El antiguo régimen religioso había caído. Después de que los Caballeros Rojos hiciesen correr la noticia de que habían encontrado a una bruja en las costas, y de que esta los había atacado, Hordáz se sumió en la preocupación. Ya para entonces se narraba la historia del poderoso hechicero que había creado aquella tormenta. Aunque más que historia verdadera, las personas la contaban como un cuento de terror, tal vez con la intención de colocarle algo irreal a tal catástrofe que azotó el país. Con el tiempo lo bautizaron la culebra del Mar Káltico, y es que cada vez que una fuerte tormenta descendía del Mar Káltico hacia el pueblo, las nubes parecían tomar la forma de una enorme serpiente que zigzagueaba por todo el oscuro y tempestuoso firmamento.
Durante días enteros y noches de inquietud, los guardias se reunieron en grupos y salieron al pueblo con la idea de hallar a la bruja y matarla. Buscaron por todos lados, en todos los bosques y en las montañas, pero por más que hicieron sus esfuerzos, no pudieron hallar nada, y es que ya para ese momento, Olgha había abandonado Hordáz. Lo que sí pudieron hallar, fue el inusual anillo de piedra roja que la bruja había dejado botado y que durante medio año estuvo sepultado entre la hierba y el barro. Al verlo, Froilán tuvo una inquietante revelación.
Para destruir a tus enemigos debes conocerlos. El joven había estudiado durante años las viejas historias que se narraban con los Circeos, conocía de principio a fin todo lo que tuviera que ver con ellos, y fue precisamente ahí donde descubrió la fuerza bestial que habitaba en los dragones. Cinco amuletos que podrían controlar a las armas más poderosas de todo Zervogha. Por supuesto intentó utilizar la sortija y convocar a dicho poder, pero más coraje le dio saber que Kinabraska jamás se movió del volcán en el que reposaba. Nunca supo el motivo, y es que Kinabraska, al ser un dragón hembra, solo podía ser despertado por una mujer. Molesto, el hombre guardó el anillo en una de sus cajas fuertes y continuó con sus estudios religiosos. Quién diría que dos años después, el actual Obispo fallecería por complicaciones respiratorias y él sería llamado para competir por el puesto.
Froilán se coronó como el hombre más joven de toda Hordáz en convertirse en Obispo, y aunque al principio los demás religiosos tuvieron sus dudas, muchos aplaudieron los cambios que este implementó en su nuevo mando. Ya se imaginarán que convirtió su antiguo proyecto rechazado en una realidad. Convirtió a varios de los Caballeros Rojos en Gárgolas, peligrosos y hambrientos asesinos sin escrúpulos ni razón propia que solo se dedicaron a matar y menospreciar la magia.
***
18 años antes
El rey Omalie entró a su oficina, cogió algunas cartas de su escritorio y comenzó a rasgar el papel, dispuesto a leerlas todas y cada una de ellas. En algunas los campesinos le redactaban los problemas que tenían con sus siembras, en otras se hablaba de las disputas que había entre mercaderes, y solo alguna que otra eran escritas por hermosas doncellas que alagaban la belleza y modestia del rey.
Omalie siempre terminaba con una sonrisa en el rostro cada vez que una dama le confesaba su gusto por él. Desgraciadamente ese mismo gesto se iba apagando cuando entendía que nunca podría corresponder a ninguno de esos sentimientos. Omalie se sentía diferente, y a una parte de él, la que vivía bajo la palabra de la religión, no le gustaba en lo absoluto.
El tacto de unos nudillos contra la madera de su puerta, lo hizo abandonar su enfrascamiento y mirar hacia la entrada. Allí, bajo el umbral de caoba se hallaba, tratando de sonreír, el joven Barón Brandon Vergeles.
—Buenos días, Majestad —Brandon intentó hacer una reverencia, pero en su torpeza, las flores que ocultaba detrás de su espalda se le cayeron al suelo.
Omalie Barklay había tenido un mejor amigo cuando era niño. Ese niño se llamaba Brandon, hijo de un privilegiado Barón que al morir le heredó su título nobiliario a su único descendiente. Omalie jugaba con ese niño, Omalie adoraba a ese niño, Omalie se enamoró de ese niño que ahora, convertido en un joven apuesto de su misma edad, yacía en el suelo recogiendo sus flores.
—¿Puedo servirle en algo? —el rey se puso de pie, tratando de no tartamudear y que sus piernas le flaquearan.
—Ah… no. Yo solo he venido a… Le quería traer un presente pero…
—Pero… —Omalie lo animó a continuar.
—Creo que lo he arruinado —cuando el Barón se levantó y encontró al rey a tan solo centímetros de su cuerpo, sus mejillas se le pusieron rojas. Brandon era una cabeza más alto que Omalie, por lo que necesitó bajar su mirada hacia él.
—Me gustan las flores con los pétalos arrancados —el Barón se puso todavía más rojo cuando Omalie recogió el ramo de sus manos y sus dedos se tocaron—. Las pondré en mi escritorio.
—Eh… Omalie, perdón, Majestad, ¿recuerda la celebración que se llevará a cabo esta tarde en la Gran Capilla? —Omalie se estremeció, pero no respondió nada y esperó a que Brandon continuara—. ¿Me concederías el honor de ir conmigo?
—Tengo que estar ahí, ¿lo recuerdas? Soy el rey.
—Ah, sí. Es cierto. Qué tonto. En ese caso, ¿me permitirías acompañarte?
El miedo de Omalie se acrecentó. ¿Qué pasaría si la Gran Capilla sospechaba de su “enfermedad”? Deseaba tener cerca al Barón, pero también le aterraba.