La Reina de Hordaz

34. La Culebra, la Bruja y la Reina (parte 1)

Francesco Gandola fue el último en ser ahorcado, y aunque su pecho estaba lleno de miedo, nunca bajó la cabeza ni lo demostró. Al contrario, levantó su mirada y observó a la reina, quien desde su balcón, presenciaba las ejecuciones con una cruel sonrisa.

—Que Ghirán te perdone, Ileana —fueron sus últimas palabras antes de que la puerta trampa debajo de sus pies se abriera y la horca terminara con su vida.

Ileana regresó al interior de su habitación.

—Nada como una buena ejecución en la mañana. Es una lástima que no haya podido presenciar la de Frey.

—¿Frey?

Lelé se giró hacia Oratzyo.

—¿No han ejecutado a Frey?

—Ah, ah, aaah, dijo Frey, yo pensé que había dicho Dey…

—Oratzyo, ¿ejecutaron a Frey sí o no?

—No.

—¡¿Por qué?!

—No hubo tiempo, tú ordenaste que se ejecutara al general y al ministro, y los soldados obedecieron lo dicho. Aparte, a Kinabraska le dio indigestión, terminó regurgitando el cadáver de la Condesa Ozpos, y fue lo más espantoso que he visto en toda mi vida.

—Quiero que ejecuten a Frey lo más antes posible. No puedo imaginar todo lo que haría si lograra escaparse —Ileana caminó alrededor de sus aposentos, desenvainó su espada y observó detenidamente el resplandeciente metal de su cuchilla—. ¿Sabes qué me gusta de esta espada, Oratzyo? —el Conde se puso rígido—. Que me puede cumplir mi sueño de matarte, revivirte y volverte a matar.

—¡Aaaaaaaah! No Lelé, no lo hagas.

—Deja de llorar, no gastaría mis esfuerzos en ti.

—Ileana, míranos, ¿qué nos pasó? Estábamos a nada de convertirnos en esposos y ser felices el resto de nuestros días. ¿Qué le pasó a todo eso que teníamos?

—Aparecí yo —desde una picota de madera que apresaba su cabeza y manos, Priry hizo saber su presencia.

—Guarda silencio, maldito demonio. ¡Exacto! ¡Fue él! Si esa cosa nunca hubiera aparecido, nada de esto nos estaría sucediendo. Ileana, hay que deshacernos de él. ¿Ileana? ¿A dónde fuiste?

Pero la reina yacía sentada sobre su cama mientras seguía observando la Espada Carver

—Hay algo que sigo sin entender —dijo—. Por qué el ejército que Hidran levantó siguen siendo cadáveres. Cuando yo le clavé la espada a él, su cuerpo volvió a ser el de antes. Como si nunca se hubiese muerto.

—La diferencia de tiempo —Priry hizo su mayor esfuerzo por responder. La postura de la picota y sus heridas aun infectadas no le favorecían del todo—. Todos esos seres que conformaron el ejército llevaban años pudriéndose bajo tierra, en cambio Hidran solo llevaba tres días.

—Hace tiempo me dijiste que la espada fue creada por cinco brujos Circeos. Me vendría muy bien que me contaras aquella historia.

Priry bajó la mirada. Sabía que si se negaba a hablar, Ileana volvería a utilizar su descarga.

—Entre flautas, gaitas, castañuelas, mandolinas y panderos, los seres mágicos danzaban en las costas de Circe. Era la noche de San Juan, y al tener un origen pagano, las criaturas con magia disfrutaban hacer sus propias hogueras y danzar alrededor de ellas…

El fuerte rugir de Kinabraska cimbró todo el castillo. Ileana corrió a la ventana, se apoyó en la barandilla del balcón y, allá a lo lejos, pudo distinguir la enorme cantidad de guerreros que corrían en dirección hacia ella.

—¿Qué demonios…?

Kinabraska volvió a rugir, desplegó sus impresionantes alas negras y se levantó en vuelo. Un segundo dragón, más grande y aterrador se acercaba acompañando y protegiendo a los hombres que seguramente comenzarían una guerra.

Desde donde estaba, Priry pudo ver a la bestia.

—Daghmar —exclamó horrorizado.

—¿El dragón de la brujería? —Ileana apretó el mango de su espada, aspiró el aroma del aire y miró en dirección de los calabozos—. Vienen por Hidran —la reina se dio la vuelta y echó a correr hacia el campo de batalla—. ¡Oratzyo, cuida a Priry!

—¡¿Y quién me cuida a mí?! —el Conde hizo acto de cobardía y terminó escondiéndose debajo de la cama.

Los brujos se dejaron venir con todo lo que tenían; gritaban y levantaban sus manos para crear los famosos tornados de lumbre y viento que mantuvieron a raya al ejército de la reina. De un momento a otro, Hordáz se llenó de un fuerte olor a brujería. Los cuernos sonaron, las personas del pueblo, ya de por sí asustadas por las visitas constantes de Kinabraska, corrieron a sus casas y se encerraron a piedra y lodo.

Kinabraska rugió y se lanzó letalmente hacia Daghmar, pero este la recibió con un impacto que hizo temblar al país entero. El dragón arañó el cuerpo de su contrincante, le mordió el cuello y consiguió derribarla sobre el lago. En tamaño, peso y edad, Daghmar la superaba.

Furkán, junto con sus demás hermanos y el pesado brazalete de escamas verdes, estaban preparados para recibir los ataques. Debían entrar a los calabozos a como diera lugar, buscar a Hidran y rescatarlo.

Lelé se abrió camino entre sus soldados, su boca burbujeaba de rabia al ver a todos esos brujos peleando por lo que ella había logrado conseguir. Miró a Emeric, levantó la poderosa Espada Carver y la clavó en el suelo, al instante, del suelo emergieron incontables llamaradas de lumbre que no solo dieron golpe contra los invasores, sino también con sus propios soldados.




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