La Reina de Hordaz

22. El miedo precede a las mentiras (parte 2)

Cuando Hidran cerró la puerta principal del castillo y uno de los criados le pidió amablemente su capa negra, supo que estaba en problemas. Hiluzan jamás le enviaba cartas para pedir una audiencia con él, porque normalmente pateaba la puerta del departamento e introducía su colosal y fornido cuerpo de rey, saludando con una sonrisa y riéndose del gesto amenazante que le lanzaba su hermano.

Ese día, Hidran se había presentado en el castillo y ahora se hallaba recorriendo los pasillos sin dejar de pensar en Olgha. La había sacado del departamento como un acto preventivo en caso de que Hiluzan enviase a los guardias reales para registrar el lugar. Y aunque Olgha era una bruja demasiado astuta, le preocupaba que pudiera meterse en problemas, o que lo desobedeciera saliendo a las calles en donde algún malhechor la asaltara para robarle el anillo.

El brujo llegó a la oficina de la reina, se frotó las manos para aliviar la preocupación y sujetó el pomo de la puerta, pero cuando estaba a punto de abrirla, una voz ronca y avejentada lo hizo detenerse.

—Mi intención no es faltarle al respeto ni a usted ni a su hermano, Majestad, pero insisto en que deberíamos tener más cuidado con él. ¿De verdad es necesario llevarlo con nosotros?

Hiluzan estaba preparado para responder, pero en el último momento la reina Arkansa se levantó de su silla y tomó la palabra.

—Te agradecemos tu justificada preocupación, Adhi, pero esto es un tema que solo podemos tratar con Hidran. Es el único que nos puede brindar la protección que necesitamos.

—Majestad, solo le pido que tenga cuidado.

Adhi Lecred había sido un gran amigo del rey isak, y cuando este último murió, Adhi se prometió a sí mismo cuidar y velar por la seguridad de la nueva reina. Con el tiempo, el hombre había pasado de ser un simple marino soñador a convertirse en el capitán más importante de los mares y del país.

Hidran tensó la mandíbula, maldijo al capitán por lo bajo y entonces decidió entrar. Al diablo con todo, él debía regresar cuanto antes y asegurarse de que Olgha estuviera bien.

—Has respetado mi privacidad, hermano, y eso me lleva a darte un reconocimiento.

—Siéntate, Hidran, tenemos un par de cosas que deseamos tratar contigo —respondió el rey.

—¿Y lo haremos a solas, o tendré que ver gestos indeseados? —la mirada de Hidran se dirigió hacia el capitán.

—Adhi —la reina habló dulcemente—, te agradecemos tus palabras, pero ya es momento para seguir adelante.

—Está bien, Majestad. Permaneceré por aquí cerca si me necesitan.

Adhi se marchó, y una vez fuera, Arkansa invitó a su cuñado para que ocupase uno de los asientos.

—Qué gusto nos da el que aceptaras nuestra invitación, Hidran.

—Deja las formalidades, querida Arkansa, y dime, ¿para qué quieren verme? ¿Qué es eso tan importante de lo que quieren hablarme?

Al fondo, Hiluzan se mordía la lengua para no reprenderle.

—El día de ayer, el Obispo reportó un hecho abominable ocurrido en la Gran Capilla. Según el reporte de una anciana, vio a dos brujos intentando destruir el lugar. Aparte, los Caballeros Rojos encontraron daños materiales en la vitrina de cristal y en la propia estatua de Ghirán. Alguien le arrancó la cruz de su pecho.

—Y adivino: me van a culpar a mí —Hidran se cruzó de brazos.

—Yo tengo un muy buen motivo para pensar que fuiste tú.

—Compruébamelo —las miradas de Hidran e Hiluzan eran fuego puro.

Hiluzan se acercó a su hermano y le plantó cara.

—Encontraron a uno de los Caballeros Rojos, muerto. ¿Sabes qué me hizo recordar el cadáver cuando lo vi? Al conejo de nuestro vecino cuando vivíamos en Kair Rumass. A los perros, a los gatos, a los peces de nuestra madre. Todos ellos convertidos en cadáveres en avanzado estado de putrefacción.

—¿Sabes? Comienzo a pensar algo sobre ti.

—¿De verdad? Me sorprende que Hidran Harolan pueda pensar en otra persona a parte de sí mismo.

—Siempre que hay problemas con la magia, me culpas a mí. ¿De verdad sientes aprecio por mis semejantes, o es la falsa apariencia que el rey desea brindar a su pueblo?

—¡Yo no tengo nada en contra de los seres con magia!

—¡Pues no lo parece! ¡Actúas como si desearas enviarme a la hoguera!

—¡Tal vez debería hacerlo y ahorrarnos algunos problemas!

—¡Inténtalo, y te juro que seré yo quien te empale primero!

—¡Basta, los dos! ¡Ya fue suficiente! —Arkansa azotó sus dos manos sobre el escritorio—. ¿Podemos hablar como tres personas civilizadas?

—Pregúntale al hombre con el que te casaste. No sea que piense que por ser un brujo no conozco la civilización.

—Hidran, por favor.

—¿Qué es lo que quieren?

—Hablarte de Circe —y desde que entró, Hidran por fin tuvo una excelente razón para sentarse y escucharla.

—¿Qué pasa con Circe?




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