Bastaba con conocer el nombre de aquella bruja para saber el enorme poder que engendraba y la enorme fuerza y experiencia que seguían presentes en sus movimientos, en sus gestos y palabras. Ileana no la tendría fácil, y estaba consciente de ello.
Los brujos se dirigieron a los pasillos del calabozo, sortearon a los guardias y abrieron el camino utilizando sus diferentes habilidades en la magia. Olgha se había encargado de adiestrarlos y hacerles saber que su magia, más que una debilidad, era el temor de todos los hombres comunes que intentaban erradicarlos.
En el interior de una celda, Frey abrió sus ojos, el barullo de afuera lo había despertado y a los guardias los había puesto en alerta. Todos salieron corriendo cuando los gritos de dolor estallaron, con espada en mano corrían por los pasillos, listos para dar pelea y defender a sus compañeros. Por supuesto Frey no era estúpido, y aquello solo representó la oportunidad perfecta para que él pudiera escapar. Columpió su cuerpo con todas las fuerzas que le quedaban y sus piernas se atoraron en el cuello del único centinela que se había quedado, y que para su suerte, le estaba dando la espalda.
—¡¿Qué haces?! —el centinela intentó defenderse, pero más tardó en intentar buscar su espada, que Frey en romperle el cuello con sus muslos.
El hombre cayó, Frey escaló por las cadenas que lo sostenían del techo, se concentró, rogó porque su plan funcionara y finalmente se soltó. Su peso, anudado a la fuerza de la caída, desprendió las argollas del techo y Frey por fin pudo tocar el suelo.
Los calabozos apestaban a magia, el muchacho hurgó entre las llaves del centinela muerto y abrió los grilletes. Era libre.
Furkán partió a la mitad un largo camino de fuego para que sus compañeros pudieran pasar sin que las llamas los lastimaran. Entraron todas las celdas, revisando una por una hasta que por fin pudieron hallar lo que buscaban. El cuarto estaba repleto de celadores armados hasta los dientes, soldados de la Novena Legión y cadáveres que en otro tiempo fueron asesinados por la Gran Capilla.
Los brujos pelearon, las paredes se cubrieron de sangre, los cascos salían volando, las espadas se levantaban en el aire y caían como crueles sentencias de una muerte segura. Pero por mucho que los hombres tuvieran armas, la magia siempre estaría por encima de ellos.
Furkán aprovechó que una gran parte de sus compañeros se estaban ocupando de los soldados, por lo que se adentró más en la habitación y le arrancó a Hidran la venda de sus ojos.
—¿Hidran? ¿Hidran Harolan?
Al principio la mirada de la Culebra fue de miedo y confusión, pero poco duraría su cautela.
—Hemos venido a sacarte. Venimos en nombre de Olgha Rehjel.
Fuegos artificiales explotaron en el pecho de Hidran.
Dos brujos más se acercaron, identificaron los bloques de concreto que apresaban las manos y pies de Hidran, y entonces levantaron en el aire sus enormes mazos de acero. Acero circeo, el mejor acero de todo el planeta.
—¿Estás seguro de esto?
—Cierra los ojos si no quieres verlo.
Hidran obedeció, apartó su mirada y en un par de segundos, los mazos caían sobre el concreto rompiéndolo y liberando las extremidades del brujo.
Furkán lo ayudó a ponerse de pie, le colocó una capa y ocultó su rostro dentro de la capucha negra.
—¡Estamos listos!
—Ileana no dejará que me vaya.
—No te preocupes por eso, seguramente estará muy ocupada peleando.
—¿Peleando? ¿Con quién está peleando? —pero Furkán no le respondió.
Con un paso moderadamente veloz, Hidran y él recorrieron los pasillos del calabozo hasta que la luz del día les dio de lleno en el rostro. Hidran miró hacia arriba, y literalmente se quedó con la boca abierta cuando vio a Kinabraska y a Daghmar debatirse en una pelea a muerte.
Ambos dragones sangraban, ambos estaban cubiertos de heridas, pero por mucho Kinabraska se estaba llevando la peor parte.
—Olgha, ¿dónde está Olgha?
—Sigue caminando, ella nos alcanzará después.
—¿Está aquí? ¿Está peleando con Ileana?
Si tan solo Hidran pudiera ver la batalla que había nacido entre ellas dos, ya se estaría partiendo de risa. Lelé era buena con la espada y las armas, pero como bruja, Olgha tenía mucho más control que ella.
Ileana no podía levantarse, la boca le sangraba y tenía su traje cubierto de lodo y polvo. Una parte de Olgha también comenzaba a cansarse, pero comparada con Lelé, no era nada.
En el cielo, Daghmar dio su golpe final, sujetó a Kinabraska del cuello, le desgarró la piel con sus dientes y la arrojó al suelo. El dragón se estrelló muy cerca de Lelé, levantó su cabeza y rugió, pero ya no pudo levantarse.
Olgha entendió eso como el momento perfecto para marcharse. Guardó su guadaña en la vaina de su espalda y corrió a campo abierto, permitiendo que Daghmar bajase y ella pudiera subir a su espalda.
Lelé intentó ponerse de pie, intentó levantar su magia y derribar al dragón, pero ya no le quedaban fuerzas para hacerlo. Estaba herida, agotada y la humillación le hacía hervir la sangre.