La Reina de Hordaz

31. Dedo en el renglón (parte 2)

Lelé arrastró sus pesados pies hasta el baño, abrió la llave que cerraba el grifo de agua y se enjuagó el rostro hasta que sus mejillas le dolieron. De pronto, aquella misma voz taladró sus oídos.

—¿Sabías que tu miedo vuelve mi estadía un congelador?

Ella levantó la mirada, cansada y acostumbrada a lo que le esperaba cuando mirase las figuras del espejo, pues el brujo estaba ahí. Priry yacía cruzado de brazos y recargado en la tina de baño. Pero sin duda lo más extraño y aterrador, es que Ileana solo podía verlo a través de un espejo. No lo podía tocar ni lastimar.

La primera vez que Lelé experimentó ese inusual suceso, casi se infarta, pero ahora, tres días después de que Kinabraska emergiera del volcán y ella se hiciera del mando absoluto del cuarto país, ya le era normal escucharlo, verlo y no poder tocarlo.

—¿Quieres guardar silencio? Es muy temprano para escucharte.

—Por supuesto que lo haría, si tan solo pudieras sacarme de este encierro.

—Créeme que soy la más interesada en sacarte de mi cabeza.

—¡Pues entonces hazlo! Busca una maldita forma de liberarme, porque no soporto vivir así.

—No grites —Ileana le mostró sus dientes.

Las intenciones de Hidran sí eran matarlo, sin embargo y como ya lo explicó Básidan, existía un símbolo que solo aparece cuando el vínculo entre una Bruja Arcana y sus allegados es muy fuerte. La famosa garantía de vida; el poder de la Espada Carver hecho carne que impedía al portador morir. Y para desgracia de Lelé, Priry tenía esa misma imagen en el brazo derecho.

—¡Majestad! —desde afuera, la voz del Conde Houlder resonó en la habitación.

Ileana maldijo por lo bajo, se secó el rostro y salió.

—Majestad —Oratzyo tembló ante la aparición de la reina.

Ya para ese momento todo Hordáz sabía que Ileana era una bruja de las más poderosas. Y aunque muchos se opusieron a seguir viviendo en el país, ella mandó a destruir los barcos y ejecutar a quienes se opusieran a su forma de gobierno. Lelé levantó su propio ejército, siguió utilizando a los muertos que Hidran había extraído del cementerio, y aparte, se hizo de los fieles soldados que continuaron sirviendo a su reina.

Oratzyo no fue estúpido, acudió a Lelé y le pidió perdón de rodillas. Pero lo que de verdad le valió, fue que ella lo había visto siendo uno de los pocos que intentaban defender al Duque Omalie el día que Froilán lo quemó vivo.

—¿Qué se te ofrece, Oratzyo?

—Es sobre el prisionero, Majestad. Se rehúsa a hablar, aunque sus soldados ya implementaron diferentes técnicas de tortura.

—Iré en un segundo. ¿Ya saben algo de ella? —su pensamiento viajó hacia la desaparición de Surcea.

—Nada, Alteza.

—No dejen de buscar.

—Entendido… —un estremecedor rugido hizo que Oratzyo cerrara sus ojos y se abrazara a sí mismo esperando el momento del impacto. Cuando Kinabraska posó sus enormes garras en la cúpula del castillo, todos sus cimientos se sacudieron con violencia.

Ileana sonrió y salió a su encuentro. El animal la estaba mirando, y aunque muchos lo podrían ver como una máquina de asesinatos, el dragón cerró sus ojos cuando Lelé extendió su mano para acariciarle el hocico. Tenía los dientes escurriendo de sangre y sus escamas brillaban a la luz del amanecer.

—Te has alimentado bien, ¿verdad? —Ileana desvió su atención hacia donde días antes se alzaba orgullosa la Gran Capilla—. ¡Oratzyo, ven aquí!

—¿Necesita algo, Alteza?

—¿Qué se sabe de las Gárgolas?

El dragón gruñó y el pobre de Oratzyo casi se orina en sus pantalones.

—Sus soldados se están encargando de erradicarlos. Hasta ahora llevamos un total de once, pero siguen buscando. Después de lo sucedido y de que usted… los enviase a ejecutar, muchos de ellos trataron de esconderse. Pero los registros encontrados en la oficina del difunto Obispo los delatan.

—Que los sigan asesinando, y recuerda que si algún familiar intenta reclamar los cuerpos, también a ellos envíenlos a la horca.

—Entendido, Alteza.

—Los están quemando como lo indiqué, ¿verdad?

—Sí, reina Ileana.

—Qué bueno. Así experimentarán lo que se siente arder en las piras. Puedes irte, Oratzyo, cualquier cosa te enviaré a llamar.

—Gracias, Alteza —pero antes de que el Conde pudiera marcharse, Kinabraska le lanzó humo de sus fauces, y el pobre hombre salió tosiendo.

—¿Quién lo diría? Primero quería casarse contigo y ahora el imbécil te tiene miedo —el reflejo de Priry apareció en uno de los cristales de la ventana.

—Cierra la boca, brujo, o de verdad me harás enfurecer.

—¿Y qué piensas hacerme? ¿Otro drama de romper todos los espejos de tu habitación como la última vez? Acéptalo Ileana, no puedes tocarme.

Lelé decidió ignorarlo, vio al dragón emprender su vuelo y ella salió del castillo. Los vestidos habían quedado en el olvido, pues ahora Ileana se ataviaba con gruesos pantalones de cuero, capas largas de terciopelo oscuro, guantes, botas altas y una vaina de reforzado acero que protegía y mantenía en todo momento a la Espada Carver junto a ella.




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