La Reina de Hordaz

32. Fuerte deseo de venganza (parte 1)

Cuando Caleb logró llegar a las enormes puertas del palacio imperial, cuatro enormes guardias, con espada en mano, se acercaron a él. El muchacho no aguantó dar ni un solo paso más. Sucio, herido y agotado se dejó caer sobre los brazos de uno de los centinelas.

—Ayuda —el joven comenzó a llorar. Tenía todo el rostro cubierto de hollín y sangre seca—. Necesito hablar con el emperador, soy un Caballero Blanco.

—Tu nombre.

—Caleb Alidery.

Los hombres lo trasladaron de inmediato al interior del palacio, le dieron un poco de agua y después lo llevaron a la sala del trono. Augusto había sido informado, y cuando escuchó el nombre completo del joven, no se lo pensó dos veces y acudió a la sala para reunirse con él.

El hombre subió a su trono, se reacomodó el enorme manto rojo de armiño y la corona de su cabeza. Se trataba de un hombre alto, moreno, de barba corta, ojos negros y cabello tan oscuro como la noche misma.

—Majestad, ha sido todo tan horrible…

—Olvídate de los detalles. Quiero un resumen, lo más importante. ¿Contra qué nos estaríamos enfrentando? —su voz era gruesa, imponente y lacónica.

—La reina de Hordáz ha descubierto su poder y el mando que engendra al portar la Espada Carver. Ha tomado el control absoluto de Hordáz y ha despertado al dragón de fuego. Kinabraska es una hembra.

—¿Hembra? Nuestros antepasados lo mencionaron como una bestia macho.

—No es así, Majestad. Yo estuve ahí, yo vi cuando la reina lo hizo emerger del volcán. Atacó a la ciudad y asesinó a muchos civiles. Y no solo eso, Ileana también asesinó a la Culebra del Mar Káltico.

—¿Hidran Harolan está vivo? —el emperador se apoyó sobre los reposabrazos de su trono.

—Sí, señor. Estaba, porque la reina lo ha matado.

—¿Y tus compañeros? ¿Por qué has llegado solo?

—Eghor y Olegh están muertos, fallecieron durante los ataques. Y Frey se ha sacrificado para que yo pudiera escapar y venir a informarlo.

—Básidan… ¿en dónde está Básidan?

—No lo sé, Majestad.

—¡¿Que no lo sabes?! ¡Tenían que matar a la reina si ella descubría su naturaleza! ¡Ese era el acuerdo!

Caleb cerró los ojos ante el regaño.

—Lo intentamos, pero no pudimos…

—¡No puedes decirme eso! —Augusto apretó su mandíbula—. Se supone que son Caballeros Blancos, ¡y no resultaron más que una bola de inútiles! Dime en dónde está Básidan, o puedes irte olvidando de tu puesto y de tu libertad.

—¿Mi libertad?

—Básidan contaba con una orden; asesinar a la reina de Hordáz si la espada caía en manos equivocadas. Y no lo hizo. ¿Sabes por qué no lo hizo, Caleb?

—No, señor.

—Y eh ahí el problema. Los Caballeros Blancos no trabajan solos, no piensan solos, no actúan solos ¡y no trazan planes solos! Si tú no tienes idea de por qué Básidan se rehusó a matarla, entonces él habrá tenido otros intereses fuera de mis órdenes.

—Con todo respeto, Alteza, pero creo firmemente que si el general no asesinó a la reina, es porque no tuvo la oportunidad.

—¡¡¡Estúpido!!! ¡No eres más que un estúpido! Estamos hablando del general supremo de los Caballeros Blancos, del líder de los Cazadores de Brujas y de los soldados. ¿Tú crees que para obtener ese puesto se perdonan los errores y la debilidad?

Fue entonces que el joven recordó los pocos minutos del ataque que todavía perduraban en su pensamiento. Era verdad, Básidan nunca disparó contra Ileana, aunque tuvo muchas oportunidades de hacerlo.

—No, señor, no se perdonan.

—El general de los Caballeros Blancos está desaparecido, y tu encubrimiento podría verse como una traición hacia tu emperador.

Caleb se estaba muriendo de miedo.

—Tócate el lado derecho de tu uniforme —el joven lo obedeció—. ¿A quién has jurado lealtad?

—A mi nación y a la corona.

—¿Y quién lleva la corona puesta?

—Usted.

—¿Obedecerás una orden mía, o pesará más tu general?

Caleb se mordió la lengua. No quería responder, pero al final lo hizo.

—A usted, siempre. Con mi sangre la corona he de proteger. Larga vida a Herean y al emperador.

—Entonces quiero que regreses a Hordáz, busques a Básidan y lo mates. No me importa si para eso necesitas ayuda. Puedes pedir que algunos de mis soldados te acompañen, pero quiero a Básidan Kendrich muerto. ¡¿Entendiste?!

El joven tomó una decisión; destruyó su corazón y se olvidó de los sentimientos de estima que alguna vez tuvo hacia Básidan.

—Sí, Majestad.

Pero por supuesto que Augusto no se quedaría de brazos cruzados sabiendo que Hordáz estaba sumergiéndose en la miseria, mucho menos toleraría el que la quinta tierra estuviera gobernada por una bruja. Enviaría espías, hombres a su absoluto servicio para investigar y así levantar una efectiva estrategia de ataque.




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