—Déjenos salir, nosotros no hicimos nada malo! —Surcea se rebanaba la garganta de tanto gritar.
Ella, Básidan e Idvo se hallaban encerrados en una celda de roca, con solamente una pequeña farola titilando y haciendo bailar sus sombras.
—Esto es mi culpa —Básidan se sentó en la pequeña banqueta de concreto que los presos utilizaban como cama—. Debí haber venido solo.
—¿Y de verdad crees que yo te lo hubiese permitido? —Idvo colocó su mano enguantada sobre la de su compañero y amigo.
El general lo miró.
—Creo que aún no entiendes los alcances de lo que podría sucedernos.
—Los entendí perfectamente, incluso aquella vez en la que corté el metal de tus esposas y te ayudé a escapar.
—Idvo, yo nunca pude pedirte… —Básidan estaba dispuesto a emendar sus errores del pasado y pedir perdón por ellos, pero de pronto, el sonido de las puertas les anunció que alguien se estaba acercando.
Begrat apareció con dos centinelas más.
—Por fin se ha llegado mi momento favorito —el hombre se acercó a la celda—. ¿Quién de los tres será el primero? Tiene mucho tiempo que no juego a la Ruleta Esferal.
—¿La qué? —susurró Surcea.
—La Ruleta Esferal —le contestó Idvo, en el mismo volumen que ella había utilizado—. Le gusta amarrar a sus cautivos a una especie de noria, y mientras esta va girando, tu cuerpo se comienza a partir; se te desgarran los músculos y se te rompen los huesos.
La Corniz palideció. No podría ver cómo hacían eso con Básidan o con Idvo, o con ella misma. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Vamos muchachos —ordenó Begrat—, agarrad a Básidan Kendrich, que muy feliz me sentiré de que sea el primero.
—Nadie utilizará la Ruleta Esferal —de la nada, una hermosa mujer bajó las escaleras y se paró al lado de Begrat.
—Galia —una parte de Básidan se alegró enormemente al verla, pero otra se estremeció en su caótico pasado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —la reprendió Begrat.
—No quiero que lo toques.
—Galia…
—¡Basta, padre! Cometí un terrible error hace tiempo, y no sabes cuánto esperé para redimir mis acciones. Quiero que lo liberes.
—Galia…
Pero la mujer no le prestó interés. Hundió su mano dentro de su propio escote y mostró un sencillo collar de plata con una piedra blanca.
Básidan regresó a la vida. Era el collar de Soren.
—Te pido perdón por todo lo que hice —Galia levantó su mano libre, pidió que Básidan se acercara a ella y dejó el collar sobre la de él—. Mi capricho de juventud no conoció límites, y actué sin pensar en todo el daño que te causaría.
El general no sabía qué decir.
—Libéralos, padre.
—¿Así como si nada, después de lo que te hizo?
—Él no me hizo nada.
—¡Te ilusionó! ¡Jugó contigo y yo no permitiré que traten a mi hija como una ramera!
—¡Yo misma me ilusioné! Básidan lo único que hizo fue entregarme su amistad, su tiempo y un hombro en el cual consolarme. Yo malinterpreté todo. No fue justo lo que te dije, y ya que no puedo regresar el pasado, al menos podré regresarle lo que es importante para él —una vez más, Galia encaró al general—. Soren se encuentra en las grutas montañosas del sur. Está camuflado por las paredes, y ten en cuenta que cuando despierte, la montaña se partirá a la mitad. Tienes que alejarte con él, o los cazadores de Devol intentarán asesinarlo.
Básidan apretó el collar contra su pecho.
—Gracias.
La mujer lo observó durante una escasa fracción de segundos, y en ella entendió que seguía tan enamorada de él como el primer día que se conocieron.
Begrat ordenó que se les pusiera en libertad, y apenas Básidan, Idvo y Surcea sintieron el helado viento, echaron a correr como si no hubiera un mañana.
—Espero que estés feliz con esto —Begrat se paró al lado de su hija.
—Lo conozco y hay algo que lo inquieta.
—Mi adoración, quita esa expresión. Detesto cuando tus ojos se llenan de lágrimas.
—No lloro porque se va, papá, ni por lo que pasó antes. Sino porque perdí a mi mejor amigo, a mi compañero y hermano. Él y yo pudimos hacer cosas maravillosas, pero yo decidí romper lo que teníamos.
—El destino sintió miedo, Galia. Quizá tú y Básidan acabarían con este planeta, y por eso decidió separarlos.
La joven dejó que su padre la abrazara, hundió su rostro sobre el pecho de él y se permitió llorar. Ahora ella también sería libre.