La Reina de Hordaz

29. Priry y el hechicero perdido (parte 3)

1 AÑO ANTES

—¡Te pedí un solo día y ni eso pudiste darme! —ella gritó mientras lo veía a él entrar al pequeño cuarto y sentarse en una vieja silla de madera.

—Y yo te dije que estaba ocupado. ¡¿De dónde crees que sale el dinero para atenderte esa maldita barriga?!

—¡¿Cuál dinero?! ¡Siempre que te pido un maldito cirso me dices que no consigues empleo! —él se frotó el rostro. Estaba cansado de escucharla, pero ella iba a continuar—: Nunca te molesto en nada, y justo hoy que me tocaba revisión con la partera, te desapareciste. Sabes que nuestro bebé está a punto de nacer, y tú no haces nada para mostrar aunque sea una mínima de interés. ¡¿A dónde vas?! ¡Priry, te estoy hablando!

—Esmerari, ¡déjame tranquilo! Estoy cansado, harto de ti y de tus jodidos gritos. No haces nada más que cuestionarme, gritarme y joderme la maldita existencia.

—¿Algún día pondrás de tu parte en esta pequeña familia?

El brujo no dijo nada, abrió la puerta y se marchó.

En aquel tiempo Priry tenía tan solo veintidós años. Se había enamorado y juntado con una hermosa joven llamada Esmerari, y aunque todo parecía ser perfecto, Priry comenzó a cambiar cuando Esmerari quedó encinta. Y es que la verdad es que aquel hombre era un egoísta, un ambicioso y despreciable ser humano que disfrutaba del dolor ajeno con tal de tener algunas monedas en su bolsillo.

Priry entró a una de las tabernas cercanas, ocupó un asiento en la barra y levantó su mano hacia el tabernero. Casi enseguida de que el hombre le tomase su pedido, un sujeto de aspecto escuálido, ojeroso, greñudo y enfermizo se sentó junto a él. Levantó su mano y ordenó lo mismo que Priry había pedido.

—¿Qué hay, hermano? ¿Por qué tienes esa cara?

Priry le lanzó una mirada asesina.

—No soporto a mi mujer.

—¿De nuevo? ¿Esta vez qué hizo?

—Se puso a gritarme como loca porque no la pude acompañar a la revisión con la maldita partera.

El tabernero se acercó, dejó dos vasos de cristal sobre la mesa y se marchó. El compañero de Priry lo vio llevarse el vaso a la boca y beber su contenido de un solo trago. Después sonrió para sí mismo.

—¿Has pensado librarte de ella?

—Todo el tiempo. No sabes las ganas que tengo de que ese hijo nazca y echarlos a los dos a la calle.

—Qué cruel.

—Vive un solo día con ella, y verás si no sales huyendo. Es una mujer insoportable. Maldigo el día en el que la conocí y engendramos a ese bebé.

—Eso suena a desesperación.

—La tengo.

—Y si te digo que… —el hombre se le acercó más—. Y si te digo que hay una forma para que te liberes de ella y de ese bebé que están esperando.

—Pues dímela ya.

—¿Cuán grande es el precio que estás dispuesto a pagar?

Fue entonces que una alerta de peligro se encendió en el brujo.

—Primero háblame de qué se trata.

—El precio es alto.

—¿Cirsos?

—Y en lo moral. Ayer llegaron los Zopilotes Nórdicos, instalaron su campamento en el oeste y escuché que pagan excelentes precios… Sobre todo de mujeres embarazadas.

Priry se le quedó mirando con los ojos bien abiertos.

—Me estás diciendo que…

—Véndela a los contrabandistas de personas, y así podrás deshacerte de ambos para siempre.

Al fondo, un hombre lo vio bajar la cabeza, lo vio cuestionarse y pensar, pero también no le hizo falta escuchar una respuesta para deducir que Priry aceptaría la idea. Hidran esbozó una expresión de enfado y asco ante aquel joven inmaduro y cruel. Pero también comprendió que Priry podría ser el anzuelo perfecto para lo que él estaba buscando.

Si dejamos de lado todos los errores que el brujo iba a cometer, y los sentimientos que por supuesto no tenía, y solo nos concentramos en su físico, Priry podría pasar por un joven apuesto y quizá hasta seductor. Hidran se terminaría maldiciendo por eso, pero si era verdad que Ileana ya se había convertido en la reina de Hordáz, una alianza con ella para buscar la espada Carver en el mar Káltico no le vendría nada mal.

—Espera —el hombre tomó el brazo del brujo y después se llevó su pipa de tabaco a los labios—. Hay algo que tienes que saber. Una vez hecho el trato, ya no hay vuelta atrás. Si no cumples con el acuerdo y le entregas la mujer a los Zopilotes, ellos te asesinarán a ti. Piénsalo bien. ¿Aun quieres que negocie el precio de tu esposa?

Los ojos de Priry estaban vacíos.

—No estamos casados.

—¿Eso es un sí?

—Llévalos esta noche, y que se aseguren de llevar el dinero.

Cuando el brujo se marchó, Hidran no lo pensó dos veces y comenzó a seguirlo. Se fue detrás de él, y no paró hasta llegar a una pequeña cabaña descuidada. Se escondió entre la oscuridad de los árboles, abrazó con sus dedos el anillo que llevaba el nombre de Olgha y acechó el amanecer como un astuto lobo que espera entre las sombras.




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