La Reina de Hordaz

29. Priry y el hechicero perdido (parte 4)

—¿A dónde me llevas? —la joven intentó recoger sus sandalias del suelo, pero el brujo no se lo permitió. La ayudó a levantarse y tiró de ella hasta la puerta—. Espera, no puedo caminar tan rápido. Me duele un poco… ¿Priry?

Al salir, dos hombres ya la estaban esperando.

—Llévensela. Es toda suya —la voz del brujo le partió el corazón a ella.

—¡¿Qué me van a hacer?! ¿Priry? —los Zopilotes tomaron a Esmerari de los brazos, le colocaron una bolsa de manta en la cabeza y la cargaron en brazos —. ¡Suéltenme! ¡Priry! ¡Priry!

Uno de ellos se cansó de sus gritos y la golpeó en la cabeza para desmayarla. Antes de marcharse, le arrojaron al brujo un pequeño saco repleto de cirsos, la moneda propia de la isla. Priry los vio alejarse, llevándose el cuerpo inerte de la joven y al bebé que seguía gestándose en su interior.

El resto de la noche la pasó revolcándose en su agonía y arrepentimiento. Gruesas lágrimas bajaban por sus mejillas y se revolvían con el agua del pequeño río. La bolsa de monedas yacía en su mano, pero hasta a él mismo le daba asco sentir su peso. ¿Qué harían con Esmerari? ¿Qué iban a hacer con la mujer que en algún momento él sintió querer? ¿Cómo podía emendar su garrafal error? Y más importante aún, ¿cómo iba a vivir con el peso de aquella cobardía?

—¿Por qué ahora has de llorar?

El brujo se puso de pie tan rápido que las rodillas le dolieron. Se limpió los ojos y adoptó una postura defensiva.

Desde la sombra de los árboles, Hidran se burlaba de él. Quería matarlo, freírlo vivo y hacerle pagar por aquella decisión. Pero no podía, porque lo necesitaba.

«Nunca he convivido con mi sobrina, pero ¿de verdad estoy a punto de introducir a esta porquería en el mismo palacio que ella?»

¿Ahora entiendes por qué Hidran lo mandó a ejecutar cuando el brujo ya no le sirvió más?

—¿Quién eres?

—Te estuve observando, y vender a tu esposa embarazada por unos insignificantes cirsos es realmente despreciable —Priry endureció el gesto y cerró sus puños. Las palabras de Hidran no habían sido para nada de su agrado, y este se lo hizo saber cuando un viento gélido giró alrededor de Hidran, lo abrazó como un remolino y comenzó a sacarle el aire de los pulmones.

—Te volveré a preguntar, ¿quién eres?

Hidran sonrió. Estaba sorprendido por la fuerza de su magia.

—Esto es justo lo que necesito. Vamos, brujo de viento, no querrás matarme antes de que pueda contarte mi plan.

—Yo no necesito escuchar ningún plan. Quiero que te largues y nunca te me vuelvas a acercar.

Hidran tosió sangre.

—¿De verdad te negarás a escuchar un plan que lleva como fin ascender al puesto de un rey y conseguir el dominio de los cuatro países? —Hidran cayó de rodillas, se apretó el pecho y sintió pequeñas gotas de sangre escurrir de su nariz. ¿Qué nivel de fuerza tendría aquel muchacho?

Tras unos segundos de indecisión, Priry dejó caer sus brazos y detuvo el ataque.

—¿Quién eres? —esta vez su voz sonó más amenazante.

—Soy el hombre que podría darte mucho más que esos miserables cirsos. Yo te puedo convertir en un rey.

—Lárgate a otro lado con tus cuentos.

—¿No me crees?

—¿Te estás escuchando? No eres nada más que un viejo desvariando.

—Justo ahora te podré parecer un anticuado crespo, pero en su tiempo fui el hombre que hasta el día de hoy se sigue narrando en las leyendas.

—¿Ah, sí? ¿Como cuáles?

—Yo soy la Culebra del Mar Káltico.

Priry se partió en carcajadas.

—¿La culebra? ¿Tú?

—Soy un hechicero.

—No te ofendas, pero ni siquiera pareces tener el poder de la brujería.

—Tengo mucho más poder del que te imaginas, pero sobre todo, tengo influencia sobre el segundo país más poderoso de toda Zervogha. Yo puedo subirte al trono de Hordáz.

—¿Y por qué no lo has hecho tú?

—¿Te parece que tengo la condición para hacerlo?

—¿Y quieres que yo lo haga por ti?

—Yo sé en dónde está la Espada Carver —fue entonces cuando Priry realmente le prestó atención.

—¿Qué sabes de la espada? —preguntó cauteloso.

—Todo, incluso en dónde encontrarla.

—¿Y por qué no la has buscado ya?

—Porque no tengo los medios para hacerlo.

—¿Qué es lo que quieres de mí?

—Que dejes de llorar por lo que hiciste y te concentres en el futuro. Necesito hablarte de la espada, de Zervogha y de la reina Ileana Barklay.

Aquella noche Hidran no hizo más que hablar de su asombroso plan para recuperar la espada. Necesitaba que Priry acudiera a Hordáz y se acercara a Ileana para que la enamorara y se comprometiera con ella. El brujo se convertiría en su consorte y pronto lo coronarían rey. Hidran sabía perfectamente cómo funcionaban las leyes en Hordáz, y si sus cálculos no le fallaban, Ileana tendría un aproximado de veinticinco años. Solo tres más y el pueblo comenzaría a presionarla para que eligiese un buen pretendiente y se casara para asegurar la corona en el apellido Barklay. Por supuesto ese pretendiente tendría que ser el maldito brujo de Priry.




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