daban sus pequeños pies, los duendes protegieron sus ollas de oro, los faunos trataron de correr hacia las montañas, las dríadas se escondieron en los árboles, pero ninguno tuvo la posibilidad de salir ileso. Los hombres del ejército se multiplicaron, aparecieron de todos lados, blandieron sus espadas y descargaron sus arcos con la única intención de matar. A las sirenas las atrapaban y les rebanaban sus aletas, a las hadas les disparaban con flechas y a los unicornios los dominaban amarrándolos con cuerdas y cortándoles sus hermosos cuernos. Los brujos, magos y hechiceros intentaron defenderlos, pero ni siquiera sus artes mágicas eran rivales para las armas letales que los Cazadores de brujas y los Caballeros Blancos habían fabricado.

Los invasores comenzaron a desplegarse y muchos de ellos lograron llegar al pueblo en donde abusaron de las mujeres, asesinaron a los hombres y torturaron a los niños. Quemaron casas, quemaron a los habitantes que intentaron defenderse con ayuda de la brujería, destruyeron monumentos, escondites y carpas. Nadie sabía quiénes eran, quién los estaba invadiendo hasta que el Emperador Sveinn Bálder IV, bajó personalmente de uno de los barcos y apuñaló la tierra con su espada.

—Circe es la mancha negra que ensucia a Zervogha. ¡Debe ser erradicada!

Sus hombres lo vitorearon, prendieron lumbre a las columnas hechas de paja y continuaron con su imperdonable matanza.

De haber continuado un día más, habrían exterminado a la mitad de la población. La gente lloraba, se escondían o terminaban enterrándose vivos. Durante muchos días se encontraron cuerpos colgados de los árboles, todos ellos ahorcados por su propia cuenta, las mujeres preferían ahogarse en el mar con sus hijos, los jóvenes se envenenaban o se cortaban las venas lejos de sus familiares para que no pudieran detenerlos. El suicidio era menos doloroso que ser capturado por el ejército de Kair Rumass.

La isla pensó que ya no tenía esperanzas de sobrevivir, pues después de enviar peticiones y mensajes de auxilio hacia los demás países, nadie quiso hacerles caso. Los ignoraron y despreciaron. Pero sabes ¿qué fue lo peor? Que muchas personas dijeron que Circe se lo tenía merecido por ser una tierra que veneraba al demonio. Nos dieron la espalda sin conocernos y nos juzgaron sin tener una buena razón. Y hasta la fecha lo siguen haciendo. El mundo sigue tan podrido como antes. Cada día retrocedemos un paso más. Cada día volvemos a esos años en los que el odio y la discriminación se yerguen como los auténticos reyes.

Lo bueno es que siempre existirá alguien que diga: yo puedo hacer algo para que todo sea diferente. En este caso, fueron cinco brujos de linaje arcano los que se atrevieron a levantar sus voces y a decir basta; tres mujeres y dos hombres que entregaron sus vidas para crear el arma más poderosa y letal de Zervogha. Reunidos en una junta secreta, los cinco Brujos Arcanos acudieron al único lugar que todavía no había sido destruido por el ejército de las Rumass. El Molino Rojo era un molino de viento enorme y muy antiguo, construido de adobe, roca y acero, con enormes puertas de madera y cuatro aspas gigantes que rotaban con el viento.

Aquella construcción les permitió mantenerse ocultos, al menos los tres largos días que duró la fabricación. Día tras día, noche tras noche los cinco brujos se llenaban sus rostros de sudor y sus manos de heridas mientras moldeaban a fuego lento el acero caliente. Detallando y asumiendo la responsabilidad, le dieron vida propia a la más hermosa y letal espada que el mundo hubiera conocido. Cuando los tres días de la fabricación llegaron a su fin, fue el turno de conjurarla. Angélica, Rowan, Valerie, Edian y Regina pintaron el pentagrama de la estrella de cinco puntas en el piso más alto del molino, cada uno se posicionó en una punta y colocaron el cuerpo de la espada en el centro.

En el cielo la tormenta comenzó a formarse, los relámpagos cayeron y el viento amenazó con derribar algunos árboles. Los lobos aullaron y los cerdos gruñeron, quizá porque estaban sintiendo el verdadero poder salvaje, un poder libre y sin ataduras, un poder sin límites que muchas veces fue prohibido y hasta temido. Hasta el día de hoy se dice que aquella espada fue fabricada con dientes, huesos, sangre y piel humanos. Y por supuesto que es verdad.

Un ser no puede aprender magia, él ya nace con ella. La magia corre por sus venas y palpita en su corazón, llevándola presente en cada una de sus extremidades. Los Circeos son la magia.




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