La Reina de Hordaz

25. Cuatro asesinatos y un posible sospechoso (parte 1)

El agua entró por su nariz y la sal le quemó la garganta, los pulmones le dolían y seguramente muy pronto comenzarían a sangrarle. Pero cuando Hidran abrió los ojos, se dio cuenta de que no era el mar quien lo estaba ahogando, sino una enorme tina con agua y dos hombres que lo sujetaban por los brazos.

El brujo intentó sacudirse para entender lo que había pasado, pero la fuerza de sus captores era injustamente mayor a la suya. Le dolía la cabeza, los oídos le zumbaban, y sin poder evitarlo, vomitó dentro de la tina en donde volverían a sumergir su cabeza.

—Por fin ha despertado —dijo uno de aquellos hombres mientras lo volvían a sentar en una vieja silla de madera.

Este ángulo le proporcionó a Hidran una mayor ventaja a la hora de reconocer sus rostros, y mucho le sorprendió ver que, aparte de los dos sujetos que lo estaban agarrando, al fondo había una mujer. Todos igual de zarrapastrosos y malolientes. Un tercer hombre, bastante barbudo, se le acercó, y al hacerlo, Hidran obtuvo la respuesta que necesitaba. Eran bandidos, seguramente nómadas que viajaban rapiñando o birlando cosas y personas.

—¿Cuáles tu nombre? —le preguntó el hombre barbudo.

—¿Acaso tú me dirás el tuyo?

—Con que te gusta responder, ¿eh? Bien, ya creo que lo harás. Albhy, Heren, hagan lo suyo —no necesitó decir más para que los dos sujetos volvieran a tomar a Hidran de los brazos y hundieran su cabeza completa dentro del agua salada.

—Vamos hombre, dime quién eres.

—¡Un marino que se perdió! —en medio de su desesperación, Hidran trató de mentirle.

—Y yo me chupo el dedo. Tú no eres un marino, tu ropa y las joyas que tenías en las muñecas no lo indican. ¿Quién eres? Y más te vale decirme la verdad, porque pienso pedir una buena cantidad de keveres por tu rescate.

Fue la palabra keveres la que hizo que Hidran se estremeciera. Así como los renichos era la moneda nacional de Hordáz, los keveres lo eran para Kair Rumass.

—Habla ya o mis hombres terminarán matándote. ¡¿Eso quieres?!

El rostro de Hidran salía y entraba a las constantes punzadas del agua, pero junto con ella, también entraban y salían los recuerdos. Hidran vio su vida pasar frente a sus ojos. A su madre golpeándole cada vez que la desobedecía. A su hermano jugando con sus amigos como un niño normal. Después se vio a sí mismo cuando llegó al internado en Hordáz y tuvo que esconder su magia de sus propios maestros y cuidadores. La vez que conoció a Olgha y los cocodrilos los persiguieron en las cloacas, su primer baile con ella, su primer beso, las historias que le contaba, la primera vez que la sostuvo entre sus brazos y le hizo el amor. Todos esos recuerdos se agolpaban en su pensamiento como una insistencia de fortaleza. De pronto, Hidran vio el recuerdo de aquella y última vez que su madre lo golpeó. Cuando mató a todos los peces del estanque utilizando sus artes negras.

—Espera —uno de los hombres se detuvo, miró a su compañero y soltó a Hidran cuando sintió que sus pulmones comenzaban a quedarse sin aire.

Casi de inmediato, el segundo hombre hizo lo mismo. Ambos se apretaron sus pechos, sus ojos se pusieron rojos y de la nada, sus rostros se arrugaron hasta convertirlos en unas momias. Años de putrefacción sucedieron en tan solo segundos. Hidran los había matado.

El hombre y la mujer que se hallaban detrás de él se quedaron impávidos, con los ojos muy abiertos y una expresión de completo terror, sobre todo cuando vieron al brujo ponerse de pie y sacudirse el agua del rostro.

—Por Herean, eres un demonio…

—¿Más que ustedes? No lo creo —y con un simple movimiento, el hombre barbudo murió exactamente igual que sus compañeros. Hidran miró a la mujer, la vio deslizar su espalda sobre la pared y caer sentada en el sucio suelo que más tarde se tiñó con sus orines—. ¿Me devuelves mis joyas? Por favor.

La joven vació sus bolsillos y le entregó los brazaletes y los anillos.

—Es todo, te lo juro. No te quitamos nada más.

Hidran se arrodilló ante ella, le sujetó el mentón con dos de sus dedos y también la mató.

Después de un momento, el brujo se puso de pie y comenzó a hurgar en los pequeños muebles. No encontró mucho, pero al menos pudo hacerse con una larga capa oscura, ropa limpia, una pequeña daga y varios keveres. No sabía en dónde exactamente estaba, por lo que necesitaría salir, buscar algún pueblo cercano y preguntar su ubicación. Pero debía tener cuidado, pues si era verdad que estaba en Kair Rumass, corría el peligro de que los Caballeros Blancos lo descubrieran. Y a diferencia de Hordáz, a estos sí había que tenerles miedo.

El brujo estaba listo para marcharse, pero en el último momento, vio su rostro reflejado en un espejo. Lo que observó lo dejó completamente horrorizado. Su rostro había endurecido con muchos años de diferencia; tenía algunos cabellos blancos y unas arrugas prominentes debajo de los ojos. Cuando Hidran se embarcó con su hermano y cuñada tenía veintinueve años, y ahora, justo ahora se veía como un hombre de cuarenta. El sobreexplotar su poder de aquella manera le había pasado factura. Una dolorosa y cruel factura de envejecimiento prematuro. 




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