La Reina de Hordaz

26. El infierno en la tierra (parte 2)

Quizá alguno de nosotros ha escuchado hablar sobre la historia de Circe, la gran bruja mitológica que convirtió en cerdos al grupo de navegantes de Odiseo, después de haberlos invitado a un banquete orquestado por ella misma. Pues bien, déjenme decirles que los Rumass cuentan la historia muy, pero muy diferente.

Se dice que hace muchísimos años, un barco proveniente de otras tierras arribó al puerto de Kair Rumass. En aquella nave viajaban varios marinos, su capitán y un joven príncipe —futuro heredero al trono de su país— y una hermosa mujer, hermana del príncipe. Dicho monarca brindó a los lugareños canastas cargadas con frutas y botellas de un vino tan exquisito, que incluso podría nombrársele la bebida más deliciosa en todo el planeta.

Cuenta la leyenda que el Emperador Herean quedó maravillado con la simpatía del joven David, tanto que terminó ofreciéndole estadía y cientos de comodidades. Por desgracia, los planes del príncipe eran mucho más perversos y oscuros de lo que el emperador y su reino hubiesen imaginado. David se ganó rápidamente la confianza de Herean; ambos cabalgaban juntos, comían juntos, bebían juntos y paseaban por los jardines del palacio como si fuesen amigos de toda la vida. Pero un día, David envió a su hermana para que lo sedujera y enamorara. Herean cayó perdido en los encantos de la mujer, y cuando menos se lo esperaba, esta envenenó la copa de vino de la que Herean estaba bebiendo.

Los Rumass lo dieron por muerto, orquestaron un funeral y lo sepultaron en una cripta. David tomó el poder del reino, esclavizando a las personas y devorando a cientos más para volverse más fuerte y así convertirse en inmortal. Fueron dos años enteros de dictaduras, homicidios y canibalismo, hasta que una madrugada, la cripta en la que fue sepultado el gran emperador Herean, comenzó a llenarse de flores y enredaderas que florecieron con los más hermosos colores. La puerta se abrió, y de su interior, Herean apareció convertido en una divinidad.

El emperador y David pelearon con todas sus fuerzas, día y noche en una guerra que no parecía tener fin. Pero un día, de buenas a primeras, David se debilitó y cayó rendido en el suelo. Herean aprovechó la oportunidad y clavó su enorme espada en el pecho de su rival, ocasionándole un enorme agujero negro del que salieron demonios y otros seres del inframundo.

Una vez culminada la pelea, Herean ascendió a su palacio para enfrentarse al rostro de aquella mujer que había provocado su muerte. La sometió entre cuerdas y después la hizo arder en la hoguera. Hasta la fecha, los Rumass siguen contando esta historia, porque según ellos, fue así que Herean se convirtió en su Gran Santo, el hombre que burló a la muerte y alcanzó la resurrección. Se cuenta que los demonios y seres oscuros que salieron del pecho de David son en realidad todos los seres mágicos que habitan en Circe, que la mujer fue la creadora de aquella isla de herejes y alimañas, y que el famoso Foso de David, es en realidad el agujero negro sobre el pecho del joven príncipe.

Pero, ¿qué es en la actualidad el Foso de David?

Las personas prefieren llamarle la prisión de la muerte. Construida en los peligrosos acantilados de una montaña, la prisión se presenta como la peor pesadilla de los hombres. Es una cárcel masculina que alberga a los más bestiales y ruines criminales del país. En ella puedes encontrar desde caníbales, necrófilos, asesinos, conspiradores y terroristas. Hombres que han dejado su vida atrás y que solo esperan su muerte en una celda sin ventilación y de cuatro paredes.

El carruaje en donde los Cazadores de Brujas trasladaban a Hidran se dirigía hacia allá. El brujo llevaba las manos y los tobillos esposados, y una venda gruesa cubría sus ojos. Qué bueno que no vio nada de aquel espantoso camino, o habría terminado orinándose en sus propios pantalones. Se preguntarán, ¿por qué no hizo nada para defenderse? Bien se pudo haber levantado y asesinado a todos sus guardias, robar el caballo y huir hacia la libertad. Pero el problema eran todos los grilletes que lo inmovilizaban. Mientras no pudiera mover las manos, y acudir a su poder por medio de su mirada, no podría hacer nada para salvarse.

Después de un par de minutos lo trasladaron a la habitación de bienvenida, le raparon el cabello, inspeccionaron que no cargara ningún arma peligrosa y lo instalaron en su nueva celda para por fin liberarlo de los grilletes. El lugar era espantoso; nada a lo que se le pudiera llamar humano. La celda era tan pequeña que con trabajos tenía el espacio suficiente para albergar a dos cuerpos humanos. El suelo era de paja, no había camas (sobra decir que los presos dormían en el suelo, sobre un par de trapos viejos y oscuros que ocultaban el color de la mugre) y en una de las esquinas reposaba un cubo de metal para defecar u orinar. La puerta era de un metal tan sólido y cerrado que incluso, e irónicamente, parecía fabricado por manos Circeas. No había ventanas y en las paredes de ladrillo se podía leer diferentes frases blasfemando de los santos y del poder divino. Pero ojo, que eso no era lo más aterrador, sino la increíble fuerza negativa que se cernía sobre toda la prisión.

Cuando el guardia por fin pudo liberar los ojos de Hidran, este recurrió al llamado de sus habilidades. Su intención era matarlo y robarle las llaves junto con su uniforme. ¡Pero no pudo! Una fuerza extraña se lo impidió. Ya había confesado un homicidio que él no había cometido, y el que se retractara solo podría causar que lo enviasen a las revisiones de magia, y entonces sí lo descubrirían. Lo único que podía hacer era rezar, esperar y fugarse.




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