La Reina de Hordaz

33. El rey del hielo (parte 3)

El viento los golpeaba con una fuerza abismal. Surcea se hallaba abrazada a la cintura de Idvo mientras este intentaba cubrirlos con su capa de piel.

—¡Básidan! ¡Tenemos que detenernos! ¡La tormenta está empeorando!

—¡No podemos parar! ¡Siento algo, Soren debe estar cerca!

—¡Pero mira a Surcea, se va a congelar si no encontramos refugio!

El general apretó sus manos hasta que los nudillos se le pusieron blancos, maldijo desde su pensamiento y observó en diferentes direcciones, pero solo un lugar, el pequeño resquicio de una cueva, llamó su atención.

—Nos quedaremos aquí —dijo—, pero mañana a primera hora retomaremos el camino.

—Básidan —Idvo se acercó a él en cuanto las grandes paredes de la cueva los cubrieron del intenso frío—. No sabes a dónde nos dirigimos.

—Galia dijo…

—Galia dijo que estaba en las grutas montañosas, pero ¿te has dado cuenta que son cientos de ellas? Soren puede estar en cualquiera de ellas.

—¿Qué insinúas? ¿Que abandonemos la búsqueda y regrese a Hordáz con las manos vacías?

—insinúo que si es verdad que tú y Soren tienen un vínculo humano-bestia, lo revivas ahora, de lo contrario la reina Barklay destruirá Hordáz antes de que puedas regresar.

Las horas pasaban, el fuego crepitaba alrededor e iluminaba las paredes rocosas, Surcea se había quedado dormida, felizmente acurrucada contra el cuerpo de Idvo, quien se había deshecho de su propia capa para que ella la utilizara como manta. Básidan los observaba a lo lejos, y aunque disfrutaba ver a su querido amigo con aquella socarrona sonrisa de felicidad, el paradero de Soren lo seguía inquietando.

El general se reacomodó la capa de terciopelo gris que Idvo le había prestado, cogió una antorcha y se adentró en las profundidades de la cueva. El hombre anduvo durante varios minutos, y constantemente iba grabando en las paredes la marca de una cruz con su navaja mellada para no perderse. La cueva se fue haciendo cada vez más y más angosta, hasta que hubo un momento en donde a Básidan le hizo falta el aire. Agotado y sintiendo que el corazón se le salía por los oídos, llegó a un pasillo que no parecía tener fin. Del techo colgaban estalactitas de roca sólida que si por algún motivo se llegasen a caer, podrían matarlo. Pero eso no le importó. Básidan acercó la antorcha a una de las paredes, y por loco que aquello pueda sonar, la pared parecía estar cubierta de escamas congeladas.

—¿Será que me estoy volviendo loco?

—Dímelo tú —Básidan se levantó asustado ante el repentino sonido de aquella voz, miró hacia atrás y se encontró con Idvo y Surcea.

—¿Sabes en dónde estamos?

—Ni idea, pero escuché a los lugareños decir que las montañas están conectadas. Quizá ya estemos en otra y tú no te has dado cuenta.

—Túneles… ¿viajamos por un túnel?

—Eso parece —Idvo hizo lo mismo que Básidan, se acercó a la pared y tocó su textura.

—Las siento como si fuesen escamas.

—Para nada —Idvo lo encaró—. Es común que los minerales y el agua le den esta forma. Andando, si no vamos a regresar, entonces seguiremos adelante.

—Espera, Idvo.

—Básidan, no hay nada aquí.

Pero el general no le hizo caso. Le entregó su antorcha a Surcea y colocó ambas manos sobre la pared que había llamado su atención. En silencio y bajo una concentración brutal, Básidan pensó en sus sentimientos y en todas las cosas de las que ahora se arrepentía. Su reencuentro consigo mismo fue tan profundo, que una delgada lágrima burló la prisión de sus pestañas y escurrió por su mejilla.

—Perdóname Soren, debí pelear por ti y por todos aquellos que me eran importantes.

Un potente rugido sacudió la cueva y movió las estalactitas.

Básidan levantó su mirada, se limpió la humedad de sus ojos, apretó el collar contra su pecho y con su mano libre comenzó a rasgar la pared.

—¡Está aquí! ¡Soren está aquí! Vamos amigo, sal de este lugar.

La cueva se sacudía con cada rugido y gruñido, Idvo cubrió a Surcea y ambos retrocedieron, temiendo que en cualquier momento los conos mortales cayeran y los apuñalaran como cuchillas. Por su parte, Básidan no desistió de su objetivo, rasgó y rasgó la pared hasta que un impresionante sismo sacudió las paredes e hizo caer algunos trozos del techo.

—Galia dijo que la montaña se abriría —Surcea miró con horror a Idvo.

—¡Básidan, tenemos que salir! ¡El dragón destruirá la montaña! ¡Básidan!

La explosión fue mucho más grande que un volcán haciendo erupción, los trozos de montaña y hielo salieron volando por todas partes, el humo de los escombros se levantó, la nieve cayó y el viento intensificó su fuerza, pero cuando todo desapareció, y la escena se hizo visible, un increíble dragón de escamas blancas, dos cuernos y dientes afilados apareció cubriendo con sus alas a las tres personas que yacían debajo de él.

Básidan no pudo reprimir su llanto, se arrodilló y dejó que su llanto alimentaran a ese viejo amigo que años atrás le había sido arrebatado.




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