La Reina de Hordaz

37. La cantiga de la deshonra (parte 1)

Cerró sus ojos y se concentró. El aroma llegaba a su nariz como el objetivo de su misión. Toda su vida había soñado con pertenecer a los Caballeros Blancos, y ahora que por fin lo había conseguido, nadie le arrebataría su puesto. Sus compañeros seguían sus pasos, soldados férreos que fueron enviados por el emperador de su tierra para acompañarlo y lograr su cometido. No podía fallar. Lo había olfateado, y aunque ahora el aroma se mezclaba con un fuerte olor a magia, Caleb no había perdido el punto central de su búsqueda.

Su persistencia y esfuerzo lo llevaron hasta un bosque, el borde de la tierra de Hordáz en donde la tierra se juntaba con el Océano Lenoton.

—No hay duda, está ahí —los ojos de Caleb se avinagraron. La voz de Básidan retumbaba en sus oídos. Sin embargo, fue una segunda voz la que lo hizo estremecerse.

—Hay más personas con él —comentó uno de sus seis acompañantes.

—Ahí está Frey.

La mente de Caleb lo llevó a ese trágico día en donde Frey lo ayudó a escapar, cuando Ileana había ordenado que Kinabraska saliera del volcán y comenzara a matar a la gente. Caleb recordaba eso, y aunque una parte de él se sentía desalmadamente desagradecido, no podía ensuciar su juramento hacia la corona.

—Trataremos de acercarnos un poco más, y cuando estén desprevenidos, los atacaremos. Recuerden que nuestro objetivo principal es asesinar a Básidan Kendrich.

—Entendido.

***

—Vamos Frey, ya falta poco. Soren nos espera en el borde del acantilado —Básidan apoyó el brazo de Frey sobre su hombro, y aunque el joven recurría a toda su fuerza, los dolores de su cuerpo le estaban arrancando varias lágrimas y quejidos.

—No puedo, ya no puedo seguir.

—Falta poco, solo unos pasos más y llegaremos. Te hará bien respirar aire marino.

—Básidan, por favor, colócame en el suelo, siento que me muero —los fuertes brazos de Básidan lo recargaron cuidadosamente sobre la corteza seca de un árbol—. No puedo, tienen que seguir y dejarme.

—No digas eso, Frey, mí más recio soldado no puede rendirse.

—Básidan, mírame. Por dentro mi cuerpo está destrozado y el veneno que los guardias me obligaban a beber para mantenerme sumiso, ahora está cobrando su letal efecto. Aunque lograra llegar al acantilado, no podría subir a la espalda de esa bestia. Tienen que irse.

—No te voy a dejar aquí.

—Tienes que hacerlo…

—Frey, ya he perdido a todos mis soldados —el general levantó la voz—. No pienso perderte a ti también.

—¿Qué te pasa? —Frey lo observó con desprecio—. No es momento de ablandarte. Tienes que buscar a la Culebra y pedirle una alianza. Ileana no ha dejado de matar gente, y no es justo que sacrifiques a todo un país por salvarme a mí. Yo ya te he servido fielmente, a ti, a mi emperador y a la corona. Si muero aquí, no tendría nada de qué arrepentirme.

—Les he mentido todo este tiempo —Básidan dejó escapar un profundo suspiro, hundió su mano en el interior de su bolsillo y le mostró el famoso amuleto en forma de anillo—. Es la argolla que controla a Kinabraska. La he escondido desde que robamos la caja fuerte de la Gran Capilla.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque no iba a aceptar la orden de matar a Ileana. Sé que no lo vas a entender, pero esa mujer es mi única esperanza.

—¡¿Esperanza de qué?! ¡Es una asesina!

—Es una bruja, y toda esa bondad que guarda su corazón se está viendo marchitada por el poder de la Espada Carver.

—¿Cómo va a existir bondad en alguien como ella? ¿Estás escuchando lo que dices?

Básidan esperaba que Surcea saliera en defensa de su mejor amiga, pero la Corniz guardó el más fiel silencio.

—Yo leí sobre las antiguas leyendas de Circe —continuó el general—, sé quién fue Edian y los demás brujos que hicieron la espada. Sé que cuando Edian la utilizó, lo hizo con el corazón en su pueblo. La utilizó con amor hacia todos aquellos que fueron violados, ultrajados y asesinados en tierra que alguna vez fue libre. Por desgracia, la primera vez que Ileana utilizó la misma espada, lo hizo con rabia. Lo hizo con la intención de vengarse contra quien había causado la muerte del Duque Barklay y la traición de Priry. Ese mismo coraje la consumió, y yo sé que si destruyo esa espada, Ileana regresará.

—¿Y qué ganas con que regrese?

—La libertad de los seres mágicos. No más asesinatos, no más guerras. No más fanatismo religioso que solo provoca odio y discriminación. Y sobre todo, que dejen la idea de activar el Cinturón de Zervogha para controlar a los dragones.

—¡Somos Caballeros Blancos! ¡Se supone que destruimos las raíces de la magia!

—¡Los dragones también son la magia! ¡Prefiero entregar mi propia vida, a entregar a mi dragón! —Básidan bajó la voz—. Soren es mucho más que una bestia. Soren…

«… es una parte mía. Soy yo».

—Desobedeciste la orden del emperador de matar a Ileana.

—Sí.

—Nos mentiste.




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