La Reina de Hordaz

36. El poder de una moneda (parte 2)

El cielo se había oscurecido, Idvo y Básidan se encargaron de recolectar leña y encender el fuego que los mantendría calientes. Surcea se hallaba recostada muy cerca de Soren, mientras este dormitaba y trataba de exhalar la menor cantidad de hielo posible. Había sido una tarde ajetreada y llena de preguntas, sobre todo de preguntas, pues el que Daghmar acompañase a los brujos sin causarles ningún daño, solo podría significar que alguien había conseguido el brazalete.

—¿Cómo se supone que recuperaremos el amuleto? —preguntó Surcea, apenas los dos hombres se sentaron junto a ella.

—Mañana, en cuanto el sol salga, iremos al pueblo. Alguien debió haber visto lo que pasó y quiénes estuvieron agrediendo el palacio.

—¿Mañana? —Idvo le gruñó— Si, claro que bajaremos al pueblo, y quizá también quieras ponerle una correa de perro a Soren para disimular su presencia, porque quién no llamaría la atención ¡paseándose con un dragón! —el hombre levantó sus manos señalando a la bestia.

—Está bien, en esta ocasión sí te doy la razón. Iré yo y aprovecharé para comprar algunos víveres.

—Básidan —su compañero le mostró los dientes— de verdad hablas como si tu cabeza no tuviera precio aquí en Hordáz.

—¿Por qué lo debería de tener?

—Quizá porque el general de La Novena Legión está desaparecido, y quizá porque fuiste tú quien le entregó la espada a la reina. ¿No piensas que Ileana podría enviar a matarte con tal de que no la recuperes?

—¡Eso es absurdo! —Surcea se puso de pie, dispuesta a defender a su mejor amiga— Para que los guardias detengan a una persona, deben tener total permiso de la reina. Y perdón que te contradiga, pero Ileana no tiene motivos para detenerlo.

—Pero sí para asesinarlo —de los árboles provino una gruesa y cansada voz.

Soren se levantó, mostró sus aterradores dientes y sus ojos brillaron con letal advertencia.

Frey se dejó caer, abrió sus ojos con horror y su piel se puso pálida.

—Soren —Básidan se interpuso entre su compañero y el dragón—. No lo vayas a lastimar, no intenta hacernos daño. Frey —corrió hacia él y lo sostuvo de los hombros—, Frey, ¿de verdad eres tú? Esto es increíble.

—Es un dragón —el joven repitió. Soren debía tener una apariencia amedrentadora, ya que Frey, el frívolo y duro Frey, se estaba muriendo de miedo.

—Frey, ¿qué ha pasado? ¿Quién te lastimó tanto?

—Es un dragón —y entonces el muchacho se desmayó.

Las horas pasaron, Surcea se la pasó colocándole retazos de tela mojados que Básidan humedecía en un pequeño arroyo cercano, Idvo se hallaba observándolos en silencio, y Soren, pues el enorme dragón tuvo que alejarse para que cuando Frey despertase, Básidan pudiera hablar con él.

Finalmente, el joven abrió los ojos.

—¡El dragón! ¿En dónde está el dragón? —se enderezó, y cuando lo hizo, el mundo entero le dio de vueltas.

—Tienes que calmarte…

—Pero había un dragón, yo lo vi.

—Sí, lo hay, y te prometo que no te hará ningún daño.

Frey entrecerró los ojos.

—¿Básidan? ¿Estás aquí? ¿Eso significa que pude… pude salir?

—¿En dónde has estado, Frey? ¿Qué pasó con Olegh y Caleb?

El joven sintió un feo sabor que le amargó la boca. Los recuerdos eran dolorosos.

—Olegh está muerto, lo mató Kinabraska.

Básidan tensó la mandíbula.

—¿Y Caleb?

—Le ayudé a escapar. No podía permitir que lo capturaran, pues él sí hubiese soltado la lengua. Espero que haya podido salir de Hordáz y llegar a Kair Rumass para informarle lo sucedido al emperador.

A Básidan lo recorrió un escalofrío.

—¿Qué pasó contigo? ¿En dónde estuviste?

—Preso —el muchacho se tocó la cabeza. Le dolía horrores—. Los guardias de Ileana me detuvieron, encerraron y la bruja me estuvo torturando.

—¡Ten mucho cuidado de cómo te refieres a ella! —Surcea le gritó, ganándose una mirada cruel por parte del joven.

—La amiga que alguna vez conociste ya no existe —Frey se levantó los andrajos de su ropa. En su piel pálida y escuálida se podía apreciar perfectamente los latigazos, las cortadas y las manos de Lelé que formaban una enorme quemadura—. Es una bruja mala y tirana. Deja que su maldito dragón vuele por los cielos y devore a quien se le dé la gana. Ha matado al ministro Skinely Nassarhy, al general Francesco Gandola y al matrimonio Ozpos.

Surcea se llevó las manos al rostro. Incluso los ojos negros de Básidan brillaron en un ademán de sorpresa.

—¿Los ha matado?

—Al ministro y al general los envió a ahorcar, al Duque Ozpos le atravesó el estómago con la Espada Carver, y a la Duquesa ordenó que la arrojasen para que Kinabraska se la comiera. Viva. O al menos eso me contaron los guardias.

—¿Los guardias, dijiste? —Idvo lo vio perplejo.

—Se burlaban de mí. Me dijeron que Ileana seguramente estaría pensando en la peor forma de matarme. Me resistí a contarle la verdad de nosotros.




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