La Reina de Hordaz

36. El poder de una moneda (parte 1)

Oratzyo se agachó justo en el momento en el que el cuarto florero salió volando. El Conde parecía un pequeño gatito tratando de esconderse de la amenaza que lo rodeaba, lástima que Priry no pudiera hacer lo mismo, pues sus cadenas y la picota no le permitían tener un amplio movimiento.

Ileana estaba desquiciada, lanzaba y rompía los objetos de su habitación mientras gritaba y maldecía. Hidran se había marchado, y con él, cualquier resquicio de esperanza para conseguir los demás amuletos.

—¡Sabía que debí haberle arrancado las palabras de la boca! ¡Lo sabía! —la reina intentó serenarse—. No sé cómo, pero lo buscaré y haré que regrese aquí.

De pronto, un extraño cloqueo llamó su atención. De la puerta que estaba casi abierta, un familiar pescuezo emplumado se asomó y Candela entró a la habitación. Caminó con sus largas patas amarillas y se subió al arco de madera que apresaba a Priry.

—Hola, Candela, niña hermosa, ¿te acuerdas de mí? —y como si Candela también se sintiera herida por la traición del brujo, lo comenzó a picotear y a golpear con sus alas—. ¡Maldita criatura, yo te hice tu gallinero!

Ileana se sentó en uno de los sillones, sus heridas seguían sangrando, le estallaba la cabeza y no pasaba por alto que posiblemente tendría una contusión; cuando de pronto, Emeric entró a sus aposentos.

—Majestad —el hombre temblaba—, temo informarle que tenemos tres enormes problemas,

Al fondo Oratzyo se tensó y Candela dejó a Priry.

—¿Cuáles? —la voz de la reina era aterradora.

—Tuvimos muchas bajas.

—Eso se arregla sacando a más muertos de sus tumbas. ¿Las siguientes?

El soldado se aclaró la garganta. Sabía que una peligrosa bomba de rabia estaba a punto de estallar.

—El prisionero Frey ha escapado.

Oratzyo retrocedió aterrorizado. Priry intentó liberarse de la picota, pero por más que tiró de su cuerpo y se lastimó, no consiguió hacer nada.

—¿Dijiste que se escapó? —los ojos verdes de Lelé comenzaron a brillar.

—Creemos que huyó cuando los brujos atacaron los calabozos. Pero hay una más, y es que Kinabraska está muy mal. Los demás soldados ya intentaron curarle las heridas, pero el dragón no les permite acercarse. No puede volar.

Por algún extraño motivo, la mirada de Lelé se suavizó. Ordenó al guardia que se retirara y después ella cogió a Candela en brazos.

—Oratzyo —dijo antes de marcharse.

—Dígame, mi reina.

—Cancela la búsqueda de Surcea. Ordena que los soldados regresen y reorganízalos para que busquen a Frey. No me importa si para ello tienen que mover cielo mar y tierra, quiero que lo encuentren.

—Alteza, solo para informarle que dentro de una hora zarparán los barcos que se encargarán de buscar a Hidran y a la mujer que la atacó.

—Perfecto, porque si algo le llega a pasar a Kinabraska, ese dragón suyo pagará las consecuencias.

Y sin más, ella y Candela abandonaron el cuarto.

Lelé fue en busca de su dragón. Kinabraska se hallaba acostada en medio de un claro, rodeada de árboles y el pequeño arrollo que corría muy cerca de ella.

La reina desmontó su caballo, siguió cargando a su gallina y se acercó a la bestia. Al principio Kinabraska se mostró hostil y agresiva, pero cuando Ileana levantó su mano para que pudiera olfatearla, esta se calmó. Bajó el hocico y permitió que Lelé le examinara las heridas.

Dagmhar le había dado una excelente pelea.

—No te preocupes, linda, todo lo que nos hicieron nos lo van a pagar. Aun no entienden quiénes somos.

Candela cloqueó, se subió a una garra de Kinabraska y el dragón le permitió acurrucarse junto a ella.




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