La Reina de Hordaz

28. Fuga en el centro de la muerte (parte 2)

Cuando el brujo vio a Fiodor regresar a la celda, se abalanzó sobre él.

—¿Lo conseguiste? —le preguntó, y en respuesta, su compañero le tendió la mano. En ella había un diminuto trozo de jabón en barra que el recluso había intercambiado a otro de los reos por una manzana verde.

—No entiendo para qué quieres esa cosa.

Pero Hidran no le prestó interés. Se dedicó a raspar contra la pared el pedazo de jabón hasta que este adquirió una forma puntiaguda y firme. Una vez finalizada la tarea, el brujo regresó al suelo, extendió su manta oscura y comenzó a dibujar en ella con ayuda del jabón, ya que al ser de un color blanco, la barra dejaba maravillosos trazos que bien podrían remplazar a un tintero.

Fiodor estaba realmente sorprendido.

—Me dijiste que para fugarnos necesitábamos un plan, y bueno, antes del plan precede tener un mapa de toda la prisión.

—¿Quién te ha enseñado eso? —el hombre señaló los trazos de la cobija negra.

Hidran recurrió a su pasado, recordó ver a su madre marcar con pedazos de jabones las telas que más tarde cortaría para hacerse vestidos.

—Una persona cercana a mí —se limitó a responder.

Antes de que los últimos rayos de luz abandonasen las paredes, Hidran y Fiodor terminaban de detallar el ingenioso plano del Foso. El Foso de David se trataba de una enorme cárcel circular, con paredes altísimas cubiertas de púas, alambres y cuchillas incrustadas en los ladrillos.

Tenía cuatro torres de control, balcones expuestos a la intemperie en donde doce centinelas —tres hombres en cada torre— vigilaban la entrada principal y las bardas circulares.

Abajo, los pasillos y celdas se hallaban divididos en cuatro áreas. El lado “A” guardaba a los reclusos de baja peligrosidad; aquellos que podían salir y pasearse libres por los corredores mientras realizaban sus deberes de limpieza y mantenimiento. El lado “B” tenía a los criminales más agresivos que sufrían alucinaciones o arranques de ira sin control, caníbales y necrófagos también entraban en este lado. Al lado “C” lo llamaban el Agujero del castigo, pues era aquel sitio en donde azotaron a Hidran después de que este le robase un pan a uno de los guardias. Y por último estaban las bodegas, los espacios a los que solamente los guardias tenían acceso, ya fuese para descansar o ducharse.

Detrás de las bodegas se hallaba un larguísimo corredor de piedra que conducía a una pequeña habitación. Era ahí en donde se retenían los cadáveres hasta que un superior diera la orden de llevárselos.

El plan de la fuga exigió demasiado esfuerzo, tanto físico como mental. Día y noche los dos hombres se la pasaron agregando y descartando pequeños detalles del plan. Recopilaban cosas como trozos de cuerda, retazos de tela vieja y sobrantes de madera que terminaban escondiendo dentro de un agujero del suelo. Pues bien lo había dicho Fiodor, si todo resultaba bien y ellos dos conseguían escapar, pasarían a la historia como los dos primeros prisioneros en fugarse del lugar más protegido y cruel del planeta.

La planificación duró once meses, y durante aquel tiempo, Fiodor e Hidran pusieron en práctica el primer paso. Todas las noches, antes de que el centinela llegara para asegurarse de que los dos reclusos se hallaban en sus celdas, Hidran y Fiodor se acomodaban en el espacio de sus camas, se cubrían hasta el rostro con las cobijas y se giraban hacia la pared. Al principio el centinela, desconfiando de sus presencias, se les acercó y los movió con la punta de su bota. Pero al ver que realmente eran ellos, se marchaba sin decir nada. Durante meses recurrieron a la misma táctica, y una vez, de buenas a primeras, al guardia dejó de importarle pues sabía que ellos estaban ahí.

Sentado con su espalda en la pared, yacía el brujo contemplando a la nada. Preguntándose quién había colocado todas aquellas frases que blasfemaban el nombre de Herean, pues hasta donde él sabía, su compañero de celda era muy apegado a las creencias de los Rumass. Se preguntaba si Fiodor lo seguiría viendo de la misma manera si algún día se llegase a enterar de la verdad. ¿Lo seguiría apreciando si sabía que Hidran era un brujo? Más tardó en imaginarse respuestas que Fiodor en entrar corriendo. El hombre tenía la cara pálida y una gruesa capa de sudor le empapaba la frente.

—No vas a creerme esto —Hidran lo vio arrodillarse ante él y sujetarlo por los hombros—. Un grupo del área dos está planeando una fuga.

—¿Tan rápido? Pero ni siquiera ha pasado un año desde la anterior. ¿Estás seguro de que planean huir?

—Eso es parte de su plan. Quieren tomar a los guardias desprevenidos, y también aprovecharán que mañana es la fiesta de Herean.

—¿La fiesta de Herean?

—Flavio, no me digas que ya perdiste la cuenta de qué día es hoy. Mañana se celebra el aniversario en que Herean asesinó a David y a la bruja que lo acompañaba.

«La historia de porqué nos consideran demonios». Hidran recordó la leyenda que Fiodor le contó dos años después de que el brujo fuese encarcelado, aquella en donde el príncipe David envió a su hermana para envenenar a Herean.

—Aprovecharán que muchos de los guardias viajan al pueblo, y entonces intentarán escapar.

—Pero no lo van a lograr.




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