La Reina de Hordaz

29. Priry y el hechicero perdido (parte 1)

2 AÑOS ANTES

Mucho le hubiera gustado poder entrar a una barbería y que le recortasen el cabello y la barba, pero sin dinero no podía hacer gran cosa. Hidran debía abandonar Kair Rumass antes de que su rostro llenase las paredes con carteles de se busca. Y por supuesto entrar a una taberna tampoco estaba considerado una opción.

Sin tener idea a dónde ir, acudió directamente a las costas portuarias del este, pues con un poco de suerte, algún capitán podría contratarlo y así tendría la oportunidad de abandonar el país.

—Alto ahí —dos hombres, gemelos claro estaba, aparecieron de las sombras nocturnas y se plantaron ante él. A Hidran no le sorprendió la seguridad, pues muchos de aquellos barcos estaban cargados con provisiones, listos y asegurados para embarcarse en una travesía de meses —. Identifíquese o dispararemos.

Hidran levantó sus manos. Al menos las prendas que le había robado a los guardias en el crematorio no lo hacían ver tan desaliñado.

—No vengo con intenciones de robar o agredir.

—Entonces ¿qué quieres?

—Quiero hablar con el capitán. Necesito trabajo.

Los gemelos comenzaron a reírse.

—No estamos contratando, y si así lo fuese, tú no nos servirías de mucho, anciano.

La palabra se incrustó en Hidran como una dura verdad. Ya no tenía ni treinta ni cuarenta años, sino cincuenta, y a parte de la edad, el Foso y el haber excedido el poder de su magia cuando el barco de Arkansa fue destruido, le habían ocasionado un impresionante aumento de edad.

—De algo podré serle útil.

—Largo de aquí imbécil, antes de que termines con nuestra paciencia.

—¡Alek, Cedric! ¡¿Qué es todo ese maldito escándalo?!

Y como si se tratase de soldados muy bien entrenados, los dos muchachos se pusieron en una posición de firmes.

—No es nada, señor, solo un viejo crespo que quiere ser contratado.

Cuando el capitán Gálen Agnes descendió de las grandes escaleras de su barco y se colocó bajo el baño blanco de la luna, Hidran sintió un escalofrío. Aquel hombre era enorme, tenía una prominente barba rizada y negra como los abismos más profundos. En su rostro se remarcaban diferentes cicatrices, y sus ojos brillaban con un color diferente; el izquierdo era azul y el derecho de un bonito marrón madera.

—¿Han dicho que quiere ser contratado?

—Eso dijo él.

—Entra.

—¡¿Quéééé?! —los gemelos rompieron su posición—. Señor…

—¿Piensan contradecirme?

—No.

—Entonces háganse a un lado y dejen de estorbar.

Hidran siguió al hombre, quien lo llevó al interior de su barco y lo instaló en uno de los camarotes. Le pidió que se sentara y después ocupó la silla frente a él.

—¿Cómo te llamas y quién eres?

Hidran sospesó sus respuestas.

—Me llamo Flavio Sadhorti.

—¿Quién eres?

—Antes fui el hijo de un honrado jardinero. Viví con mi padre el tiempo que trabajó para la casa Birkelan.

—¿Y después?

—El amo falleció, la señora se marchó con un amante y mi padre regresó a Jolwall.

—¿Y tú?

—Yo tomé la mala vida; fumaba, bebía y le robaba a los turistas.

—¡Y encima ladrón! —ladraron los gemelos.

—Cierren la boca o los echaré de una patada —después se giró al brujo—. Quiero pensar que esa vida de desenfreno no duró tantos años.

Y una vez más, Hidran fue consciente de su edad.

—No, señor.

El capitán Gálen se inclinó sobre la mesa, apoyó sus dos enormes manos cubiertas de anillos y pulseras, y esbozó el aterrador gesto de los piratas. Pero en contra de todo, Hidran no se mostró intimidado.

—No dejo que cualquier rata suba a mi barco. ¿Qué te hace ser diferente?

El brujo recordó las enseñanzas de Fiodor.

—Sé orientarme sin que haya viento ni sol y sé fabricar explosivos y armas.

En sus tiempos de juventud, Fiodor fue un asesino asombroso e inteligente, y muchos de esos conocimientos suyos se los había transferido a Hidran durante su encarcelamiento.

«También puedo crear tormentas, puedo aumentar la velocidad del viento, encender una antorcha sin cerillas y puedo dirigir las corrientes del océano». Pero por supuesto no lo iba a decir.

—Suena interesante, pero se requiere mucho más que eso para abordar esta bestia. No soy fácil de impresionar, y si no me dices algo que realmente atrape mi interés, tendré que lanzarte a las alcantarillas para que te revuelques en tu miseria.

Hidran lo pensó, no podía hacer más que confesarse diciéndole que había escapado del Foso de David. Y es que no existiría nada más interesante que el primer hombre en fugarse de la cárcel más protegida y cruel de todo Kair Rumass.




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